Pedro miro al cielo. Notó que hacia el norte de su barrio, varias grises nubes parecían estar compitiendo a ver quien se agrandaba más. "Están bastante oscura"-dijo Pedro y siguió comiendo su pan con queso. Cuando hubo terminado de comer caminó al lado Este del alto cerro donde viven los pobres en Venezuela. Los pobres que hace décadas los politiqueros trajeron desde la provincia para que votaran por ellos y pobres se quedaron. Pobres espirituales, ricos soñadores y víctimas del sistema capitalista
Pocos minutos después estaba dentro del rancho de bloque y techo de zinc. Sus padres habían salido y su hermano Carlos se distraía pintando un cuadro de Simón Rodríguez en su habitación. Pedro se asomó y lo miró ensimismado. Carlos era delgadito como una flauta. Usaba anteojos y a diferencia de otros niños no practicaba ningún deporte. En su cuarto sólo habían viejos afiches de Van Goh, Cezzane, Michelena, Tito Salas, Cabré y Bárbaro Rivas. Los amiguitos del barrio le decían "el loquito pintor". Tenía 11 años de edad. Soñaba con exponer alguna vez sus cuadros en la Biblioteca Nacional.
Pedro abrió el refrigerador. Sacó un cartón lleno de jugo y extrajo de él una buena cantidad del líquido. Lo vertió en un vaso y se fue a la computadora. Les advierto a los lectores que en Venezuela en el rancho más destartalado, en cualquiera de ellos, en todas las viviendas humildes puede faltar una biblioteca, menos los últimos adelantos de la tecnología. Los medios, la publicidad, el capitalismo, les han enseñado a los pobres que sin ellos no son menos que nada. Usted puede ver que la casa se cae, que no funciona el grifo del agua, que hay un pozo séptico a punto de estallar, pero jamás estarán ausentes el computador, la televisión, el mp3, el DVD, el pantalla plasma.
En los barrios de Venezuela los adolescentes hacen lo que sea con tal de adquirir la marca de calzado, la ropa, los utensilios que usa cualquier jugador de básquet de fama mundial, los fabricantes de ropa han visto en ellos a los típicos tontos para disfrazarlos de pilotos de la Fórmula 1, pues les venden costosas chaquetas, donde por supuesto estos jóvenes llevan los logos que patrocinan al piloto equis, pero a ellos no les toca nada. Vallas ambulantes.
Pedro y Carlos no estaban de acuerdo con eso: vestían bien limpiecitos, agradables, pero nunca se dejaron atrapar por los medios que pregonan adelantos estúpidos. Eran unos niños extraños. Un día Carlos le dijo a su padre, que llegó con dos botellas de escocés en una bolsa: "Papa, ¿cuando se acabe el petróleo los países capitalistas se van a poner de acuerdo para invadirnos y someternos al esclavismo?" Al padre no le dio importancia la pregunta del hijo y contestó: "Tú siempre dándotela de Carlos Marx, muchacho del carajo". Luego se empinó una de las botellas dentro de la ranura bucal, mientras afuera el viento corría anunciando muerte.
Pedro buscó en la lejanía una visión distinta a la que había visto desde que tuvo razón para pensar. Escuchaba a los políticos decir que "Venezuela es de todos por igual". Empero no entendía porque allá donde descansaban sus ojos, no se observaba ningún rancho...puros edificios hermosos, quintas, mansiones, calles limpias, autos de lujo que las transitaban cubiertos de brillo...
La computadora le anunció que "Vienen algunas precipitaciones de lluvia para estos días". Miró por la ventana y ahí estaban las mismas nubes obesas, vestidas de gris. Se fue al otro extremo del rancho e hizo lo mismo, pero las nubes sobre las quintas , los edificios y las mansiones, no estaban grises. "¿Será que Dios tampoco quiere a los pobres" pensó.
La computadora le envió otro mensaje: "En el interior del país se han inundado varios pueblos y los damnificados esperan la ayuda del gobierno"
Se escucho un trueno y el cielo lanzó varios escupitajos de fuego. Pedro fue al cuarto de Carlos, pero éste seguía incólume trazando líneas sobre un amplio papel bond 20. En el techo se formó una algarabía. Millones gruesas gotas tocaban sus notas sobre el zinc. Todo se cubrió de oscuridad. Los relámpagos cruzaban el espacio en busca de la muerte. Se escuchó igualmente el ladrido de Júpiter, el perro de Carlos. Pedro abrió la puerta y se lanzó en su busca.
Al este del barrio. No parecía pasar nada; cero relámpagos, cero truenos, hasta el sol se hacía cómplice de los ricos, de los que anuncian al mundo que "en Venezuela todo está mal" ¿para quién?
Encendió la televisión. Un locutor decía papel en mano que, " la inseguridad en Venezuela es latente. Ayer la morgue se llenó de cadáveres, por las calles no se puede transitar, el hampa acaba con todo". Empero en las calles de ellos nunca pasa nada. Y los cadáveres de la morgue son gente del pueblo, no de los ricos que explotan este fenómeno social causado por las ansias de poseer, de tener, de lucir…
Pudo ver al pie del cerro
a "Caraevaca", Meluño, "Panza de agua", "Tiramedias".
"El Zurdo" Freddy y "Caremuerto", los malandros
del barrio, que corrían cerro arriba. Buscaban donde refugiarse,
sus ranchos también habían caído con los derrumbes. Los cerros se
desplomaban, la gente recogía sus pocos enseres y corría, los perros
ladraban y de repente un rayo cruzó la atmósfera para estrellase precisamente
sobre el cuarto donde Carlos dibujaba a Simón Rodríguez.
Fueron siglos, eternidades. Cuando pudo entrar a la habitación de Carlos junto a otros vecinos, lo miró y un grito quizás más potente que los truenos, se escapó de su alma infantil. Carlos estaba muerto con su pincel en la mano izquierda. Casi se desmaya pero lo sacaron en brazos La angustia era total. Todos querían salvarse de la muerte, de la implacable lluvia, de ese endemoniado ambiente de dolor y gritos.
No supo si fueron segundos, minutos, horas, pero cuando despertó, se puso de pie rápidamente. Carlos no estaba. Los vecinos aun en el dolor y la angustia, se lo habían llevado para rezarle. Sus padres, ¿dónde se encontraban?
El barrio estaba en el suelo. Giró su vista en 180º. No consiguió luz, todo era penumbras...pero cuando sus ojos se posaron sobre la distancia , el lugar de los que dicen que no hay seguridad, que hay violencia, que hay miseria, que hay comunismo, entonces lo vio igualito, con sus calles limpias, sus lujosos carros, sus faros encendidos, sus fachadas multicolores, su esencia chic y altanera. Se aproximaba la Navidad de 2010. Muchos barrios habían desaparecidos. Muchos damnificados. El gobierno actuó rápidamente.
Ahora se encontraba en un refugio. Con los ojos hinchados de dolor y angustia porque además de la muerte de Carlos sus padres no aparecían, volvió a mirar al locutor de la televisión papel en mano: "Amigos televidentes les informamos que hay centenares de damnificados, ríos desbordados, quebradas que arrasaron todo, muerte desolación entre los pobres...el gobierno trata de sacarle provecho a todo esto mientras que la oposición denuncia que puede ser que Chávez tenga la culpa de que haya llovido tanto sobre Venezuela" Y entonces en un mínimo soliloquió, Pedro agregó: "Pero ¿por qué son ellos los que se quejan?
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