Hay que ser bien cachicamo para andar mirando el caparazón ajeno sin echarle un vistazo al propio. Del tema del flaco y la caminadera, pasamos de súbito a la profunda reflexión sobre si nos conviene un presidente que, además de presumir de delgadez, se ufana porque llegó “apenas” a las cuatro décadas. Suponemos que el otro “vejestorio”, que suma en su plenitud 57 otoños, ya pisa el abismo de la ancianidad. Tanta banalidad junta provoca bostezos.
En el pastel que caracteriza a la derecha venezolana, sobrevive una enorme cantidad de fósiles, de liderazgos que se niegan a desaparecer aún cuando les llegó la jubilación en el siglo pasado. Si usted busca en el tarjetón arriba y a la izquierda, no va a encontrar la tarjeta de Acción Democrática, como solía suceder, como tampoco va a hallar arriba y a la derecha la de Copei, costumbre superada. Pero eso no significa que el pasado quedó atrás, no, lo único que deja en claro es que estos se agazaparon tras el cartoncito de la MUD que, dicho sea de paso, es tan simplón que hay que afanarse bastante para encontrarlo.
A estos “nuevos” de hoy los secunda un ejército de viejos que sueñan con el libre mercado, con el retorno al latifundio, con la liberación del control de cambio para que la moneda se dispare y ellos se hagan más ricos; que todavía rumian su rabia porque Pdvsa no fue privatizada y la torta repartida en jugosas tajadas para cada uno; que se afanan por devolverle la señal a Rctv y de paso por quitársela a los medios alternativos y comunitarios; que dicen que van a preservar las misiones pero que escriben sobre los chavistas tildándolos de monos; y eso para no hablar del temita de la gerencia privada de los servicios públicos y un largo etcétera.
A la derecha venezolana no la lidera un hombre joven, no, la encabeza un montón de cadáveres buscando su tumba; aferrados a unas ideologías que están acabando con Europa y que no han dejado otra cosa que miseria por donde quiera que han impuesto su visión mercantil de la vida. Ese, que quiere detener la revolución que ha renovado el subcontinente entero, no es un hombre nuevo; es a lo sumo un gerontopavo y, ojo, que lo de pavito le queda grande.
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