Hace más de un año leí el libro de José Antonio Marina, “La inteligencia
fracasada”. Esta lectura me hizo ver otras aristas de la masacre y el
terror mediáticos contra la inteligencia y la dignidad del venezolano.
Cuando Chávez en 1998 ganó las elecciones no tenía tanta gente de
“talento” en su contra. Pero en llegando a Miraflores, como siempre
sucedía con el ingreso un nuevo gobernante, los grandes camaleones de la
burguesía se apostaron a la entrada para presentar sus parabienes y
ofrecer sus impolutos servicios a la democracia, al poder. Chávez los
trató educadamente, pero les pidió paciencia para escucharlos a todos
haciéndoles saber que llegaba para escuchar solo al pueblo y que sólo el
pueblo sería realmente el protagonista de sus proyectos, de sus ideas
largamente meditadas y soñadas. La señora burguesía al escuchar esto
estuvo totalmente de acuerdo, y se lo hizo saber a través de sus más
connotados portavoces, representados por la Iglesia, Fedecámaras, la CTV y
un nutrido y nada despreciable contingente de poderosos generales,
bufetes, compañías transnacionales, embajadas y por supuestos los medios
de comunicación privados. Pero le rogó la oronda oligarquía que por favor
fuese raudo y diligente en atenderles, por cuanto no se debían retrasar
los proyectos en marcha como tampoco desperdiciar la buena y ardorosa
disposición que los más altos dirigentes políticos y empresariales del
país tenían por ayudar a la grandiosa patria de Bolívar.
Aquellas impaciencias preocuparon a Chávez, porque ya barruntaba que lo
querían marear y confundir, meterlo en un pantano de peticiones y
explicaciones de mayestáticos y descomunales empresas de cuyas matracas no
saldría sin pérdida cierta de su alta investidura. En una palabra, si
cumplía no le iría bien y si no cumplía la pagaría peor. Gustavo Cisneros
y “El Nacional” fueron de los primeros en presentarse en palacio porque
tenían enormes deudas con el Estado pero a la vez valiosos y maravillosos
planes para mejorar la libertad de expresión en el país.
En los dos primeros meses el Presidente no daba muy buenos signos de abrir
la empresa privada a las grandes inversiones que proclamaba el gobierno,
de modo que exigieron a sus alfiles Luis Miquilena y Alfredo Peña que
presionaran para que se les escuchara y sobre todo se les obedeciera. Al
transcurrir un año, llamados al botón Miquilena y Peña por las mafias
internacionales explicaron que el Presidente les decía una cosa y que
luego ordenaba otra, y que los mantenía muy confundidos, pero que se les
diera tiempo para conformar una vasta conspiración que acabara por atascar
al gobierno y por provocar una descomunal insurrección. Las mafias
comprendieron. Hasta que les llegó el día en que se cansaron las mafias, y
en cansándose se produjo la barahúnda mediática que embruteció de manera
bestial y radical a la oposición. No quedó casi ningún científico sano,
muy poca eminencia equilibrada, casi ningún académico normal y serio. El
río vertiginoso del odio, de la confusión, de la disociación moral, de las
mentes escindidas los arrastró al vórtice de la locura total. De allí,
cogidos por los calzones fueron llevados de programa en programa de
televisión, de radio en radio, de universidad en universidad. Nunca más
pararon de hablar sandeces, llenos de temores artificiales, de miedos
infundados, de terrores inoculados por el Departamento de Estado
norteamericano. Es aquí vemos con una evidencia pasmosa la afirmación de
Robert Musil de que “si la estupidez no tuviese algún parecido que le
permitiese pasar por talento, progreso, esperanza o perfeccionamiento,
nadie querría ser tonto”. De lo cual estúpidos insignes como muchos de los
investigadores del IVIC (Premios Polar y Premios Nacionales de Ciencia),
de la USB, de la ULA; gendarmes de las letras como Manuel Caballero, Luis
Ugalde, Pedro León Zapata, Marta Colomina, Tulio Hernández, Rafael Poleo,
Elías Pino Iturrieta, se cogieron todos los palcos de la escena nacional
pronosticando crímenes y barbaridades de Chávez que aún nadie ha visto en
ninguna parte.
Ninguno de estos señores supieron ajustarse a la realidad, y han estado
equivocándose sistemáticamente, empeñados en usar medios ineficaces desde
el 2001, cuando el Departamento de Estado les dio luz verde para que se
intentase derrocar al Presidente Chávez. El miedo desplegado por los
medios les puso a temblar las piernas a todo un pelotón de escritores que
aquí durante los sesenta se vanagloriaban de cantar a la Cuba
revolucionaria y de llamar héroes a los que se habían atrevido irse a la
guerrilla. Todos estos intelectuales, comenzaron a dar signos de tener la
inteligencia seriamente averiada. Al parecer siempre la habían tenido,
pero se puso de manifiesto ahora cuando Chávez gobernaba para el pueblo y
no para las élites que le daba almuerzo, buenas becas y viáticos, y buenos
premios en Miraflores.
Fue así como entonces estas personas que eran llamadas inteligentes
comenzaron a usar la inteligencia estúpidamente, firmando cuantos
panfletos se publicaban en el mundo contra el rrrrrreeeeeégimen.
El 11 de abril de 2002, se había demostrado claramente que cuanto estaban
haciendo contra Chávez era totalmente equivocado, derrochando enormes
esfuerzos con grandes pérdidas de dinero, pero ya no podían parar y
continuaron por el mismo camino de derrotas a trancas y barrancas,
llevando palo desde todos los sectores nacional e internacional,
sacrificando de manera criminal a mucha gente que en un principio de muy
buena fe llegaron a creer en ellos.