La lucha falsa y amanerada de los escuálidos

Parte del drama y del trauma de los escuálidos es que no se dan cuenta de que son criollos, de que son unos mulatos o semi-blancos o blancos que nacieron en Caracas o en el Tuy, en Mérida o en Barlovento y que en modo alguno son de Miami ni viven en EE UU. Piensan en el progreso, en una salida del atraso, pero con modelos o con modos que están allá en el Norte. Luchan sin darse cuenta, contra sí mismos, porque todo lo que tienen y lo que son está aquí donde cultivan sus odios y estrechan sus manos.

Veníamos de una Venezuela cuyos productos eran falsos, sus intelectuales pesados adulantes amanerados por los cargos y por los halagos. Los periódicos eran aburridos y vendidos, y la inmensa mayoría de los periodistas apalangrados. Venezuela se había cansado de no ser ella, de carecer de destino, de andar encorvada pidiéndole prestado a todo el mundo. De vivir arrimada, sin voz ni respeto en la tierra. Desconocida, ultrajada, expoliada y humillada. Ya nos estábamos conformando con ser una mina, un reservorio de minerales con gente sin alma y sin historia propia. Un país triste sin valores, sin corazón, sin cultura y sin honra. Un país que para estar a la moda se estaba proponiendo borrar la huella de su glorioso pasado, y en donde tenía que vivir avergonzado de sus sentimientos y de sus valores culturales, en medio de un medio hostil hacia lo propio, hacia lo humilde y hacia lo sencillo. Todo adulterado. Todo amanerado.

En nuestra sociedad literaria era más denigrante tener una fabriquita o una tiendecilla que cobrar del fondo de los reptiles de una Gobernación, de un centro burócrata cultural o de una Embajada. Hombres que se habituaron a vivir de la opinión que de ellos hicieron lo medios de comunicación, y que nunca les importó si se cansaron de decir que eran expertos, sabios elegantes o meritorios. Se acostumbraron a vivir de la solemnidad, de las pomposidades, de lo retórico para todo. Engolosinados y pagados de sí mismos, muchos de estos camaleones se fueron a la tumba sin sospechar que en toda su vida no habían hecho sino teatro. Humorismo del malo. Si supieron algo, todo por el bien de sus bolsillos lo disimularon. Toda supuesta sabiduría sin el don de dar la cara y de decirla con valentía no vale nada. ¿De qué le sirvieron a Jorge Olavarría sus bibliotecas y sus escritos, sus discursos y tratados, si en cuanto Lusinchi le regaló una hacienda, él, Jorge, dejó de ver nada malo en el amante de la Ibáñez? En cambio, porque Chávez le negó una embajada lo comenzó vituperar, a llamarlo tirano y déspota y el más corrupto gobernante de nuestra historia.

Los intelectuales de Venezuela que odian de Chávez por manera de ser y expresarse, por su franqueza, por su amor genuino por la patria y por la pasión con que dice sus verdades, se educaron en el arte del disimulo, en eso que dice Chomsky, en la apariencia de los correcto y aceptable. Gran parte de nuestra intelectualidad, eso que llaman investigadores, Ph.D’s, togados, lo que en el fondo les importa de toda esta crisis es el dinero y que les paguen a tiempo, no la inteligencia ni la verdad.

Esos intelectuales y profesionales, técnicos o científicos nunca pudieron superar en sus conocimientos el impacto del shock que vivieron mientras se doctoraban en el extranjero. Quedaron pendiendo del fulano shock del pasado, cuando tuvieron dólares a reventar para doctorarse, para viajar y congresear, para pasear a gusto y placer, y ese pasado es cuanto para ellos reverbera y vale la pena. Para ellos la única patria es el capital y el goce, la vanidad, el sensualismo que profesaba don Jeremías Bentham y sobre el cual se fundamentan todos los partidos políticos que aquí se forjaron desde el siglo pasado. Y por ello el país perdió dimensión propia. Casi todos nuestros intelectuales se hicieron hijos adoptivos de la globalización y del progreso. Lo que no le perdonan a Chávez es que no hubiese llegado a presidente de una manera vil, de una manera consensuada por las mafias, saltándose a la torera los acuerdos aquí largamente mantenidos durante siglos, sin respetar las canonjías o taifas controladas personajes de abolengo y raza en las finanzas. No se lo perdona la mafia de El Nacional, de los Granier, de los Cisneros, de los Mendoza o Zuloaga. No le perdonan a Chávez el que se hubiese puesto a las malas con lo que aquí más relumbra entre el bichaje transnacional. La clase privilegiada de los intelectuales le reclaman a Chávez una libertad que ellos nunca han tenido coraje para sostener y reclamar por sí mismos, y que jamás le exigieron a los gobiernos pasados. Le reclaman una libertad que les permita desconocer la Constitución y las leyes, el orden y la estabilidad de la República, para darle amplia participación al crimen organizado, al monopolio de las empresas, al negocio de la vil politiquería lacaya. Una libertad que les permita por otra parte insuflarles un ego manipulado, enfermo, incapacitado para la creación.

Si se habla de dar créditos a una mujer para coser o hacer dulces, eso es denigrante y eso es miserable, porque los créditos sólo deben dárseles a los ricos y a los empresarios. A esa gente que según ellos sí sabe de negocios y de capital, y que tanto “progreso” le dio a Venezuela en los fulanos 40 años de democracia betancurista. Criar pollos y colocar sembradíos en las ciudades, montar bodegas y apañarnos con poco en la vida es para ellos alejarnos del progreso, y perder el rumbo de lo civilizado, de lo distinguido. Por eso, dicen, nos cubanizamos, por ser humildemente lo que somos. Con honradez, con valentía, con dignidad. Aquí se quiere ser moderno y progresista, civilizado y distinguidos, a costa de perder la dignidad, la nobleza, la honra y la autenticidad. Quieren algunos ser sólo turistas con bastante petrodólares para viajar por el mundo y tener una casa en Miami y otra en Madrid; en absoluto quieren ser representantes de una cultura, de una manera genuina y valiente de ser. No seres emancipados sino colonizados, falsos, adulterados y dominados. No quiere que se sepa lo malo que llevamos dentro, que aparezca un hombre con ideas disolventes de la falsedad, que diga que el pobre debe ser igual ante la ley que el rico, ante el fetiche poderoso del gringo, y que la justicia debe dejar de ser la servil criada de los partidos y de los empresarios. Que ser rico es realmente malo, porque la avaricia, la locura por tener más que el vecino es el veneno y la ponzoña de todas desgracias sociales, de eso que se llama inseguridad, injusticia social. No quieren a un presidente franco sino “educado”, “correcto” como Leoni, Lusinchi o Caldera. Un presidente calvo, genuflexo, corvo y conchudo, pero que siempre esté haciendo lo “correcto”, lo que le ordena el Departamento de Estado. Así es.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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