Todavía hay muchos opositores, de esos que se convencieron del triunfo viendo las “avalanchas” de Manuel Rosales, que siguen sin entender como sufrieron la dramática derrota el pasado tres de diciembre en las elecciones presidenciales, habiendo tanta gente en los sitios que escogieron para sus concentraciones.
Inclusive, muchos sesudos analistas se hacen la misma interrogante. Claro, estos “compone mundo” no le restan crédito a las “avalanchas”, sino que apelan a la misma canción de siempre: “el fraude electoral”.
Pero como dice el dicho: dime de que presumes y te diré de que adoleces. Una de las estrategias de Manuel Rosales y la gente que lo acompañó en la campaña fue contar los buses de las mareas rojas del presidente Hugo Rafael Chávez Frías.
Aún recuerdo que a los voceros de la oposición se les inflaba el pecho en los medios de comunicación dando cifras de buses y calculando las personas de acuerdo con la cantidad que caben en un metro cuadrado de calle o avenida.
Creo, si mal no recuerdo, que hablaron hasta de marea roja de autobuses, dejando entrever que la gente acudió al encuentro con Chávez, porque la buscaron en sus respectivas casas en buses.
Por supuesto, mucho venezolano cayó por iluso. Sucumbió a las mentiras del comando de campaña de Rosales. Los convencieron de que las concentraciones del “candidato de la unidad” eran espontáneas y las de Chávez burdos montajes hecho con dinero para pagarle a la gente que iba a los mítines.
El problema es que todo lo sustentado en la mentira tarde o temprano se descubre, se derrumba. Y eso es lo que actualmente sucede con el estrepitoso fracaso de Manuel Rosales.
Por eso, los simpatizantes de la oposición engañados no hallan explicación a esa derrota. Les aseguraban que iban a triunfar en medio de imágenes arrolladoras de gente y cuando llegó la hora de la verdad, les metieron más de siete millones de votos por el pecho, unos tres millones más de los que obtuvo Rosales.
Y lo que les agravó más la situación fue que después de no parar de hablar de la victoria, consciente de la mentira, al primer boletín del CNE, el candidato opositor en un una especie de estira y encoge, reconoció el triunfo de Chávez y admitió, aunque con mucho eufemismo, la tremenda paliza que le propinaron.
Los seguidores, como era de esperarse, quedaron perplejos, como pajaritos en grama: mirando para todos los lados. No entendían nada y todavía no salen del asombro.
Luego, viendo la confusión que provocaron en sus simpatizantes, intentaron entonces enmendar el capote y fue peor. Cómo explicarle a sus adeptos que perdieron, pero ganaron…difícil, muy difícil.
Sin embargo, han tratado de decirle a esa oposición --que no les perdona las mentiras--, que sufrieron una derrota electoral, pero obtuvieron un triunfo político.
Otro trabalenguas más, pero bueno allá ellos, allá los opositores que quieran seguir dejándose engañar con las mentiras, que no me cabe duda son blancas.
Porque Rosales, muy a pesar de su partido Un Nuevo Tiempo, no puede quitarse del alma la mancha blanca de Acción Democrática. Sigue siendo un fiel representante del pasado.
Y como tal hizo la campaña electoral, con las mismas estrategias y las mismas mañas de la IV República. Podría decirse que les hubiese podido resultar el cuento de la tarjeta “Mi Negra”, pero la prostituyeron al punto que andaban con una bolsa repleta de plásticos con cintas magnéticas, como en las fiestas infantiles andan las payasitas con una cesta llena de caramelos repartiendo dulces a diestra y siniestra.
Todo una falta de seriedad con lo que ellos calificaban de un gran proyecto, que algunos creyeron y ahora sufren una decepción que ni Teodoro Petkoff ni Manuel Rosales encuentran como curarla.
Los candidatos que he visto hasta el momento en campaña, han pagado transporte para el traslado de su gente, la diferencia es que actualmente somos una mayoría aplastante, y los autobuses azules sirvieron para darles colitas a muchos rojos rojitos, que se divertían en las “avalanchas”, pero al final, como es de esperarse de todo revolucionario, votaron por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías.
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