Hay que tener una paciencia infinita para no transpirar los humos que a su salida del sarcófago esparcen algunas momias de la MUD. Como la Cofradía de Las Esclavas del Santísimo Sacramento, que quiso redimir el pecado anidado en la carne femenina, primero con fuetazos y luego con lecciones “humanistas” y divinas, ésta emerge de una Mesa no del todo servida, pero que hoy, conmovida y abnegada como está, le da sitio de honor a la salud del Presidente Chávez no para suplicar su sanación, sino para sepultarlo vivo y por parte.
Esta sádica y laboriosa devoción, apertrechada de una bandera gringa, un aguafuerte de José María Escrivá de Balaguer, un esculpido del decreto de Carmona Estanga y un collage de amarres de espíritus infernales donados por Ismael García y santificados por Ramón Guillermo Aveledo, para que la naturaleza no se oponga tanto al paisaje ultraderechista que pintan los discursos de los inefables Asdrúbal Aguiar, Fernando Ochoa Antich, Elizabeth Fuentes y uno que otro Francisco Rivera que anda por ahí fugado de su catacumba; esta pasión apátrida la muestra a diario Diablovisión para que la malignidad que sustenta su esqueleto, se implante en nuestro día a día a fin de volvernos miércoles, susceptibles de creer en un paradigma más chévere, restaurado, suave, sedoso y acariciable de una Venezuela sin Chávez.
La consagración de este constructo antichavista, pontificado de un modo ejemplarmente fascista por el cura Palmar, en la escala de la insania moral sube peldaños a diario en los medios privados. Una corporación de aristócratas piadosos, empresarios filántropos, políticos de oficio, curas desalmados, actrices en decadencia, psicólogos y jalabolas de la legión Petkoof-Bobolongo, dedicados a labrar el certificado de defunción de nuestra revolución, pretende edulcorar su fascismo ordinario en nombre de Dios y la patria, con mensajes que, algunos, dan tumbos y se evaporan, pero otros taladran la calma y la esperanza.
Pero no podrán desinventarnos.
Aquí no hay ausencia, aquí hay revolución.
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