Los asesores de Capriles Radonski, todos ellos gringos, le aconsejaron que él debía concentrarse en una campaña que en nada se pareciera a los propuestas neoliberales.
Le dijeron que debía mostrar una especie de programa centro izquierdista, no profundizar en ningún tema ideológico, no apoyarse en los proyectos económicos que dieron al traste con la IV república y aquellos que son temas de conflicto en Europa y Estados Unidos.
Le recomendaron mucho que utilizara la palabra “progreso” que fue una expresión muy utilizada por los movimientos de izquierda en la década de los sesenta.
Capriles Radonski ahora quiere presentarse como un tipo “progresista”. También está tratando desesperadamente de asirse a la expresión “evolución” en lugar de revolución, porque lo de él es puro cliché.
¡Dónde carajo se ha visto que pueda existir alguna clase de evolución en la derecha!
Realmente, la palabra “progreso” fue ampliamente utilizada en política, como dije, durante los sesenta.
En diciembre de 1960, el agente de la CIA, Adolf Berle, coordinador del grupo de trabajo del Partido Demócrata sobre América Latina, consultó la opinión de uno de sus agentes para área, el señor José Figueres, para definir la política de John F. Kennedy hacia la región. De aquí surgió la propuesta de anunciar en la Unión Panamericana de Washington el programa «Alianza para el Progreso».
Desde entonces la denominación Progreso, como término que se refiere a avance, a proyección desarrollista hacia el futuro, sentido de superación económica, adquirió una dimensión tremenda en todos los informes, artículos de opinión, libros, documentos y titulares de prensa.
No obstante hay que decirle a un montón de ignorantes, que aunque parezca insólito, el verdadero inspirador del programa «Alianza para el Progreso» fue Fidel Castro. Incluso, Fidel Castro estimó su costo en unos 20.000 millones de dólares. Esta fue una proposición que Fidel presentó en mayo de 1959 durante una visita que hizo a Buenos Aires en momentos en que allí se realizaba una reunión de la OEA.
Formalmente, los Think Tank de la época planteaban esta Alianza como una necesidad urgente para evitar que se repitieran otros ejemplos revolucionarios como los de Cuba.
Washington desesperadamente buscaba salidas a la estancada situación económica de la región, pero de manera que ellos controlaran todo el comercio: Nada de transferir tecnología, nada de permitir desarrollo soberano, nada de admitir ninguna forma de integración económica entre las naciones latinoamericanas.
Nada de buscar que nuestros países pudiesen levantar una red de industrias propias, o procurar su propia liberación tecnológica y científica. Este es el tipo de PROGRESO que Capriles Radonski persigue para nuestro pueblo.
Aquella Alianza para el Progreso en realidad se trataba de una ayuda a Venezuela a cambio de que Rómulo Betancourt luchara a muerte contra el comunismo.
Esta “ayuda económica” a través del programa Alianza para el Progreso, el único que Estados Unidos implementó para Latinoamérica en toda la historia del Siglo XX, apenas si alcanzó a la miserable suma de 200 millones de dólares; y en este caso su fin era recuperar ese dinero con creces, mediante la incorporación de grandes empresas estadounidenses que monopolizarían casi todas nuestras industrias básicas. Además, el país que solicitara un préstamo dentro del proyecto de esta Alianza, tenía que prescindir de su soberanía, lo que realmente constituyó una dádiva monstruosamente humillante.
Nada que provenga de Estados Unidos o Europa nos puede favorecer ni humana ni económicamente. En la década de los setenta Carlos Andrés Pérez implementó un plan de becas (Programa Gran Mariscal de Ayacucho) para que nuestros jóvenes se especializarán en Estados Unidos y Europa, con el objeto de desarrollar el país, de ponernos a tono con el progreso por el que tanto suspiran los pendejos escuálidos. El programa resultó negativo para nuestro desarrollo (o “progreso”). Muchos jóvenes talentosos fueron a realizar estudios en áreas en las que por décadas veníamos siendo altamente dependientes de los países poderosos. Por consiguiente, aquellos que fueron formados en el Norte o en Europa no podían venir a sentar las bases de un desarrollo propio, sino más bien a aplicar fórmulas, recetas y proyectos en extremo condicionados con lo que habían visto y estudiado (y además dependientes de una industria y cultura con la que no contábamos en nuestros propios países). Terminaron siendo profesionales que llegaron con una mentalidad perturbada, subyugada por lo ajeno, cuyo único fin era el de tratar de implantar en nuestras tierras lo que habían aprendido y visto en esos países, pero sin que nosotros pudiésemos contar con los recursos, con los medios, con los implementos y la infraestructura con la que sí cuentan esas naciones «adelantadas». Esto generó una gran frustración intelectual y humana, se disparó la baja autoestima, y peor aún por parte de estos profesionales se generó un creciente desprecio hacia lo nuestro. Muchos lo que querían irse de su país.
Lo maldecían, lo odiaban.
Todavía lo hacen “con mucha más razón”.
Finalmente, estos profesionales preparados en el exterior, consideraron siempre que la única vía para salir de abajo debía ser, tratar de parecernos moral y culturalmente a los norteamericanos, a los alemanes, japoneses, suizos o franceses.
Se llegó a crear así una élite ajena a nuestra propia cultura e idiosincrasia, que secuestró todas nuestras universidades autónomas, de modo que lo que se investigó y estudió y creó sólo tenía que ver con lo que se investigaba, estudiaba y creaba en las universidades de los países desarrollados (divergentes en ocasiones con lo que nosotros necesitamos o requerimos para nuestro verdadero progreso y bienestar). Investigar para lo que necesitábamos era indecoroso, bajo, miserable.
La deuda externa de América Latina de aquella época era sólo de cinco mil millones de dólares. Con la aplicación de la «Alianza para el Progreso» y otros planes, esta deuda llegará a superar los 850 mil millones de dólares. Es decir, fue realmente una Alianza para el progreso de Estados Unidos. Ese es el tipo de progreso que busca para nosotros Capriles Radonski.
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