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Ya a las 4 de la madrugada está despierto. Saluda a sus perritas Karol y Lucy que a esa hora están rasguñando con gemidos y alborozos la puerta de su recámara. Se dirige con su bastón y con la ayuda de Carmena y de Juancho hasta la cocina. Carmena y Juancho vienen a ser como un legado de la familia de aquellos portentosos Celis cuando todo era alegría, saraos, cornucopias al por mayor y jolgorios entre los grandes personajes del CEN de AD. Encienden las luces del pasillo, y van pasando a un lado de la piscina, del jardín callado con su extenso terreno con sillas y mesas de mimbre. Todo está poblado de viejos y dolorosos recuerdos, de tantos mundos recorridos y de tantos poderes terrenales y divinos atravesados. Y que ya hoy, increíble, cómo pudo ser esto…, todo sea tan distinto.
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A don Henry Ramos Allup le gusta hacer todo por sus propios medios, y él mismo busca la greca para hacer café y se asoma a la ventana para ver y sentir el callado estado de su ambiente, otrora plagado de divinos dones y esperanzas. Llega Juancho y le coloca en una mesita de la cocina la carpeta con los últimos informes del día, una carpeta que él llama: CONDIMENTOS Y QUEBRANTOS.
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Abre la carpeta y ve la sección FAMILIA, y ahí está el reporte de todo lo que tiene que ver con sus hijos, relativos más cercanos y cuñados. Llamadas telefónicas, fotografías, mensajes y correos algunos con sus respectivos haberes y deberes de negocios diversos, sugerencias y necesidades de los trajines y tráfagos del comercio y otros fastidiosos quehaceres mercantiles. Ya a don Henry le cansa tener que repetir viejos consejos a los suyos, y de mala gana, mientras liba su café va pasando las páginas de los farragosos informes y comentarios. Recuerda sin querer los tiempos en que metido en varias comisiones del antiguo Congreso de la República tenía que pasarle revista a cientos de libracos empastados que nadie leía ni a nadie le importaba. "Qué mundo tan sin sentido este…", se dice.
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A las 8, recibe el desayuno en compañía (cuando ella puede) de su querida y consecuente esposa Diana, ella le lleva los dos infaltables huevos tibios con galletitas de soda y el consabido jugo de naranja. Toma las pastillas de la hora. Hablan de las perritas, de los negocios de sus hijos, de algunos obsequios de víveres y alimentos enviados por afectos compañeros de lucha que ya, le quedan muy pocos. A veces don Henry se queda tan callado que Diana se siente triste y desolada ante aquel hombre dado a hablar hasta por los codos, en un silencio que la abate y le preocupa. El tema de la política lo evitan totalmente, está sobreentendido. Si se pudiera borrar de la mente tanto tráfago de locuras que pesan como una losa.
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A las 10, don Henry en el Balcón de La Peña, al otro lado del patio de la casa, ve un poco de televisión, pero sobre todo programas leves y serenos como "El precio de la historia", "Animal Planet", series como "Walking Dead" y "Zoombies". Por lo general, viendo estos programas echa un sueñito. A las 11, un poco más animado le solicita a Juancho que le pase la carpeta CONDIMENTOS Y QUEBRANTOS para revisar la sección POLÍTICA, para apenas ver quiénes se acuerdan todavía de él, qué embajadas le han llamado, si todavía algún colega diputado o alguien importante del partido requiere de una ayuda o de un consejo.
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Sumamente metódico, a las 12 le sirven el almuerzo: frugal, como se debe; con muchos vegetales, alguna sopita de arvejas o de ocumo, cazabe, algún pescado de salmón a la plancha (con sólo sal y nada de condimentos), con las consabidas frutas como lechosa, melón, patilla y guayaba, y luego el trasiego de más pastillas. "¿En qué quedará todo esto…?", se pregunta frecuentemente…: "¿En qué irá a quedar todo esto?". Cuando Diana le acompaña la sobremesa no se extiende más de media hora. Luego, se incorpora don Henry y da una vueltica por el jardín para ver sus flores; a él siempre le ha encantado la jardinería, y ha tenido esplendidas colecciones de orquídeas algunas de las cuales llegó a intercambiar con expertos conocedores alemanes y franceses.
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A la 1 de la tarde, se dirige a la recámara del segundo Salón Hispano, más oscuro y solitario. Pasa a un lado de la enorme biblioteca que le causa escalofríos y se deja caer en la acogedora poltrona. Enciende por un rato la televisión, revisa los canales para ver si están echando alguna película de vaqueros protagonizada por John Wayne, y allí se queda con la cabeza en un limbo hasta que duerme hasta las 3 de la tarde. A esta hora comienzan un poco las inquietudes, sensaciones extrañas de rabias, remordimientos, recelos, molestias morales, y es cuando por lo general llama a gritos a Juancho: "-Mira, tráeme los papeles…, sí la carpeta, apúrate, y si hay algún periódico que diga algo que valga la pena tráemelo…". Ha vuelto a ser un poco el cascarrabias de siempre, lo que en cierto modo le gusta a Diana.
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Y con cierta avidez se mete en su mundo de pleitos, de dimes y diretes con la sensación de que todo en este país no sirve para nada. De que todo es un desastre total, y que por doquier lo que se respira es un ambiente de ingratitudes, cobardías y traiciones. No hay un solo pensamiento en el que no vean puñales alzados a sus espaldas, y en el libraco CONDIMENTOS Y QUEBRANTOS no ve una sola llamada de la embajada de los Estados Unidos, de Francia o España, y de pronto le surge una rabia que lo pone rojo de ira y que le lleva decir para sus adentros: "Coño, yo debí haberme metido a chavista, nojoda. Es que yo nací para otra vaina, ésos me tratan mil veces mejor que estos coño de madres que se llaman nuestros aliados. Y mis arrecheras no tienen cabida para desenvolverme en medio de tanto hijos de puta traidores y canallas…". Pero a la postre, no le hacen bien estas rabietas y aunque es su verdadero terreno, en el que ha vivido siempre, tiene que acabar tomando calmantes para los estragos que estos recuerdos le ocasionan a su estómago.
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Ahí, con la carpeta CONDIMENTOS Y QUEBRANTOS le cogen la 7 de la noche. Se siente algo débil y tiene que recibir la cena en el porchecito, al lado del jardín. No ha tenido visitas desde hace una semana lo que de momento le ha hecho más llevadera la vida. No cree en nadie. Luego de la cena contesta algunas llamadas y responde algunos correos. Otra vez al cuarto INVERNADERO, donde se echa un rato a ver la tele. Son las 10 de la noche y no sabe si está dormido o despierto. Hay sin embargo un bullir de viejos pleitos en su cabeza, y recuerdos miserables que le provocan dispepsia por lo que debe pedir que le den una cucharada de Bemolán.
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Luego viene los sueños o pesadillas, la incomodidad de tantos malditos trajines de la política de partido. De tantas gentes que fue buena y que se ha muerto y que ahora lo que queda es pura bazofia y… pellejo. Las 12 y aún no coge bien el sueño, a la 1 y todavía lo mismo, a las 2 llega muy lentamente míster Morfeo y se le cuela por entre el cerebelo... Entra en un túnel largo y feo con zumbidos de voces y aplausos lejanos, de fervorosos mítines cuando él era elevado por cielos y veía en el horizonte piélagos de pueblos amándolo y abrazándolo. Silencio y oquedades, hasta que otra vez su reloj interno a las 4 de la mañana lo saca de la cama… qué vaina…