¡Perdón!, si, ¡Perdón!, así como el título de esa vieja canción del inquieto anacobero, Daniel Santos, cuyo mensaje se refiere a la tolerancia. A las necesarias disculpas y rectificaciones cuando hay amor de por medio, y los zulianos, a propósito de la campaña presidencial, le debemos unas excusas a Venezuela entera, incluyendo a esa oposición obcecada que se opone a Chávez.
Sé que cayeron por incautos. Tengo la certeza de que Petkoff y Borges, quienes declinaron su candidatura a favor de Manuel Rosales, desconocían quien es el gobernador del Zulia.
Quizás escucharon algunos comentarios en contra del candidato opositor, pero seguramente se lo atribuyeron a esas motivaciones y descalificaciones propias de las jornadas comiciales.
Porque es que uno analiza la situación desde afuera, como dicen aquellos que pretenden ser objetivos en sus planteamientos, y no puede creer lo del líder de un Nuevo Tiempo.
Rosales fue concejal, dos veces alcalde de Maracaibo y se encuentra en el segundo período de gobierno en el Zulia, sin embargo, no aprende y creo que tampoco aprenderá. Cada vez es peor. No deja de decir disparates. Da vergüenza cuando toma un micrófono en la mano. Su discurso es un solo circunloquio.
Como marabino, confieso, que cuando veo a nuestro mandatario hablando –porque con todo y que lo adverso es el gobernador electo en esta región-- quisiera esfumarme, desaparecer de la faz de la tierra.
Imagino a Teodoro Petkoff en su oficina del Diario Tal Cual escuchando el galimatías de Rosales. Lo veo retorciéndose y deslizándose de su silla hacia debajo de su escritorio, para esconderse del personal. El hombre le resultó tremendo embarque.
Incluso, dicen que Borges cuando lo observa sobre una tarima es víctima de unos repentinos sobresaltos en el estómago que le devienen en unos dolorosos retortijones, que lo hacen correr desesperado en dirección al baño más cercano.
No es obligado que Manuel Rosales tenga que ser un gran intelectual, un excelente orador. No todos tenemos que poseer esas virtudes o cualidades en la vida, pero el aspirante opositor debió ser honesto y reconocer sus propias limitaciones y debilidades.
Rosales pudo sincerarse, primero con Petkoff y Borges y después con los zulianos, porque no es posible que como candidato presidencial recorra a Venezuela con el aval que le dio ser gobernador del estado Zulia y nos esté dejando como bufones, como payasos. Al presente somos el hazmerreír del país.
¿Como criticar a Lila Morillo caracterizando a una maracucha en cualquier culebrón de la televisión o como exigir respeto a esa actriz que en la novela de Venevisión Ciudad Bendita es esposa de Guillermo Dávila e imita a nuestras mujeres, si en la vida real Manuel Rosales anda haciendo el ridículo por Venezuela?
Me duele la torpeza, el regodeo lingüístico, el mal papel que Manuel desempeña en su campaña electoral y de la misma forma me apena el engaño que le hizo a ese sector de la oposición que enfrenta a Chávez, pese a las diferencias políticas que tenemos.
Muchos que se lanzaron a la aventura del atrevido aspirante se quejan porque Teodoro Petkoff y Julio Borges ya se esconden cuando lo avistan, pero es que por muy piquito de oro y hábiles que sean estos conocidos políticos, no van a enmendar ese capote. Rosales lo que tiene es que regresar al Zulia, terminar su mandato y desaparecer, meterse donde más nadie lo encuentre.
No debo hablar en nombre del Zulia, pero creo que muchos al igual que yo quieren pedirle no sólo a la oposición, sino a cada venezolano ¡perdón!, por ese inmenso fiasco que resultó Rosales.
Sea como sea, nos representa en esta región. Ojalá nos sepan perdonar. Todos no tenemos la culpa. Aunque ustedes no lo crean, muchos sabemos quien es Manuel Rosales.
Y es que llega al colmo de pedirle a la gente que se atreva, no sé a qué, porque él lo único que ha hecho son dislates incorregibles e injustificables.
¡Perdón! de nuevo, sí, ¡Perdón!, porque la mediocridad de ese candidato hizo de una de las campañas más trascendentes en la historia contemporánea de Venezuela, un show al que ni siquiera un cómico de la talla del Conde Er Guacharo le llega por los tobillos.
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