El señor Gustavo Cisneros recientemente adoptó la nacionalidad dominicana, otorgada por el flamante presidente Leonel Fernández quien constantemente está enarbolando las virtudes empresariales y las dotes de notable inversionista de este famoso capo global.
Ya al capo global de Gustavo Cisneros muy poco le queda en Venezuela. Una minucia, la lacra de Venevisión.
El capo Cisneros envió sus condolencias a la familia dividida de CAP. Le expresó a Cecilia Matos su gran dolor “por tan lamentable pérdida”, aún cuando CAP se consideraba traicionado por Cisneros. CAP le había pedido que continuara la guerra civil mediática tal cual la sostenía Globovisión, “un canal muy valiente, porque tú nada debes temer cuando te apoya Estados Unidos”.
Cisneros le recordó en una misiva de 2003, que él, CAP, debía recordar que Venevisión le había salvado el 4 de febrero de 1992, y no debía ser tan malagradecido. CAP le respondió que toda la fortuna que él y su padre don Diego habían logrado en Venezuela se lo debía al partido Acción Democrática, sobre todo a Rómulo Betancourt que era un gran visionario en su decisión de apoyar a la empresa privada.
Cisneros tuvo que callar, y más nunca volvió a comunicarse con el hombre que aspiraba a que algún día escampara para volver por sus fueros.
Veamos cómo fue que Venevisión salvo a CAP en aquella madrugada del 4 de febrero de 1992.
El día 3 de febrero de 1992, por la noche, hubo un gran ajetreo en Venevisión, por un programa a todo trapo que se debía hacer para el próximo Sábado Sensacional. En la estación se recibió, a eso de la una y media de la madrugada, un reporte según el cual se había producido un gran tiroteo cerca de la avenida Andrés Bello. Se requerían con urgencia varias cámaras y reporteros. Lo que se estaba armando para el espectáculo se paralizó. No era aquello un enfrentamiento casual entre malandros o bandas de Sarria o Negro Primero.
La entrada al estacionamiento del canal comenzó a ser custodiada por un gran
número de hombres armados.
El presidente Carlos Andrés Pérez iba en una azarosa y compungida caravana que
había conseguido escapar de palacio. Se dirigió primero a Televen, hacia Los
Charaguamos, y el que guiaba la estampida era el contralmirante Huizi Clavier.
Buscaban desesperadamente un canal para hacer una alocución, con la mala suerte
de que la comitiva fue recibida a plomo, cerca de Las Tres Gracias: estaban
atacando a la DISIP. La caravana sin embargo, en el desconcierto rompió, la
cadena de la alcabala de Telaven, entró al sótano, comenzó a girar en redondo
por entre pilares, pero el estruendo exterior de los bombazos les hacía creer
que las acciones también se estaban suscitando dentro de este canal.
El puesto de vigilancia de Televen estaba desolado. Se enfilaron entonces en
dirección al Canal 4. Estaba CAP pulsando un teléfono para comunicarse con la
Embajada americana, pero el aparato estaba interferido. Finalmente alguien
responde, y CAP comienza gritar: “- ¡Sí, habla el Presidente de la República!
Sí. Sí, soy yo. Hay una gran emergencia y necesito un plan de protección
inmediata. No tengo control de la situación; no sé qué está pasando. Del
ministro de la Defensa no sé nada, y esta confusión es gravísima. Que se haga
una averiguación, y se me faciliten los medios para conocer la real situación
de la Armada. No, no estoy en palacio; pero bueno... No sé cómo se llama esta
avenida, mira Huizi ¿por dónde vamos?”. Se cortó la comunicación.
A eso de las dos de la madrugada, varios vehículos llegaron al estacionamiento
de Venevisión y se debía ya tener conocimiento del caos, porque el grupo de
hombres fuertemente armados rodeó la entrada. El parpadeo intrigante de las
luces de una ambulancia, que no se movía, como si se esperara una orden para
evacuar el lugar, presagiaba algo funesto: que se fuera a producir un ataque
contra el canal. Luego voces de radio de la gente de seguridad pusieron al
descubierto que en la ambulancia había militares norteamericanos. La pequeña
caravana que acompañaba a CAP entró al sótano. Había voces desajustadas, un
misterioso secreto en la gente que iba y venía, asustada. Se oyó gritar, que
por favor dejaran dos carros un poco más arriba, “por si acaso, y que los
vigilantes suban con las armas a la terraza”.
Un gran desasosiego, pasos apresurados en los pasillos, y gran cantidad de
técnicos pidiendo los equipos para llevarlos a unos los móviles especiales, los
mismos que tenían preparados para la retransmisión del próximo sábado.
Y apareció Gustavo Cisneros porque realmente la cosa en Caracas estaba fea, y
quería saber si se podía despegar desde La Carlota, en caso de una tragedia
total. Hubo alguien en una oficina que gritó: “¡Si no están en diez minutos
allá arriba, yo mismo subiré coño!” Así hablaba Gustavo.
¿Hacia dónde se dirigía todo aquel personal que iba a realizar una grabación
para Venevisión en un prostíbulo, llamado Hotel La Colina? Se hizo allí por
asuntos de seguridad. Todavía los historiadores analizan el caso. Hacía uno de
los cuartos de aquel hotelito subió la comitiva que rodeaba al Presidente, al
lado de un balcón, donde ya unos tres obreros colocaban tabiques y decoraban
con alfombras un piso estragado y viejo.
Cisneros le había garantizado a CAP que lo pondría al aire, y en menos que
canta un gallo dispuso para su protección a varios guardias cubanos. El oficial
que acompañaba al señor Cisneros era del Comando Sur, bajo el mando del coronel
Winston Cover, quien tenía órdenes para llevar a CAP a la embajada americana en
un helicóptero, si llegaba a fallar la transmisión por Venevisión.
Cuando el Presidente entró con su cortejo, el ajetreo en el hotelito fue de
dios y padre nuestro. El Presidente llevaba una semana durmiendo poco, en medio
de grandes ajetreos. Acaba de llegar de Estados Unidos, y unos documentos que
tenía que firmar para unos contratos estaban siendo horriblemente retrasados, y
ahora sabía que debía dar una explicación al mismo Gustavo, y coño, en tal mal
momento. Allí a su lado, el Contralmirante Huizi viéndole deprimido, le dijo:
- Esto es historia, Presidente.
- ¿Historia, cuento o película? No me lo diga, y ¿por qué sigue sin aparecer
Fernando Ochoa Antich?
Los ojos fijos y vidriosos de Pérez, con un sudor frío, que no cogía el
colorete que trataban de ponerle. En dos ocasiones había dicho Pérez al llegar:
“qué vaina, qué vaina”. Le echaba la culpa a Ochoa Antich. Llamaba la atención
la altivez de Cisneros quien parecía mucho más formal, más seguro de sí y más
neto en medio de aquel caos. Cuando finalmente se pasó al pequeño cuarto para
la grabación, se produjo una extraña vacilación en Pérez y se escuchó cuando
don Gustavo le dijo: “No, no, le digo que no señor. Usted tiene que dominarse,
o llamo a un médico. Es la hora de dirigirse serenamente a la nación y hacer
ver que usted está en total control de la situación. Olvídese de Fernando Ochoa
Antich”.
Hablaba Cisneros de manera imperiosa, como le solía hablar a sus empleados. A
los pocos minutos se encendieron las luces y CAP se miró varias veces en un
espejo pequeño. Se aclaró la voz, se ajustó el nudo de la corbata y pidió un
poco más de colorete. Percibía un olor rancio a coyunda, sí a “coyunda”, quizá
era el correaje de tantos compromisos atados a su cuello, “maldita sea”. Cogió
un papelito donde le habían escrito algo uno de los asesores de Gustavo y lo
memorizó. Movía con temblor nervioso los labios, y don Gustavo dio dos
palmadas: “Vamos, vamos, que esto está muy ceremonioso”. Se trajo una bandera
de Venezuela, bastante ajada, se le colocó por detrás al mandatario, y se
encendió la luz roja de la cámara. Entonces CAP habló del gran desprestigio a
nivel internacional en que habíamos caído Venezuela por culpa de unos
irresponsables: “Me dirijo al país con firmeza pero con indignación...”.
Don Gustavo, con el rostro hierático, no le quitaba la mirada a CAP, y cuando
terminó, le dijo que pasara a un bañito y se lavara la cara. El Presidente se
secó con papel higiénico y una empleada que no le perdía de vista le quitó
algunas pelusas blancas de la frente.
CAP tenía la cabeza llena de dudas, pero no encontraba cómo expresarlas, y
además, por la mirada de Gustavo, se veía claramente que era éste quien le
tenía prohibido hablar allí delante de la gente que le rodeaba.
Finalmente, a la salida del hotelito, hubo otro despelote al buscar cada uno de
los personajes importantes un puesto en los carros. Iba el magnate Gustavo
serio, sumamente preocupado: Lo que nunca imaginó, Venezuela entrando en esas
despreciables tensiones propias de un Haití, de una Honduras, El Salvador o
Bolivia. ¿A dónde se había llegado, carajo? A pocos metros del hotelito se
produjo un hecho extraordinario: don Gustavo hace detener el carro que lleva a
CAP y se coloca en la ventanilla para hablarle al Presidente, y le dice: “A
partir de hoy las reglas de juego no son las mismas. Usted tiene compromisos
muy serios que cumplir, y si no está en condiciones de seguir al mando de la
república, dígalo con valor, lo exijo en nombre del grupo que represento. Le
rogamos que no vaya a perder la calma. Tenga usted buen día”. Don Gustavo giró
dándole la espalda, sin permitirle siquiera que CAP le replicara nada. Quizá no
era el momento, ni había tiempo que perder.
A partir de aquel momento Venevisión cambió totalmente: A los pocos minutos un
mar de políticos inundó sus estudios. No había un lugar dónde meterlos a todos,
cómo atenderlos. Todos aquellos políticos que llegaban con bromitas y agudezas
tontas, y que había que ponerlos en el aire inmediatamente. Salvar a la
democracia era lo prioritario, y el congestionamiento era enorme: Rafael
Caldera -el Diablo Cojuelo., Duodeno Fernández, Luis Toronto Camping; el
experto petrolero, Quirós Corradi; el marxista, Teodoro Petkoff; el opudeísta
José Rodríguez Iturbe, y apareció finalmente el General Fernando Ochoa Antich,
Andrés Velásquez, Andrés Eloy Blanco, Hilarión Cardozo, Carlos Blanco, Claudio
Fermín, Pedro Pablo Aguilar, Luis Alfaro Ucero,..
No había espacio en la sección de belleza, para atender tanta gente, ni
suficiente colorete para darle forma humana y decente a aquellos personajes,
realmente muertos. Escuchando que lo que había pasado era un peligro pasajero
porque un país es del que lo ama, y que aquella concentración en el canal tenía
la sartén por el mango y nadie se la iba a quitar.
El Mofletuo José Rodríguez Iturbe, era el que más movía los cachetes, y
exclamaba:
- Patria hay una sola, y los verdaderos representantes del patriotismo de este
país son los que están aquí en este canal. No vamos a permitir que un sargentón
nos gobierne.
Fin del sainete.
jsantroz@gmail.com