La oposición se burla -como ya es su costumbre- cuando el Gobierno bolivariano y los chavistas en general acusan al imperio norteamericano, al paramilitarismo colombiano y a otras mafias y grupos poderosos de los crímenes de líderes rojos rojitos en Venezuela.
No creen –o se hacen los que no creen- en la planificación y coordinación de los asesinatos del fiscal del Ministerio Público Danilo Anderson, del capitán (r) Eliecer Otaiza y ahora del diputado Robert Serra. Les parece poco. Todavía no ven en estos homicidios la injerencia de organizaciones criminales que se fueron conformando desde que El Comandante Eterno asumió el poder, y que nunca han descansado en su objetivo de desaparecer todo vestigio revolucionario con acciones violentas, que ya han derramado bastante sangre en esta tierra de Bolívar y Zamora, como las que acabaron con la vida del cacique Sabino Romero y de Pedro Doria (padre) y Pedro Doria (hijo) en Perijá. Vinculan sin ningún pudor estas muertes a hechos fortuitos ejecutados por el hampa común que nadie niega es alta y preocupante, pero esto es una cosa y otra la comisión de delitos al mejor estilo de Hollywood en los que sumamente se evidencia el factor político.
Cuando Capriles Radonski hizo el llamado de arrechera y la gente se comenzó a matar, los adversarios responsabilizaron a los revolucionarios, pero si uno sacaba la cuenta de los fallecidos se enteraba que, por el contrario, la mayoría era chavistas. Después Leopoldo López y María Corina Machado exhortaron a la gente a salir a la calle, y luego que se desataron las guarimbas culparon al presidente obrero Nicolás Maduro del desastre.
Por eso, en lo que a mí respecta, pienso que la cuestión debe ser analizada un poco más allá. No sólo debemos reflexionar sobre los crímenes en los que, repito, se palpa a leguas una intencionalidad conspirativa en contra de la revolución. Aquí también debemos considerar que Willian Lara pereció en un accidente de tránsito en San Juan de Los Morros, estado Guarico; Luis Tascón falleció durante una intervención quirúrgica debido a un cáncer de colon, Lina Ron expiró como consecuencia de un infarto al corazón, lo mismo que Carlos Escarrá; el Comandante Eterno dejó de existir después de una larga batalla contra un cáncer del que muchos dicen fue inducido, ahora ante todos estos decesos de chavistas yo me pregunto: ¿será posible tanta casualidad junta? … esas cosas tal vez pueden ocurrir en la vida, pero uno mira al otro lado y observa que a los líderes de la oposición no les da ni gripe.
Si vemos la situación en el plano internacional, nos encontramos que Néstor Kirchner, expresidente de Argentina y secretario general de la Unasur, expiró de un paro cardiorespiratorio; Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, sufrió de un cáncer linfático. El presidente paraguayo, Fernando Lugo, padeció de un linfoma. Luego le diagnosticaron cáncer a Hugo Chávez y por último el expresidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula da Silva, se sometió a sesiones de quimioterapia para combatir un tumor maligno en la garganta; como se puede ver, todos se tratan de mandatarios considerados progresistas en América Latina, ahora bien ¿eso es coincidencia?, no sé, pero de los principales gobernantes de otros países que defienden a capa y espada el sistema capitalista no se escucha siquiera que alguna vez se hayan resfriado.
Volviendo a Venezuela, igualmente tenemos que los dirigentes que militaron en el chavismo y después saltaron la talanquera tampoco han sufrido enfermedades ni daños letales, y actualmente gozan de buena salud.
Pareciera, en consecuencia, que en este país sólo se requiere ser líder chavista para estar sujeto a un desenlace fatal.