No hay que ser un semantista avezado para advertir, diez años después de la sucesión de golpes de estado concebida desde el gobierno norteamericano y planificada y ejecutada por las elites que dominaron el status quo antes de 1999 (e incluso durante y hasta la sísmica desestabilización de 2002, cuya sombra se prolonga hasta el presente), que la palabra sabojate, aun cuando define y despeja con claridad los rasgos de inverosimilitud de las variadas y trágicas consecuencias que implantó en nuestro país esta fase del golpe iniciado en Abril que desalojó a Hugo Chávez del poder durante algunas horas, no es la palabra que marca el trazado exacto, ni define con amplitud lo que sucedió aquellos meses de diciembre de 2002 y febrero de 2003, como consecuencia del complot tramado contra la industria petrolera por las elites de la llamada meritocracia de PDVSA, las cúpulas empresariales, sindicales, amparadas en el contrafuerte de la maquinaria mediática criolla y el tutelaje que sobre ellas ejercieron las grandes corporaciones mediáticas mundiales y los laboratorios de guerra psicológica que operan desde los centros de poder.
La Venezuela que, con la Constituyente del 99, colocó a los desposeídos, a la mayoría excluida de la IV República, en el primer plano de un proceso de transformación cultural y política dirigido por el Presidente Hugo Chávez, se vio sometida a un estado de perturbación tal, que gracias a su cada vez más vigorosa y encendida conciencia nacional, logró superar el escepticismo y el miedo para enfrentar lo que Raymond Chandler llama “la excitación espurea”, ese monstruo de mil cabezas adueñándose de todos y cada uno de los ámbitos de la realidad cotidiana, para rescatar la fuerza –también fonética- de la esperanza, de la sobrevivencia, y convertirlas en escudos de protección y al mismo tiempo en armas de guerra para, como en un tablero de ajedrez, no dejarse vencer por jugadas maestras del enemigo.
Alguna vez el novelista Gabriel García Márquez, frente a una insistente mirada colonizadora que cierta crítica europea hizo de su obra, en un tono quizás menos cáustico al que nos tiene acostumbrado, dijo que a veces el lenguaje resultaba insuficiente para describir la realidad: sucedía que en el lenguaje subyacía una dificultad frente a la cual García Márquez se debatía con feroz lucidez, pues la verdad no parece verdad simplemente porque lo sea, sino por la forma en que se diga, señaló a propósito de Cien años de Soledad, para luego proclamar con sorna, que los ríos que él describía allí y que dieron lugar a los espacios fundacionales de Macondo, no eran ríos “inventados”; sino reales: existían y existen en el Caribe.
La fuerza y conciencia de las palabras, y sus códigos intrínsecos o explícitos, nos han acompañado desde el “por ahora” del 4 de febrero de 1992 en un acto de emparejamiento dialéctico, especular, para redescubrirnos e inventarnos, para avanzar o errar y así alcanzar la orilla del acierto en este tiempo histórico signado por la pugnacidad con la que se debaten dos modelos: ese que no termina de morir y que muestra su ruidosa mortaja mediante el discurso fascista de la derecha “ideologizada”, que hoy se exhibe nuevamente en la escena con una escandalosa y grosera fuerza motriz originada en los medios de comunicación privados, y nuestro propio proyecto que se enfrenta a sus mitos y se interpela a sí mismo, que deposita en el pueblo su modelo de vanguardia política y se erige, se mantiene en pie gracias a su oxígeno y a sus poderes creadores, a su estelar protagonismo en la construcción del socialismo bolivariano cuyos nexos libertarios han sido elevados y contextualizados por el presidente Hugo Chávez.
Ese capítulo obsceno que maltrató el rostro de esta Venezuela renacida, ese dardo al corazón del pueblo llano, como alguna vez lo calificó el Presidente Chávez, llamado el sabotaje petrolero, encuentra en unas palabras aún inéditas de la camarada Kloriamel Yépez Olivares, un trasbordo que nos vuelca de nuevo a la a la literatura y a uno de sus más grandes exponentes, un cronopio de los nuestros, Julio Cortázar: “Acuso a Cortázar de plagio anticipado porque “Todos los fuegos el fuego” es el único título posible para las largas noches y los largos días apurados por los venezolanos luego de la bufonada de Carmona con su corte mediática. Todos los fuegos el fuego de la lucha de clases encendida a pleno vapor en las calles urbanas y suburbanas de nuestra geografía entera. Todos los fuegos el fuego de la vida abriéndose paso entre la canalla genocida, todos los fuegos el fuego de la muerte que apagamos tizón por tizón” ( Fuegos de Vida y Muerte)
También, y más allá de estos signos que le otorgan a la historia venezolana de las tres últimas décadas visos semi reales, es hora de decir que en esta guerra que libramos “algo” nos apunta a veces escandalosamente, pero otras desde el sigilo pero con una siniestra objetividad, ese “algo” jamás se doblega y cumple a cabalidad su finalidad, la de erosionar y socavar el crecimiento de esta memoria -aún adolescente- que va re-configurándose en el imaginario colectivo de millones de venezolanos que nos hemos plantado para defender la revolución bolivariana con la más plena y absoluta convicción.
Bastaba hasta hace pocos meses leer entre líneas los discursos de Capriles Radonski o de sus voceros, para comprender la densidad de la verdadera agenda fascista que pretendían aplicar a Venezuela: hoy no hay vericuetos lingüísticos, ni chuletas. Es frontal, desvergonzado, sin simbolismo el ataque, y en esa escalada están, desde luego, los medios de comunicación privados y las grandes transnacionales mediáticas cumpliendo e instrumentando un escenario de guerra psicológica, espionaje y otras acciones que trazan el mapa de una estrategia de Black Ops u Operación Negra en nuestra patria.
Frente a este escenario que exhibe a la derecha venezolana en su condición de una pieza más del modelo de Guerra de Cuarta Generación desplegado por el imperialismo norteamericano a través de la CIA y el poder mediático, cuyos objetivos han fueron expuestos en el programa de la MUD y en el discurso de Capriles, y que revelaban sus aspiraciones de privatizar a PDVSA (como también lo plantea hoy Julio C. Reyes en su programa de gobierno), abolir las Misiones Sociales, desmontar el proyecto bolivariano y lesionar nuestra razón de ser como pueblo, regresando a la historia de la globalización neoliberal que hoy sucumbe ante nuestros ojos y enmascara una peligrosa ambición fascista, el pueblo venezolano está diciéndole adiós a ese territorio poblado de tragedias seculares.
Por eso, nada ha terminado. Apenas comienza esta batalla. Este 16-D protagonizaremos otra contra estos peones del imperio.
Barinas, 26 de Noviembre de 2012
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