“Etimológicamente, civismo deriva del latín civis, que significa ciudadano. De acuerdo con esta etimología, el civismo constituye el conjunto de cualidades que permiten a los ciudadanos vivir en la ciudad, es decir, vivir en comunidad respetando unas normas de convivencia pacífica, aceptando las reglas del juego de la democracia y los derechos fundamentales o los valores constitucionales”
Victoria Camps
“Los desafíos que uno enfrenta cada día son los te abren
una rendija para elegir entre la dignidad y la obediencia”
Eduardo Galeano
“Que una sociedad sea pluralista, no significa que no tengan nada en común. Una sociedad es moralmente pluralista cuando en ella conviven personas que tienen diferentes concepciones morales de lo que es la vida buena, diferentes proyectos de felicidad, es decir, diferentes máximos de felicidad; pero precisamente logran convivir pacíficamente porque al mismo tiempo tienen unos mínimos de justicia, que todos comparten y que todos respetan. Esos mínimos componen lo que se llama una ética cívica”
Adela Cortina
»Este escrito y el que le seguirá tiene la intención de responder la pregunta:
¿Por qué la lucha politica recurre a prácticas incívicas?
No se pretende, en este escrito, desarrollar una historia de la palabra civismo. De hecho, un análisis etimológico de ella nos perimiría observar que ha adquirido diferentes significados a lo largo de la historia y que estos significados no son exactamente iguales entre sí. Podríamos decir que se trata de una palabra polisémica, que esconde un campo semántico muy rico, que será necesario explorar y profundizar con la finalidad de no perder aspectos que podrían pasar desapercibidos en una descripción demasiado acelerada.
La palabra civismo proviene, originalmente, del concepto latino civitas, que, además de significar “política” o “el arte de gobernar”, se usa para referirse a las virtudes de la sociabilidad, la bondad, la urbanidad, la cortesía y la civilidad. En la etimología de la palabra aparecen dos connotaciones que no son exactamente iguales. La civilidad es el arte de gobernar, es decir, de gestionar el poder, de distribuir correctamente los recursos públicos, de vivir conforme a la ley. Pero ya desde el origen, la palabra civilitas se relaciona con el cultivo de unas determinadas virtudes. Lo que de hecho se nos está diciendo de una manera clara y diáfana es que el civismo es un modo de vivir virtuoso, excelente y que, como tal es deseado.
Según otras definiciones, el civismo es el celo por los intereses y por las instituciones de la patria. En este tercer sentido, el civismo no se relaciona directamente con el arte de gobernar ni tampoco con el ejercicio de unas virtudes determinadas, sino con la actitud de defensa de unas instituciones. En nuestra opinión, no hay duda de que el civismo comporta un respeto a las instituciones, pero no puede ser reducido al celo patriótico. La estimación por el país, la estima de las propias instituciones es inherente al ciudadano cívico, pero esta estima no debe entenderse de una manera exagerada, porque entonces el civismo deja de ser una práctica virtuosa, abandona el término medio y cae en el exceso. Ser cívico es, por encima de todo, respetar a las personas del mismo ámbito, pero también las instituciones que conforman el cuerpo social.
El civismo es el ejercicio de una virtud, la de la ciudadanía. El ciudadano se define por los derechos y por los deberes. La ciudadanía es primariamente una relación política entre un individuo y una comunidad política, en virtud de la cual el individuo es miembro de pleno derecho de esa comunidad y le debe lealtad permanente.
Ser ciudadano significa asumir una serie de derechos como propios, pero también implica interiorizar y exteriorizar los propios deberes. El civismo podría definirse, entonces, como la expresión libre y voluntaria de los deberes sociales y políticos. Cuando esta expresión es impuesta o se desarrolla bajo coacción, no se puede hablar de civismo propiamente dicho. Un ser humano puede calificarse como cívico cuando cumple sus derechos sociales y políticos espontáneamente y no por el miedo a la censura o a la denuncia.
Hay muchos comportamientos en la vida cotidiana que expresan el civismo de un pueblo. Cuando una persona, por ejemplo, recicla correctamente la basura o recoge una lata que hay delante de su casa, está actuando cívicamente, porque lo hace no por miedo a la sanción o por coacción, sino porque lo tiene interiorizado. El civismo se concreta, entonces, en un conjunto de prácticas externas, pero que brotan de una comunidad. Cuando el origen de estas actitudes es el miedo a la sanción o la coacción de una autoridad, no se puede hablar de actitud cívica. El hombre cívico es cívico cuando está con los demás, pero también cuando está solo. Por eso, el respeto comporta una cierta preocupación.
La posibilidad del civismo está condicionada por la efectividad de los derechos de los ciudadanos. En consecuencia, en estados totalitarios, donde los derechos de los ciudadanos están profundamente vulnerados, no hay civismo propiamente dicho, sino miedo a la autoridad, y se actúa desde el miedo y no desde la libertad. El totalitarismo hace imposible el civismo. Aparentemente, una sociedad de éste tipo puede parecer ordenada, pero este orden no brota de la soberanía popular, sino que es impuesto por el dictador. Por eso, no debe confundirse el civismo con el orden social. Hay un orden que brota del miedo y hay un orden que brota del civismo de la gente.
El civismo es, sobre todo, un tipo de relación. El ser humano ,como animal político, es capaz de establecer relaciones de naturaleza muy variada con su entorno más inmediato .No toda forma de relación puede calificarse igualmente de cívica, sino solamente la que es respetuosa con los derechos de los demás y es cuidadosa con los que comparten el mismo espacio. Este tipo de relación tiene diferentes destinatarios, pero se caracteriza por ser una relación de respeto y participación. El hombre cívico tiene relaciones de respeto con todo su entorno, pero además se interesa por la cosa pública, participa en la sociedad y en la vida política con el fin de transformarla y hacerla más humana.
Respeto y participación son, los derechos fundamentales de la actitud cívica. Una relación de respeto no se puede identificar con una relación de indiferencia. La indiferencia, se opone al civismo, porque la indiferencia es pasividad, es desinterés por el destino y la suerte de los demás. Respeto hacia los demás quiere decir tener cuidado de sus derechos fundamentales, y no simplemente desinterés. Por eso, el respeto comporta una cierta preocupación. Cuando decimos que tenemos un vecino muy cívico, no estamos diciendo que es alguien totalmente indiferente con nosotros que prescinde absolutamente de nuestra presencia, sino que es respetuoso con nuestros derechos y que, en caso de necesitarlo, podemos contar con él. La participación también es un elemento sustentador del civismo. Participar quiere decir etimológicamente, tomar parte en la cosa, implicarse en asuntos de carácter colectivo que pueden beneficiar la vida de cada día, la propia y la del resto. Donde hay participación, hay una sociedad activa y madura.
Para saber más
Camps, V. y Giner S., Manual de Civismo. Ariel.1998.
Cortina, A., Ética sin moral, cap. 9
Cortina, A., Ética aplicada y democracia radical, caps. 6 y 7.