Recuerdo, que durante la Revuelta del Mayo Francés, el escritor Louis Aragón asistió a la Sorbona para dictar una conferencia, pero los estudiantes le gritaron “¡Cállate viejo pendejo!” Aragón tuvo que callarse, pero antes dijo, como consuelo para sí: “Todos ustedes también serán viejos pendejos”. Lo de Manuel Caballero, por supuesto, no tiene por asomo algo de comparación con lo de Aragón, por cuanto que éste sí era un verdadero talento, un extraordinario novelista, líder de los movimientos dadaista y surrealista, y destacada figura de la Resistencia. Pero me viene a la memoria lo de pendejo por otros lados: Manuel Caballero andaba con su pose de marxista visitando tumbas de meritorios muertos y llevando flores a los saraos de Miraflores en la época de Lusinchi. Era un verdadero “saluda muertos”. Todo el mundo recordará aquel artículo publicado en El Nacional en el que Manuel Caballero se desmadra y aclara que Lusinchi era más grande que Bolívar (porque el mandamás adeco lo había invitado a almorzar a palacio). Bueno, eso fue en 1986, hace veinte años, y ya era, como se ve, más que pendejo.
A veces me dedico a ver sus bazofias por El Universal sólo para pulsar cómo involuciona su pertinaz y balbuceante pesadilla (idiotez), que es como un termómetro de la general arterioesclerosis que está apolillando y despaturrando a los enemigos del rrrrrrrrégimen. En días pasados me crucé en el aeropuerto de Mérida con su abúlica mirada de morsa, y me produjo una cruel tristeza: ¡esta es la clase intelectual y política que adversa al rrrrrrrrrégimen!
En su último artículo contra Chávez, de este domingo, procura una vez más defender a su candidato TEODORO PETKOFF quien según él “ha orientado su campaña hacia la denuncia del proceso de conversión del gobierno en un régimen, y en un régimen totalitario”. Y lanza esta perla como algo novísimo para tratar de levantarle el ánimo a los escuálidos y señalarles una manera de luchar más eficazmente contra el tirano: “la originalidad de su planteamiento reside en precisar la exacta dimensión temporal de ese proceso, lo cual señala por allí mismo la forma de combatirlo, y también de vencerlo: no dice que se haya ya instaurado una dictadura totalitaria en Venezuela, pero que se está transitando –y en los últimos tiempo a pasos agigantados– el camino hacia eso”.
Hay que recordar cómo Caballero anduvo totalmente embanderado con la causa de los gorilas alzados en la plaza de Altamira, con la causa del calzonazo Pedro Soto y sus pares Medina Gómez, González González, Alfonzo Martínez, Felipe Rodríguez El Cuervo, etc. Pues, ahora habla en su última bazofia de “la Bestia Inmunda, la bestia del militarismo”. Se ahoga en sus alaridos sobre “la realidad de una prensa acorralada, amenazada y agredida… si ya estamos aplastados por un régimen tan absoluto como el de Hitler o el de Stalin, como el de Cuba o más criollamente, como el de Gómez o Pérez Jiménez, ¿para qué arriesgarse si en esas condiciones, no hay forma de ganar una?”
De lo primero que debe cuidarse un escritor es de exagerar. Tratemos de ver por algún lado dónde entre nosotros se encuentra algo parecido a la cárcel de La Rotunda, dónde una Seguridad Nacional, dónde un cuerpo represivo como la Benemérita; algo que someramente se pueda comparar a la GESTAPO, a los campos de exterminio nazi. Pero bueno, como bobo o pendejo al fin, no le queda sino perder el tiempo en esas sandeces. Pero su cursilería de anciano apoplégico le salta y cree haber encontrado algo agudo e ingenioso, y añade criticando a otros tan pendejos como él: “Lo más curioso de todo es que la misma gente que así piensa, dice tener la fórmula mágica para salir de eso: “calentar la calle” como para freír huevos; “deslegitimar al gobierno” absteniéndose; esperar a que bajen los precios del petróleo. Con esos cabezazos al muro, los sapos terminan por reventar: ¡no todo el mundo es Zidane!”
Pero el hombre no hace más confundir a sus congéneres, cuando les aconseja: “Lo he escrito aquí hasta quedarme acalambrado: el de Chávez es ya un movimiento fascista, pero no es todavía una dictadura totalitaria. Lo importante entonces es el señalamiento de un proceso como tal y no como algo culminado y solidificado; porque así es más fácil –y en todo caso más fructífero– combatirlo”.