Milagros Socorro en su “Almuerzo en el jardín” desdeña con el mayor descaro el golpe militar en Honduras

Milagros Socorro si es verdad que cuando brincó la talanquera hacia la derecha reaccionaria, lo hizo a conciencia y a sabiendas de que tenía que demostrarle a su nueva clase, la “sociedad civil venezolana”, que iría con todos los hierros en su defensa y les aseguró que jamás cometería el garrafal error de arremeter, como lo hizo abierta y públicamente en abril del 2002, cuando ya instalado en Miraflores el empresario Pedro Carmona Estanga, criticó acerbamente los desmanes y los atropellos a los derechos humanos que ese gobierno cometió durante las primeras 24 horas de mandato.



¿Y a qué viene tal introito? Veamos: En su artículo de hoy 05/07 en El Nazional, el cual lo transcribimos abajo, para nada condena el golpe de Estado en Honduras, pues estamos muy seguros que ella está consciente que de haberlo hecho, hubiera violentado su juramento que le hizo a la derecha. Opta, entonces, por denigrar del presidente Zelaya; lo califica de “una especie de mariachi de Maicaoteclán, de muy precario discurso y estampa de matiné”, para irse luego por la tangente al intentar convencer a sus lectores de que no hay razón alguna para preocuparse por un golpe en ese país que siempre ha vivido en la miseria y en el total abandono de la comunidad internacional, cuando es, precisamente, esa situación -dice- lo que debería llamar al repudio y a la mayor atención. Pero, veamos de su propio puño y letra el descaro de la Socorro para librarse de condenar el zarpazo militar en el país centroamericano, en su condición de periodista, dizque demócrata que asegura ser: “Pero nada de eso resulta visible para los gobiernos y organismos multilaterales que en cuestión de minutos lo amenazaron (se refiere al gobierno golpista de Honduras) ¡con un bloqueo! Por qué les indigna el indignante evento de un golpe militar y no los espanta la espantosa precariedad económica y social de un país cuyo principal producto de exportación son manos para aferrar lampazos y bocas para balbucear lenguas ajenas.”



Ahora veamos la otra parte del cuento; lo que Milagritos escribió en su condena a los repudiables atropellos durante el breve gobiernito de Carmona (El Nacional del 13/04/02, “¿De qué es culpable Tarek William?): ”La verdad, la hemos tenido delante todo este aciago viernes (12 de abril), es que el corazón de muchos compatriotas que querían el fin del régimen del expresidente Chávez, por considerarlo violento y vector de antagonismos, demostró ser tierra abonada para la siembra del odio de la que tanto denostaban. Ahora vemos con toda claridad que algunos de los que denunciaban la distribución de inquina al detal, por parte del gobierno recién finalizado, estaban apuntando a su lista de clientes y el eclipse del chavismo los encontró aviados de odio como al comprador compulsivo lo pilla el asueto con la alacena completa (..) Los atropellos que muchas veces denunciamos en el grupo que detentaba el poder –hasta la víspera de su sangriento epílogo- (se refiere a los asesinados en Puente Llaguno) los hemos visto repetidos, multiplicados y aumentados, en apenas veinticuatro horas, por quienes decían constituir la reserva de probidad, sensatez y espíritu civilizatorio. No habrá en Venezuela democracia ni justicia ni desarrollo si la caída de un gobierno exacerba los anhelos de venganza y la vil aspiración de tomar la justicia por propia mano.”



En ese escrito, precisamos, Milagritos se ubica del lado de los golpistas, pero sorprende muy favorablemente, que –entonces- denunciara con valentía los vejámenes y atropellos que en menos de 24 horas habían cometido quienes con Carmona derrocaron el gobierno de Hugo Chávez. Sin embargo, ante los mismos desmanes que están cometiendo los golpistas en Honduras, así como el silencio informativo que se ha impuesto en ese país con las bayonetas para silenciar la masiva resistencia del pueblo hondureño a vivir bajo la férula de un régimen de corte claramente fascista, ella prefirió echar por la borda esa valentía que, entonces, tuvo, antes de “traicionar” a su “sociedad civil”…





El Nacional de 5 de julio de 2009



Almuerzo en el jardín



Milagros Socorro



L a abeja ronda el contenido de la busaquita.

Es verano y, mientras los estudiantes están de vacaciones, es sometido a reparaciones el enorme campus de la American University, con sede en Washington, muy cerca de la Embajada de Venezuela, ubicada en la avenida Massachusetts de la capital estadounidense.

En los folletos informativos de la universidad puede verse a los bachilleres acostados en la grama, apoyados en los codos y concentrados en sus papeles. La imagen corresponde a la realidad, cuando el clima es propicio los jóvenes se echan en la hierba, que apenas amortigua sus carcajadas. Pero estos hombres no están sentados en la espléndida alfombra vegetal sino en un recodo de la caminería que irriga el campus. Unos metros antes de llegar a su lado me alcanza el sonido del español (como botones batiéndose en un frasco forrado de fieltro).

Son jóvenes y están contentos de compartir el almuerzo envuelto en estraza. Me detengo a conversar un ratico. Son obreros sin calificación. Acarrean objetos pesados, suben y bajan de una camioneta descomunales rollos de cable. Comen y hablan a la vez. Arrugan los ojos para verme. Son centroamericanos. Media docena; y todos tienen entre cuatro y ocho años de haber llegado a los Estados Unidos. Casi todo ese tiempo, contratados por la misma empresa. La procedencia, el tiempo de exilio y la continuidad con el empleador se repite con las muchachas enviadas por la empresa de catering y por la compañía de aseo que presta mantenimiento a las instalaciones culturales de la universidad. Todas nacieron en el istmo y también tienen, en promedio, unos cinco años en Estados Unidos. Se trata de gente joven, guapa para trabajar, disciplinada (visto que han conservado su trabajo por años), dispuesta a muchos sacrificios para hacerse un futuro... pero en su país no hay lugar para ellos: no recibieron educación, no hay plazas de empleo, no hay posibilidad de inserción en el entramado laboral ni siquiera echándose fardos al hombro o puliendo pisos. A todos les hice la misma, última, pregunta: ¿ha valido la pena? Y la respuesta unánime, tras breve titubeo que abre la celosía al paisaje del desarraigo, el bilingüismo como trauma y la condena a la condición de extranjero, es: "Sí, por los niños". Sus hijos, nacidos en territorio norteamericano, tendrán educación y muchas más oportunidades que ellos, víctimas de un Hiroshima social que ha aventado miles de latinoamericanos fuera de sus países y los ha relegado al closet de las escobas del mundo desarrollado.

De vuelta en Venezuela, la mañana que tenía planificada para el descanso se ve rasgada por llamadas de amigos. Los militares le dieron un golpe de Estado a Zelaya. Venga a prender el televisor (de último en la escala de las preferencias dominicales). Y, aparte de las maneras del derrocado presidente hondureño, (una especie de mariachi de Maicaoteclán, de muy precario discurso y estampa de matiné), me llama la atención Tegucigalpa o, mejor, ese solar donde unas cuantas personas van y vienen, que estuvo todo el tiempo en la pantalla. Pero, bueno, ¿es que no hay más nada que mostrar de Tegucigalpa que ese erial encementado? ¿Dónde está el país? ¿Dónde está la infraestructura, no sé, los lugares? Tegucigalpa es una capital. De un pequeño país muy pobre. Pero capital, al fin. No puede ser que el único escenario de los hechos sea esa cancha inacabada donde no hay ni algo ecuestre para remedio.

Honduras lo que tiene es gente; y cada año se le va por millares. Pero nada de eso resulta visible para los gobiernos y organismos multilaterales que en cuestión de minutos lo amenazaron ¡con un bloqueo! Por qué les indigna el indignante evento de un golpe militar y no los espanta la espantosa precariedad económica y social de un país cuyo principal producto de exportación son manos para aferrar lampazos y bocas para balbucear lenguas ajenas.

Lo que se "defiende" en Honduras es una de esas ­nuestras- democracias sustentadas exclusivamente en el poder Ejecutivo, fachada que mal esconde la fragilidad institucional ­cuando no la abierta sumisión del resto de los poderes a aquél-. La democracia hondureña y la de todas las naciones que dejan la puerta abierta por las noches para que se les vayan los jóvenes, son, en realidad, un final feliz para una tragedia que dista mucho de haber terminado.


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Iván Oliver Rugeles


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