Comencemos por decir que la certeza sobre la inocencia o la culpabilidad de un individuo acusado de hechos tan graves como los que motivaron la condena de Leopoldo López, no puede estar basada en la información que sobre los hechos dé la prensa, los familiares o los amigos del procesado. De ser así, no habría necesidad de hacer juicios. Bastaría con recoger la información de los medios, hacer una llamada a la esposa del enjuiciado y unas pocas más a sus amigos y compañeros de partido… La justicia es mucho más que eso.
La definición que los defensores de Leopoldo le dan a su juicio y a él mismo es la de juicio y preso político respectivamente. Para nada se considera el derecho de las víctimas, a que el autor intelectual de su desgracia fuese enjuiciado.
Existen casi mil víctimas que no se suicidaron o se auto flagelaron y ellas también tienen derechos humanos. Ni el Estado venezolano, ni ningún otro estado puede dejar de responder a ese derecho, cediendo al chantaje de no enjuiciar a un opositor por temor a ser acusado de represivo o violador de los DDHH. López tenía que ir a juicio en Venezuela o en cualquier otro país donde hiciera lo que hizo. La decisión de inocencia o culpabilidad debía determinarse en el juicio, pero a juicio tenía que ser sometido.
El razonamiento anterior es válido a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, hemos visto a cientos de políticos, medios, artistas y militantes calificar el juicio de López como una retaliación del gobierno contra un dirigente político opositor, sin que ninguno de los que así opinan o hacen propaganda a favor del reo, se haya dignado a rebatir algunas de las pruebas aceptadas en el juicio y que influyeron en la condena y en la pena establecida. Tampoco han llamado a las víctimas para escuchar sus testimonios, hecho que obviamente si se hizo en el juicio. Las experticias realizadas por los cuerpos de investigación tampoco fueron revisadas por este tipo de gente.
Esa posición de solidaridad automática significa que las víctimas (heridos) querían que los culpables de su desgracia queden libres y López acusado en sustitución; los testigos eran falsos; los fiscales agentes del gobierno y la juez una corrupta que sigue instrucciones del ejecutivo. Por supuesto, ni una sola prueba han presentado que justifique semejante argumentación.
Ahora, más allá de un juicio en el que López tuvo sus garantías, el hecho irrefutable es que Leopoldo convocó e incitó a manifestaciones en las cuales se sobrepasaron los límites legales y racionales. Las calles se fueron llenando de sangre a lo largo de varios meses y quien convocó las protestas jamás pidió que cesaran, por el contrario a través de las redes sociales (hecho público y notorio) las incitaba. Cuarenta y tres venezolanos perdieron la vida y no fueron precisamente los manifestantes, otras 873 personas resultaron heridas (y fueron llamadas a declarar)
¿Cómo es que el líder, convocante e incitador de estos hechos no tiene responsabilidad alguna? ¿En cuál país del planeta se puede evadir la responsabilidad que alguien tenga en hechos tan graves, con el argumento de que a mí nadie me vio matar a otro?
Bajo esta premisa hasta Hitler es inocente, pues nadie lo vio asesinar judíos personalmente.
Ante esta realidad, estamos obligados a preguntarnos y a responder ¿Por qué hay tanta gente declarando en contra de legalidad del juicio?
La respuesta es muy sencilla y la encontrará en la militancia del declarante. Todos, absolutamente todos los que opinan que López es inocente son militantes de la derecha nacional e internacional, incluyendo los medios.
Podría usted decir que quienes acusan a Leopoldo son gente de izquierda. Si, seguro que sí, pero también lo hacen las víctimas, la Fiscalía y las pruebas. Por ello es que hay que concentrarse en un juicio que fue oral y público.
El hecho es que los enemigos de Venezuela y su gobierno seguirán incitando a la violencia y usarán todos los medios y personeros a su alcance para defender a quienes formando parte de la estrategia resultaren presos y enjuiciados.
El sistema judicial venezolano, por su parte, no puede ceder ante las amenazas, las calumnias y las presiones. De hacerlo, reinaría la anarquía y la impunidad (objetivo principal de sus enemigos).
Que sigan cipayos como los de Maná exponiendo que Leopoldo es inocente, pero que nadie les pregunte por el nombre siquiera de alguna de las 916 víctimas, pues allí quedará en evidencia que conocen una sola versión de los hechos.