Los obispos, dejando ya de lado a los Evangelios (cuyos textos recitan siempre de memoria o como algo que no sienten), arrellanados en sus casas en sus amplias y finas butacas, se dedican a discutir, entre pautas y pautas, de lo divino de las escenas que han visto, y de lo tenso y peliagudo en que quedó el último capítulo: Una vieja cacatúa, de abultados pechos, le dice a un viejo: “-Mira, ya te veo mamandini”, y el purpurado suelta la carcajada. Pero ya poco antes, una joven pareja se había estado comiendo a besos, echados en el piso, y desgajándose con furia sus trajes. Los besos preludiaban algo mucho más sustancioso, pero eso quedaba para la imaginación de cada cual: “lo mejor”. El purpurado comenta: “-Te aseguro que la tipa esa no le dura mucho. Lástima, y el que de veras está mamandini es el otro. Ella le está buscando la vuelta para quedarse con el otro, insisto, que tiene más bienes, más caché, más pinta. Amigo, definitivamente, billete mata galán, ¿verdad, monseñor?”. Pero suena el teléfono y la “cuima” Teresa se esconde para escuchar lo que conversará el marido. El marido Vicente es un siete machos que no “perdona” nada que por el mundo se mueva con faldas o con pantalones ultra-talladitos.
Y de aquellos secretos, de aquellas mentiras y horribles cabronadas pasan a ocupar lugar eminente los chorrerones de lágrimas de las afligidas cornudas que sabrán vengarse a su debido tiempo. Cuernos al por mayor, pues el tema central es el gozo indecible ante el engaño entreverado con adolescentes que enloquecen por encontrar a un viejo con billete que se desviva por ellas; ternuras y gimoteos falsos reflejados en hembras que mientras abrazan a sus amantes están ya retorciendo los ojos por la vileza que están urdiendo, y machos que hacen lo mismo. Y como a los viejos les gusta pechugudas, ellas son capaces de robar para hacérselas lo más resaltantes, apetecibles o “comestibles” posible. Y por eso mismo salen a rebanarse o a encumbrarse las narices según el molde que lleve la actriz más atrevida y pervertida.
La verdad es que una de las plagas supremas que está diezmando las relaciones entre las parejas desde hace bastante tiempo son los valores, los guiones que de las telenovelas extraen las mujeres para pervertir sus hogares. Mienten al llorar y lloran de manera idéntica, e incluso llegan a superar a la más llorona de las más versátiles de las protagonistas. En lo particular tuve una novia que se le pasaba pegada viendo esas bazofias de RCTV, y me admiraba la jerga “amorosa-lírica”, extraordinariamente falaz que me montaba cada vez que entre los dos se presentaban contrariedades y desacuerdos. Calco de los estremecidos llantenes de las diosas enamoradas de esos sórdidos teleculebrones. Y fui comprobando, que por fuerza acabó siendo ferozmente atea; materialista e inescrupulosa en cuanto se le metía en la cabeza para coronar los fines que perseguía; pobre mujer, que para desenvolverse en la vida, sólo contaba con los argumentos, las tramas y los valores que cada día asimilaba de las telenovelas.
Pues bien, ¿qué se puede esperar de esos toneles de carne enrollados en sotanas negras, echados en sus amplios sillones y butacas, disfrutando a millón de los torneos de fútbol, de las corridas de toro, de la lucha libre mejicana, Ají Picante, Radio Rochela, Loco video Loco, La Bicha y de esos culebrones que cada día vomita RCTV? Pues, el Infierno. El infierno, mil veces el INFIERNO.