Siempre he dicho que Dios me ha tratado como a uno de sus hijos predilectos; pues el nacer en la patria del hombre más grande de América, es un privilegio concedido a muy pocos. Si a esto le sumamos que tengo una linda familia y padres sanos; no puede haber duda de que tengo motivos para estar agradecido al Señor. Mas si hay algo por lo que eternamente le estaré agradecido, es por haber escuchado los ruegos que una noche de fin de año le hiciera.
Cada una de mis vivencias, a partir de aquel entonces, no hace sino confirmar que Dios tiene que ver con lo que ocurre en mi país y que escuchó con atención y misericordia cada una de mis peticiones.
Justo cuando se anunciaba la llegada de 1999 y mi familia se confundía en un abrazo de esperanza y buenos deseos, yo rogaba al altísimo para que iluminara al Presidente que habíamos elegido veinticinco días antes, de manera que pudiera sacar el país de la inmensa fosa en la que cuarenta años de falsa democracia, habían pretendido enterrarlo.
Pedí como lo que soy, un ciudadano de a pie que sueña con un país mejor. Pedí porque el nuevo Presidente se convirtiera en el líder que nuestro pueblo andaba buscando, y que inspirado por la fuerza y el espíritu creador de éste, hiciera suya la lucha de los humildes de mi patria por lograr una oportunidad para educarse y formarse intelectualmente.
Rogué porque trabajara para que las escuelas y los liceos públicos dejaran de ser la última opción que un padre seleccionaría para su hijo. Con fe le pedí que el nuevo gobierno entendiera que las universidades no podían seguir siendo “sólo para los más aptos” y acabara, en consecuencia, con el circulo vicioso que condenaba a los pobres a colegios de tercera categoría, que imposibilitaban la entrada a una universidad y les cerraba las puertas al conocimiento como vía para salir de la pobreza.
Pedí porque la salud llegara a millones de compatriotas que sólo podían seguir viviendo si tenían la suerte de no requerir una intervención quirúrgica. Dios, ayúdalo para que entienda que la vida de un niño no puede depender de que sus padres hagan un adelanto de varios millones de bolívares en una clínica, expresé en medio de mi oración silenciosa.
Rogué porque la omisión del tema en el discurso del candidato, no significara que el nuevo Presidente no entendía que la independencia alimentaria de nuestro pueblo pasaba por la eliminación del latifundio y que la elevación del nivel de vida de millones de compatriotas, estaba supeditada a la tenencia de la tierra y al soporte técnico y financiero.
Con fervor pedí porque el Comandante cumpliera su palabra de cambiar una política petrolera entreguista y contraria al interés nacional, y que una buena parte de los recursos que de la nueva se derivaran, fueran destinados a resolver el drama de millones de humildes que no cuentan con una vivienda digna.
Padre nuestro, expresé en silencio, ayúdalo a convertir nuestra patria en una nación digna, soberana e independiente; que deje de actuar como apéndice de una nación extranjera, y que sean ciertas sus afirmaciones de que su política económica no se regirá por los designios del Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial, y que no le prestará atención alguna a los IESA boys, le dije desde lo más profundo de mi ser.
Dale una clasesita de economía, le dije al creador, para que entienda que la inflación puede ser controlada sin reducir el gasto público, y que es un crimen pensar en reducir éste en un país donde hay tanta miseria y los servicios son un desastre.
Terminé mi oración diciendo: padre nuestro enséñale que la economía puede crecer sin tener que recurrir a las prácticas neoliberales que condenan al pueblo a la miseria en beneficio de unos pocos..
Consciente estaba al pedir, que no podía esperar que los problemas serían resueltos de la noche a la mañana, pero si el Presidente entraba en sintonía con el sentir del pueblo y hacía suyas sus luchas, a corto plazo veríamos políticas destinadas a lograr las grandes reivindicaciones, a mediano plazo comenzaría a crecer la certeza de que el destino de la patria era promisor y a largo plazo seríamos nuevamente el ejemplo que fuimos para los pueblos de América en el siglo XIX.
Hoy me siento feliz porque el comandante ha honrado su palabra y porque el señor escuchó mi ruego, que era el ruego de millones de venezolanos. Por eso votaré por el comandante otra vez, esta vez y todas las veces que pida mi voto