Quienes respaldamos la cruzada por arrasar con los viejos valores que durante décadas maniataron a nuestro pueblo, contemplábamos absortos la reacción del diputado Richard Mardo el martes 5 de febrero en la Asamblea Nacional. Risas y sonrisas se clavaban en su rostro, cuando su colega Diosado Cabello mostraba una a una las copias de cheques que en principio apuntan a un posible caso de asquerosa corrupción moral en la que Mardo estaría involucrado.
¿Cómo llamarle, si no es cinismo, a la actitud del parlamentario aragüeño? Otro u otra en su lugar, mínimo hubiese guardado una compostura algo más conservadora. No son conchas de ajo lo que está en juego dentro su ya cuestionada carrera política.
La confianza apesta, dicen por allí, tanto como la descarada franqueza de este asambleísta que luego de los señalamientos admite con impresionante rapidez su vínculo con empresarios que han financiado -y que tal vez lo hacen aún- sus actividades proselitistas. Uno, creyente todavía del derecho a la inocencia en hombres y mujeres e ignorante de si Mardo ejerce el libre ejercicio en alguna profesión, creyó tontamente que esta pudiera la razón de tan pingues ingresos. Vergüenza propia nos dio haber caído en semejante aspiración humana.
Para cerrar su faena desmoralizante y libre de toda ética, acusó a quien en su momento llamó el “diputado talanquera”, de haberlo conminado a abandonar las filas de la derecha para ganar así absolución automática. Luego de su mamarrachada conducta ¿aspira realmente que alguien le crea? ¿quién nos asegura que cuanto dice es verdad? Si fue convocado para tal fin ¿por qué no se ganó unos puntos denunciándolo públicamente en su momento? ¿no le da “cosa” creer que la gente se chupa el dedo? ¿cómo hizo para engatusar a los tres o cuatro que votaron por él en las elecciones del pasado 16 de diciembre de 2012?
Las autoridades no deben perderle la pista. Nada difícil es comprender la razón de esta advertencia.
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