La naturaleza despierta, bosteza, se despereza, a medida que la oscuridad estrellada pasa por los matices de los grises a los pasteles, pintando otro inédito amanecer. Los cantos de las aves saludan al naciente sol y lentamente todo parece responder a su tibia caricia poniéndose en movimiento.
Así mismo se duermen y despiertan los pueblos de su letargo histórico a grandes ciclos. Bostezan, se desperezan, y se pasan la mano por los ojos para espantar la inercia de los sueños que aún los acompañan. Miran a su alrededor y se dan cuenta que mientras soñaban plácidamente, su patrimonio, su humanidad fue expropiada.
Recuerdo un cuento. Las ovejas querían ser empecinadamente libres, así que el pastor construyó un corral. Pero ellas insistían tercamente y de un modo u otro se escapaban. El pastor decidió traer un perro. Muchas ovejas resultaron heridas y hasta muertas, pero aún seguían insistiendo en ser libres. Entonces al pastor se le ocurrió una idea genial. Contrató un hipnotizador y las hizo creer que eran libres. Desde entonces ambos, pastor y rebaño vivieron felices.
Pero a nivel de formas opera el tiempo, y en el tiempo nada es eterno porque la evolución exige transformación. Por tanto, también del sueño, por largo que pueda ser, tarde o temprano surge su contracara, el despertar. La especie y la historia humana se regeneran mediante las generaciones. Es decir, la renovación de cuerpos viejos por jóvenes.
Cuando de común acuerdo pusimos las bases sobre las que sentamos el pensamiento lógico, y dijimos “A siempre es igual a A, o a si misma, y no puede ser que se convierta en B”; no tomamos en cuenta el transformismo continuo de la naturaleza. O tal vez fue justamente porque tal transformismo afectaba a nuestros cuerpos, que tomamos esas decisiones como una especie de exorcismo del fantasma de la muerte.
Es un truco mental muy interesante este del pensamiento racional. Gracias a el podemos cuadricular el tiempo como red que interconecta eventos, cual medida de los eventos, prever resultados, planificar, organizar y regular una economía social. Claro que esta modalidad mental tiene sus limitaciones, no opera sino en circuitos cerrados, mecánicos, preestablecidos.
Basta mirar a los lados sin las habituales anteojeras racionales, para ver que ni la naturaleza ni los seres humanos están limitados dentro de sus parámetros. Alcanzan dos ejemplos de público conocimiento para notar que esas matemáticas no van a funcionar en esta oportunidad.
Por un lado tenemos el hecho de que en el tsunami asiático no se pudo encontrar animales muertos por ninguna parte. Habían desaparecido como por arte de magia. O tal vez porque tienen operativos esos sentidos y funciones que nosotros bloqueamos, desatendimos o desplazamos al trasfondo atencional y hoy nos resultan desapercibidos.
Por otro lado, frente al cuento de que el instinto de supervivencia es el que domina en la naturaleza, y la organización social zoológica que sobre tal concepción social se ha montado; aparecen seres que se autoinmolan portando una bomba o incendiándose frente a una embajada, en reclamo público por situaciones que se esconden o disfrazan de la atención colectiva.
No estamos evaluando si esta gente está cuerda o totalmente alterada. Simplemente estamos diciendo que esas cuentas que hicieron los negociantes, para asegurar sus ganancias chantajeando por miedo, al llegar a cierto umbral de tensiones, ya no funcionan.
Alcanza con recordar Vietnam, con observar Irak, con ver la creciente resistencia y ya ofensiva indígena que despierta luego de quinientos años, como una fuerza viviente de la Madre Naturaleza, para notar que las cuentas esta vez no les van a dar. Porque por muy convencidos que estén, no están operando con máquinas, no somos reducibles a predecibles objetos.
Y cuando la madre tierra despierta, todo lo que habíamos construido sobre ella creyéndola una cosa, tiembla, se tambalea, se desmorona, pierde el equilibrio. Ese foco atencional reducido con el que trabajamos de común acuerdo, y que se fue convirtiendo en nuestro marco de realidad, ahora se ve sacudido y sobresaltado por hechos que irrumpen en el escenario público, sin que comprendamos como, porqué o de donde provienen.
Y es así como despertamos extrañados, incrédulos, de nuestro sueño racional alienado del marco mayor de la vida. Encontrándonos con una historia totalmente falseada, donde todo lo no racional fue reducido a la condición de cosa, y tratado como inferior. Conocemos la historia de las justificaciones racionales de tales conductas. Pero lo irracional también tiene su lugar.
La conciencia racional tiene una base fisiológica gracias a la cual puede desempeñarse en un entorno o ecosistema natural, del que sus sentidos le advierten mediante dolor-placer. Y cuando esas señales no son interpretadas y equilibradas apropiadamente, suceden los deterioros, enfermedades, alteraciones sicobiológicas, y finalmente la desintegración o muerte.
En tales condiciones, la estructura misma de la existencia, reacciona globalmente en defensa de la vida buscando nuevamente su equilibrio. Y así es como contemplamos la alteración de las conductas habituales o ritmo metabólico natural y humano.
El tema ahora es como respondemos a esta dinámica estructural de hechos, que ya no acepta enfoques ni respuestas puntuales, mecánicas, por casilleros. Porque se trata de una reacción global y creciente que viene en ascenso desde aproximadamente los años 60´s, con los recordados hippie. Que en su momento fueron tomados como irrelevantes cosas de jóvenes.
Dentro de este contexto, el tema de la discriminación social y la consecuente violencia, cobra prioridad absoluta. Hace imprescindible abrir canales para incluir las diferentes manifestaciones de vida que hoy irrumpen en el escenario histórico, para así restablecer el equilibrio alterado.
En el capítulo ocho de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela se establece como objetivo general, restituir los derechos a los pueblos indígenas. Y así en honor al pasado, al presente y al futuro, el 12 de octubre del 2003 se crea la Misión Guaicaipuro y se configura una comisión multiministerial que será la encargada de llevarla a cabo.
Se calcula en 600.000 habitantes la población indígena venezolana. La misión se propone demarcar su hábitat y territorios, propiciar su desarrollo etnocéntrico armónico y sustentable. Es decir, respetando sus culturas, tradiciones, lenguajes. De hecho se los alfabetizó tanto en español como en su lengua madre y tienen acceso a todas las misiones.
Se les van entregando progresivamente los títulos de sus territorios. Se los ha cedulado, participan en las elecciones y ya tienen representantes en la Asamblea Constituyente. El cacique Guaicaipuro, representante máximo de la resistencia indígena, fue incluido dentro de los héroes libertadores nacionales.
El día de las Américas se celebra ahora como el de la resistencia indígena. Se han creado centros de estudios y preparado paramédicos indígenas. Ahora se comienza un estudio más profundo de su cultura y tradiciones, en el intento de incorporar y no permitir que se extinga tal conocimiento ancestral. En estos días se celebra un festival multicultural indígena.
Pero por experiencia propia, luego de haber convivido con indígenas en la Gran Sabana, donde Venezuela hace frontera con Brasil, puedo decir que la inclusividad social, institucional, no es lo mismo que la integración de culturas. Esa es otra tergiversación de nuestras anteojeras racionales.
Intentaré compartir con uds. esa experiencia, para ilustrar las diferencias entre un acercamiento intelectual a la realidad, y uno existencial. En principio no es nada nuevo. Se siente lo mismo que al acercarse a cualquier cultura totalmente diferente, encarnada y personalizada allí, delante de ti. Extrañeza, distancia, incomprensión, hilaridad. Es un modo totalmente diferente de estar en el mundo y de relacionarse con el, de sentir, de pensar. Es un abismo de comunicación.
Y si lo dejas allí, te quedará la misma sensación que a los conquistadores, colonizadores. Son unas entidades extrañas que no parecen tener alma, no parecen compartir lo humano. Entonces te sientes superior, distante, y en el mejor de los casos condescendiente y benévolo, siempre que no haya intereses en juego de por medio.
Les cuento una anécdota que en su momento me hizo irritarme y hoy me hace reír mucho al recordarla. Yo atendía una venta de vegetales y frutas en Santa Elena de Uairén, el último pueblito antes de llegar a la frontera venezolano-brasilera. Siempre venían indígenas a vender bananas, plátanos y tubérculos o raíces originarias de nuestras tierras, de su propio cultivo.
Un día poco ocupado se me ocurrió ir en mi camión a buscarlos yo mismo, pasear y ganarme un dinerito. Eran como 100 Km. por carretera de tierra muy accidentada. Cuando llegué allá me tuvieron horas esperando porque no había gente disponible para recoger el pedido. Luego ni soñar con una balanza, así que no sabía por lo que pagaba.
Pero lo más interesante fue cuando quise pagar y me cobraron casi el doble. ¿Cómo me van a cobrar el doble cuando soy yo quien viene a buscarlos, gasto combustible y camión, espero horas? ¡Me tendrían que cobrar la mitad no el doble! Pero con cara imperturbable me contestaron: “Cuando nosotros vamos nosotros necesitamos. Cuando tu vienes tu necesitas.”
Pero luego me fui a vivir cerca de ellos. Y lentamente, muy lentamente se fue produciendo un acercamiento. Primero me visitaron y me dijeron que podía construir donde quisiera o utilizar cualquier vivienda abandonada. Pero nada de alambres de púas, que la tierra era de todos. Y el día que me fuera nada de vender, porque allí todo era para el uso de todos.
Luego nos invitamos mutuamente a comer. Me invitaron a pescar. Hicimos largas caminatas juntos. Me quedé a dormir en su aldea y ellos en mi casa. Me enseñaron a construir como ellos, a seleccionar las maderas apropiadas en las épocas oportunas en el bosque. A cortar las hojas de palma para entretejerlas y hacer los techos. A encender hogueras dentro de la construcción para eliminar insectos del piso y del techo.
Y un día me sentí totalmente cómodo con ellos, con su forma de vida, como en casa, en familia. Ya no eran los indígenas de tal o cual etnia, que tenían derechos y tradiciones, etc. Hasta puedo decir que tal vez por primera vez en mi vida sentí que tenía un piso donde pararme, que mis pies se afirmaban sobre la tierra, que tenía un lugar en el mundo. Esto es experiencia, vivencia, no tiene ni necesita explicación ni argumento teórico.
Fue entonces, experimentando aquella raigambre, firmeza, plenitud, cuando caí en cuenta que era el vacío y la alienación la que buscaba respuestas y elaboraba teorías que nunca podrían llenar esas carencias. Era el abismo entre unos y otros lo que generaba el temor, la extrañeza, la soledad, las distancias y diferencias que luego tratábamos de llenar con modelos sociales jerárquicos, con superioridades e inferioridades artificiales.
Fue así como poco a poco nos fuimos contando mutuamente de nuestras culturas, hábitos y creencias. Nos reímos, aprendimos y nos enriquecimos mucho. Con ellos, y gracias a la plena confianza que había aprendido a tenerles, conviviendo, hice un viaje mental en la conciencia colectiva a tiempos ancestrales, remotos, desde los cuales provenían sus enseñanzas.
Pero allí brotaba un vacío que ambos compartíamos, una insondable y oscura profundidad que se tragaba hasta los recuerdos. Una silenciosa intemporalidad en que se hundían las raíces del árbol de la memoria colectiva. Era como cuando caían las sombras de la noche en aquellas inmensas sabanas. De repente solo estabas tú ante los chisporroteantes juegos de luces de una hoguera compañera.
A todo tu alrededor solo la oscuridad impenetrable, misteriosas fuerzas y presencias que se podían sentir, casi palpables. Tal vez ancestrales temores que afloraban. El desconocido e inaccesible principio, el eslabón perdido que vivíamos buscando. Eso era común a todas las culturas. La historia toda y aún la prehistoria, parecían girar en torno a ese eje o centro común.
Cuando fui aprendiendo a convivir y reconciliarme con aquellas sensaciones sentí, no me pregunten como, que esa silenciosa e insondable oscuridad era nuestra verdadera esencia.
Comprendí que nuestra historia era en realidad como la revelación de ese negativo, de ese potencial innato. Si un profundo y maravilloso misterio había, ese éramos nosotros mismos.
Ahora que había aprendido a desnudarme de mi imagen culta y habitual de mi mismo, para sentirme simplemente un ser humano, reconciliadas las diferencias, distancias y soledades. Ahora que había aprendido a ir más allá de mi temor, alienación y abismo para encontrarme con el otro, ahora que podía estar en paz y a gusto conmigo mismo, ya no sentía deseos de preguntar, de buscar, de conquistar el mundo ni de realizarme.