Se me subleva la sangre cuando veo tantos pendejos a mi alrededor.
No hay cosa que deteste más en este momento que a un pendejo, quizá porque yo lo he sido por mucho tiempo y porque lo he pagado bien caro.
Qué horrible es sentirse estafado, engañado, embaucado.
No hay peor sentimiento que éste, el que lo tomen a uno por imbécil, por tonto.
Tantos incautos, tantos creyentes por eso que mientan por allí como “tolerancia con el opositor”, como “cordializar con el enemigo”; que debemos andar de las manitos como seres idénticos los unos a los otros, en perfecta armonía social y humana con los tipos como Nixon Moreno o Jon Goicochea, con El Cuervo o con Leopoldo López.
Ojo: yo veo ninguna diferencia entre Capriles Radonski y Alejandro Peña Esclusa, entre Capriles Radonki o El Matacuras.
¿O es que acaso alguien puede creer que existan diferencias morales entre ellos?
Claro, el de la ultraderecha exige que sea el pendejo el que ame, el que pida siempre perdón, que se agarre de la manito del otro para apretarla con fruición y llenarse de dulce y amada expresión angelical.
Y la realidad que cunde por dentro de los que se creen con derecho a ser amados es otra cosa.
Esos que están allá arriba, bastante encumbrados saben muy bien marcar sus diferencias y espacios para con los muertos de hambre, con las chusma, la plebe inmunda, los desdentados, los bichos…, que se mantengan bien lejos. Cuando ellos necesiten que esos desharrapados estén a sus lados y les amen, entonces con todo desparpajo quieren dar un silbido de perro para que se les acerquen y ellos pasarle la mano por el lomo, pero eso sí, que se acerquen meneando la colita y en posición de dominados, de servirles.
Porque la manera de amar de estos hijos de puta es como lo estampaba en abril de 2002 Bobolongo en aquel editorial: “al mismo lumpen de siempre, convertidos en sempiternos pasajeros de autobuses, con un bollo de pan y una carterita de ron, para que vengan a dar vivas al gran embaucador de la comarca”.
¿Quién carajo se puede comer la horrible trácala (a menos que sea bien pendejo) de que la derecha esté interesada en tratar de tú a tú a los de abajo?
Para servir a los de abajo hay que ser como éstos, vivir como los pobres, sufrir como los desplazados.
¿Acaso puede imaginar a alguien que Bobolongo pueda prestar alguna de las majestuosas instalaciones para albergar damnificados? ¿Alguna vez lo ha hecho Capriles Radonski? ¿Puede creer alguien que las ricas familias de los Zuloagas, de los Machados, se hayan desprendido de algo que les sea esencial para sus vidas para donarlo, entregarlo a los más humildes?
Claro, echarles migajas, limosnas miserables a los pobres, lo llaman ellos practicar la caridad.
Capriles Radonski anda en campaña electoral como lo hacía en sus tiempos Eduardo Fernández, quien en una ocasión para demostrar lo sensible que era con las clases más necesitadas pasó una noche en un rancho de Petare. Le llevaron un catre y una poltrona especial. Comida a su gusto, rodeado de guardaespaldas y un televisor portátil con otras mil comodidades. Eso lo llamaba él estar con las comunidades más pobres.
No se trata de ser intolerante sino de no ser pendejo. Que nos traten al mismo nivel si es de hablar o convenir en algún asunto o tema de trascendencia. No admitamos esa palmadita en el hombro como si nos estuviésemos “adecentando” al nivel de la cordura o de la posición que ellos exigen para vivir en la armonía que a su entorno le interesa, que no es otra cosa que el sometimiento a sus viles mandatos.
Es cierto, Bolívar trató de tú a tú con el general Morillo, pero nada de palmaditas en el hombro, y Morillo de Bolívar no logró un ápice de ventaja; Chávez trata de tú a tú con Santos o con Obama, pero nada de someterse a sus dicterios y de asumir el papel de muñequito de guiñol que puede ser manejado por la fuerza del poder y entonces aparezca Chávez como usado por estos canallas. Si tratamos con el enemigo es para sacar alguna ventaja moral para la causa de la humanidad.
Uno puede acercarse al peor monstruo sin que en ningún momento uno deje ser uno mismo, ni perder los atributos morales, ni su condición humana ni olvidarse en absoluto de su clase social. Más bien, para siempre ganarle terreno al adversario en las álgidas batallas del espíritu.
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