Las guerras suelen tener nombres. Simplifica los simbolismos y anima y facilita el trabajo de los publicistas para hacer sus cuñas. Impulsa aún mas la cultura del video clip el Fast food y lo banal.
Hay que reconocerlo estamos en tiempo de guerra. Acaso ¿no es la guerra otra forma de lenguaje, escritura, técnica e instrumento de la política?. Teatro movido por la mediática en agitación de calle. Por tanto en si misma es pura política. Único medio posible para lograr cambios violentos.
Axioma toda guerra tiene un dueño con nombre y apellido. Tanto que quienes mandan los jóvenes a la calle lo saben perfectamente. Sus propietarios reconocen la seriedad y consecuencias graves así como las ganancias que de ella se desprenden. No en vano sus mandantes para calcularlas prefieren cobijarse a la vera de un buen vino evitando encararlas a la hora de la acción. Allí aguardan noticias y resultados diarios de la batalla pero cerca de un buen condumio y lejos de las lacrimógenas, así plantearse “nuevas estrategias”. Sabios gourmets de la guerra.
Considerando las estrategias y recursos bélicos mas eficaces utilizados en esta guerra no dudamos que el mejor nombre sería llamarla la Guerra del Blackbery. El Blackbery energiza. Comunica. Es rápido. Evade el espionaje. Es secreto e íntimo. Da nota. Permite segregar entre él y el vergatoria. Es todo un símbolo de estatus. Imposible suponer a un mono, zambo, tierrúo con un Blackbery. Si lo tiene es sospechoso. Corrupto o se lo robó, cualquiera de los dos hacen expediente de orden publico. En síntesis el arma ofensiva mas poderosa de los jóvenes en esta escalada. Por su conducto avanzan o retroceden. Cambian de objetivos. Evaden la Ley. Encuentran flancos. Mueven su artillería. Les dicen a sus mamás y mamazongas que no los jodan que andan en campaña contra el tierruismo avasallante y antidemocrático. Saca y envía flashes de guerra. Avisan que les dejen algo de comer y echan su canita al aire. Casi un objeto sexual militar. Es único en esta campaña.
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