Ocurrió en uno de los cubículos de Asamblea Nacional, dos horas antes de comenzar las habituales discusiones de los diputados para tratar el caso Mardo.
No es que Hiram sea más decente ni más culto que Julio Borges sino que en toda su vida se ha cuidado de guardar las formas, eso que llaman el buen tono diplomático, las apariencias metódicas, el recato sibilino y extraordinariamente falso del que mueve la cola entre loros y perros de presa.
Por otro lado, Julio en su inmensa peluca calva, en su arrogante pudibundez y que de “aristócrata”, admira el agraciado don de altiva civilidad de Hiram. Exactamente como le ocurre a la familia de María Corina Machado con el historiador Germán Carrera Damas, a quien por el Herodoto (más docto) de América. Estos politiquillos de derecha en Venezuela es de lo más cutre y hortera que quepa imaginar. Por eso mismo son muy peligrosos: la ignorancia es audaz y criminal.
Ante el caso de Mardo, pocos días de que la AN decidiera allanarle la inmunidad parlamentaria, Hiram quiso discutir el caso con Julio de manera que la oposición asumiera lo que se dice una argumentación de altura aristotélica y maquiavélica a la vez. Le decía Hiram:
El punto es que nosotros debemos revisar con sumo cuidado el caso, y no embanderarnos de manera directa y frontal con un particular sino plantearlo de manera general y con un talante estratégicamente ético.
Julio siempre le escucha chupándose su diente roto, y aunque considera a Hiram como uno de sus maestros espirituales más profundos, él en cambio se pondera a sí mismo como un vehículo blindado de combate de la más ruda escuela de los espías de la universidad de Yale (aunque nunca haya estado allí). Él, Julio, se considera un hombre práctico, fáctico de toda facticidad y de elevadas dotes proverbiales que mira el mundo como a una simple caraota sin retoñar. Hiram por su lado, insisto, considera a Julio de las misma manera así como la familia de María Corina Machado ve al portento intelectualísimo de Germán Carrera Damas: figuras inalcanzables del conocimiento universal; pero igualmente al revés, tanto el Hiram como el Germán Carrera se figuran que tanto María Corina como el Julio Borges son especies de enconados Bismarck que viven buceando en las más cruentas pocetas o cloacas de la más pútrida venezolanidad y que lo hacen con un tino que dejan a los Borgias en pañales.
Y cuando hablan Julio o María Corina a estos portentos de la más supina genialidad, callan y hasta sufren catastróficos y líricos orgasmos de purísima mesmedad.
Por eso, en relación con el caso de Mardo, Julio fue claro y penetrante (muy práctico):
No nos andemos tanto por las ramas, Hiram. Ya todo está muy bien definido en Venezuela, y ese panorama ya no lo cambia nadie. Ellos tienen su grupo que va en descenso. y nosotros el nuestro, cada vez más fortalecido con la gran guerra internacional de nuestros solidarios amigos en el mundo. Todo lo que nosotros hagamos sobrepasa ya las dimensiones de cualquier categoría ética o moral. Nadie de los nuestros se va a pasar para el lado contrario porque vayamos a defender a uno de los nuestros que cualquiera que haya sido la razón haya cometido algún pecadillo, que por la circunstancias que sea haya hecho algo indebido. Eso, a estas alturas, no nos hace mella para nada. Y se ha probado en miles de circunstancias que ya nadie le para a acusaciones contra ladrones o asesinos en esta dura lucha que estamos dando. Hay que tener en cuenta que la política es siempre cuestión de barro sangrante, escupitajos, bofetadas, ojos amoratados, chichones remendados y hasta acicalados. No somos monjitas de la caridad para creer que por lo que hacemos vamos para el infierno o nos va a poder condenar alguien. Ahí están por ejemplo todas las payasadas de María Corina, y mira, ahorita tiene más popularidad que Leopoldo López. Ellos tienen su gente y nosotros las nuestra. Viene un forcejeo, estamos en ese forcejeo y la cuerda en algún momento tendrá que reventarse. Ellos son como son, y nosotros somos como somos. Nadie va a poder cambiar eso. Dejemos a Mardo tranquilo, y defendámoslo con toda nuestra fuerza, porque los que nos siguen creerán ciegamente lo que digamos para defenderle, aunque sean exabruptos.
Hiram sonrió satisfecho de aquellas profundas verdades, y abrazó a su querido guerrero y hasta quiso besarlo.