Se nos ha ido desarrollando un especial sentido para descubrir escuálidos profundamente anormales: en mi caso, apenas me miran los ausculto con severa rigurosidad; los veo lanzar una sonrisita como de mueca, tosen y luego sueltan sus pequeños y burdos dardos con un lamento: “Ay, este país…”.
- ¿A qué país se refiere, señora?
- A cuál va a ser, al del sátrapa, ¿es que acaso usted vive en la luna?
- ¿Pero qué pasa con su país, señora?
- Qué va a pasar, miren cómo lo tienen
- ¿Pero y cómo lo tienen, por favor explíquemelo?
- -Usted como que es comunista o un soberano mamador de gallo.
- ¿Y es que la cosa antes era diferente?
- No este desastre, por su puesto.
- ¿Pero a qué desastre usted se refiere, hábleme en concreto?
- ¡A no!, a mí usted no me va a mamar el gallo y váyase para el gran carajo
Andan muy susceptibles, amargados, violentos, pero lo que tienen en la cabeza sobre el país son generalidades sobre un horror que sólo ellos ven y sopesan.
El país está mal porque así lo ven y lo sienten ellos y punto.
Fingen malestares reumáticos que se les extienden por el hombro, el vientre, las manos. Todo lo ven gris, tenebroso, turbio, y no dejan de lanzar el suave quejido: “Ay, qué irá ser de nosotros, con este señor…”
Uno podría ser un gran sicólogo para descubrir y analizar el comportamiento de los escuálidos que cargan un chip antichavista en el cerebro. Predecir sus quejas, ahondar en sus angustias, lloros, temores y penas.
Requería ayer retirar unos exámenes médicos de mi esposa, y me dirigí al Centro Clínico Los Andes. De pronto la empleada se percata de que no funciona la fotocopiadora y una secretaria a voz en cuello le dice que no se consiguen repuestos y que llegará el día que habrá que hacer como en Cuba, transcribir todo a mano. Luego se queja otra empleada añadiendo que si se consigue el repuesto de nada servirá porque habrá desaparecido la tinta de los comercios. Yo nada tengo que ver en todo esta quejadera, pero ellas están esperando que yo diga algo y lo digo: “Y pensar que en ese tsunami en Japón Chávez ha sido uno de los grandes culpables, y que Dios nos agarre confesados y confesables”, a lo que responde inmediatamente, una de ellas, de lo más tranquila: “Ni para saber…”
Si estudiara antropología social me encantaría organizar una tesis sobre “Los reflejos condicionados de los perros Pavlov en tiempos de Chávez”.
Nada menos.
jsantroz@gmail.com