Cuando usted vea un venezolano montándose en un avión, para viajar al exterior, con dólares regalados por el gobierno y hablando mal de su patria, a todo pulmón para que todo el mundo lo escuche; usted se habrá topado con un enfermo de escualidismo crónico.
Para no generar dudas, aclaramos, acto seguido, lo de los dólares regalados. Esos que reclaman la asignación de “sus dólares”, reciben, como cupo de viajero, 2500 dólares en tarjetas de crédito y 500 dólares en efectivo. Por eso dólares pagan al Estado 300 mil bolívares.
Pues bien, no han terminado de recibir la asignación de “sus dólares” cuando acuden al mercado negro a vender lo recibido en efectivo. Esos 500 dólares los venden por 350.000 bolívares, recuperando así todo lo que pagaron y “ganandose con el sudor de su frente” 50 mil bolívares. Tienen entonces como regalo algo más de diez sueldos mínimos y 2500 dólares para gastar con su tarjeta de crédito. Todo, sin poner un centavo de su bolsillo… Inmorales es lo que son.
Pero bueno, volviendo con la enfermedad del escualidismo. Lo que padece esa gente es para tomarlo en serio; es un problema de salud pública… y grave. El daño cerebral que sufren los enfermos de escualidismo es inmenso y en su etapa crónica afecta la capacidad individual y colectiva de pensar con lógica, sin contradicciones y con un mínimo de eso que llaman conciencia ciudadana. En otras palabras, un enfermo de escualidismo contradice con sus actos los valores que dice tener; acepta el delito y el crimen como algo positivo si es cometido por alguien que piense como él o contra alguien que piense diferente y respalda acciones, cometidas por gente que no conoce y que perjudican a su familia, si las mismas tienen como objeto afectar al gobierno de su país… Que alguien nos diga si eso no es una enfermedad peligrosa para el ciudadano común y para el colectivo del país.
Algo hay que hacer, pero no puede verse con indiferencia el que un ciudadano elija como diputado a un asesino (acusado por la propia esposa de la víctima) simplemente porque el criminal era el jefe de la policía de un político al que respalda. En ese acto, no hay sólo estupidez, hay todo un proceso mental que conduce a dar por cierto y por bueno todo lo que me dice aquel que tiene mi misma posición política (aunque se trate de una imbecilidad) y por falso lo que diga el que piensa diferente, aunque muestre pruebas irrefutables.
Lo peor es que la enfermedad los conduce a atentar contra los suyos y contra ellos mismos. Los hemos visto celebrar la muerte de ciudadanos a los que ni siquiera conocían; apoyar un acto criminal como el sabotaje petrolero; respaldar unas guarimbas organizadas por grupos minúsculos, que les impiden asistir a sus trabajos, a sus hijos asistir a clases, a los enfermos llegar a los hospitales y entre otras cosas, a los empresarios y comerciantes abrir las puertas de sus negocios… Si esto no es una autoflagelación ocasionado por un desorden mental, que alguien nos de otra definición.
Para los enfermos el CNE es creíble cuando sus candidatos ganan y una institución corrompida cuando pierden. Los tribunales de Justicia nunca actúan a derecho cuando condenan a uno de los suyos, pero les parece una maravilla cuando toman decisiones como aquella que determinó que en Venezuela no hubo golpe de Estado en abril de 2002. Exigen democracia y libertad cuando hacen lo que se les viene en gana, olvidando que su enfermedad los llevó a celebrar el carmonazo que resultó ser el acto más antidemocrático que la mayoría de ellos jamás haya visto.
¡No, qué va! Aquí hay algo más grave de lo que muchos creen y de verdad no basta con decir que esa gente está loca. Sus inocentes hijos, que son hijos de la patria, son sus primeras víctimas.
Podríamos aquí seguir describiendo las acciones de esa gente que nos mueven a la preocupación, pero la nota se haría demasiado larga. Preferimos comentar los últimos hechos que reafirman que la situación se agrava.
Uno de esos hechos lo representan las afirmaciones de los enfermos de escualidismo que aun sufriendo la escasez de alimentos, se oponen (sin proponer otra opción) al uso de captahuellas para evitar el “bachaqueo”. Algunos han llegado al punto de expresar que prefieren morirse de hambre o pagar bien caro los alimentos, antes de aceptar la humillación de dejarse tomar las huellas digitales como si fuesen delincuentes. Sin embargo, hay que ver el orgullo con el que se dejan tomar una foto y la huella digital de los DIEZ dedos de sus manos, para poder entrar a gringolandia.
Otro de esos actos característicos de la enfermedad está en pleno desarrollo. En las redes sociales se derrama odio a granel contra funcionarios judiciales y contra el chavismo por apresar a unos delincuentes que violaron su libertad condicional (impuesta por actos de terrorismo) y que como si fuera poco fueron expulsados de Colombia por atentar contra la seguridad de esa nación.
Los delincuentes fueron grabados y filmados haciendo planes para poner bombas en discotecas y licorerías. Esto, obviamente, generaría víctimas inocentes entre los cuales podría estar el hijo de uno de esos enfermos, pero la reacción y los comentarios de esa gente ha sido: “que mueran los que tengan que morir. Nunca el precio será alto si salimos del chavismo”
Díganos usted, amigo lector, si tenemos motivos para estar preocupados o no. Ya no se trata de que vean como un estadista a un analfabeta funcional como Manuel Rosales; ni de que crean que los bombillos ahorradores tienen cámaras incorporadas para expiarlos, ni de que el gobierno le vaya a quitar a los padres 12 millones de muchachos para enviarlos a Cuba.
No, se trata de algo mucho más grave que tiene características de pandemia.
Algo hay que hacer