A Clotilde, con amor

La fotografía habla por sí sola. Una mujer carga con los electrodomésticos que ha conseguido robar en el saqueo de unos grandes almacenes de Venezuela. Tiene la boca desencajada por una risa histérica y la mirada extraviada. Su expresión demente es la metáfora de la locura que arrasa el país. La turbamulta, jaleada por Nicolás Maduro, se ha lanzado al asalto de los comercios. La instantánea ha dado la vuelta al mundo. La imagen simboliza la descomposición de toda una sociedad tras quince años de chavismo.

Pero ocurre que la mujer no robó nada. Los productos–una plancha, una licuadora y un reproductor de DVD- fueron comprados con el salario de su trabajo como empleada doméstica. Clotilde, que así se llama la supuesta ladrona, enseñó las facturas a los pocos periodistas que llamaron a su puerta. Confiesa que ha llorado mucho estos días, que no entiende por qué está en todos los periódicos ni por qué la llaman la saqueadora de Daka, en referencia a un establecimiento que, efectivamente, fue asaltado. Pero el suceso tuvo lugar en Valencia, a 170 kilómetros del barrio de Boleitia, en Caracas, donde Clotilde vive con su familia en una pequeña casita de autoconstrucción aún a medio terminar. De hecho, ella nunca ha estado en Valencia. Para los pobres, 170 kilómetros es un mundo.

Ocurre también que Clotilde es negra, viste humildemente, no se maquilla y aparenta todos y cada uno de sus 56 años. La fotografía no podía ser más que de un saqueo. Si hubiera sido una joven blanca de atractiva sonrisa el mundo vería a una persona feliz por hacer sus compras en un sistema que la provee de todo cuanto se le antoja.

Sin embargo, los prejuicios no se doblegan ante la realidad. Cuando se supo la verdadera historia de Clotilde, las miradas se dirigieron hacia el reproductor de DVD. La licuadora y la plancha, en su condición de mujer y ama de casa, podían tener una justificación. ¿Pero el reproductor de DVD…? Una negra pobre no tiene derecho a ver las películas que quiera. Para una negra pobre como Dios manda están las telenovelas, donde le enseñan cuál es su lugar en el mundo. Si es paciente y sumisa, los ricos le darán algunas migajas de vez en cuando.

Ocurre, además, que en Venezuela no hay saqueos, ni Maduro ha ordenado asaltar las tiendas. El presidente ha decidido hacer uso de sus atribuciones legales para poner fin al chantaje al que el enorme poder empresarial estaba sometiendo al pueblo con el objetivo político de derribar al Gobierno. La cúpula empresarial lleva meses hinchando artificialmente los precios para crear el descontento social. La gran mayoría de comerciantes se ha sumado a esta táctica, unos por identificación ideológica, otros por afán de lucro y el resto obligados por la dinámica. Su gigantesca maquinaria mediática –el 85% de los medios de comunicación son propiedad de la derecha- les permitía difundir el mensaje de que el desmesurado incremento de los precios era culpa de la política económica gubernamental.

En las inspecciones ordenadas por el presidente venezolano se han detectado sobreprecios injustificados de hasta el 1.200%, siendo lo normal alzas del 500%, 600% y 700%. Se llegaron a encontrar lavadoras a 7.500 euros, cuando su coste de adquisición por parte del comerciante era de 615 euros. ¡Qué diferente sería la situación de España si Zapatero o Rajoy hubieran obligado a bancos y constructoras a bajar los precios de la vivienda en lugar de hinchar irresponsablemente una burbuja cuyo estallido pagan ahora las clases populares!

Las colas en los establecimientos están formadas por aquellas personas que apenas han podido adquirir bienes durante estos meses a causa de los precios desorbitados. Y es cierto que hubo un saqueo, el ya citado de Valencia, más otro intento controlado por la policía en Los Teques, ciudad dormitorio de Caracas. Fueron dos incidentes aislados. La tranquilidad es la tónica dominante.

Todo esto no aparece ni aparecerá en la prensa venezolana e internacional. Soy periodista desde hace 25 años. No reniego de mi profesión, pero tampoco soy tan ingenuo como para ignorar que los medios de comunicación de masas y las personas que en ellos trabajan renunciaron ya hace tiempo a su deber de informar con rigor y veracidad. Son –somos- meros instrumentos de propaganda al servicio de los grandes poderes económicos. Venezuela es la pieza que se quieren cobrar. Su pecado es haberse atrevido a tomar una senda diferente a la del neoliberalismo. Aunque apenas sea un rasguño en ese enorme muro mediático, valga este simple artículo como desagravio y homenaje a Clotilde. Gente como ella son el verdadero corazón del pueblo.

Alejandro Fierro es periodista del Estado español residente en Caracas y miembro de la Fundación CEPS.


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Alejandro Fierro


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