Los dos misioneros que iniciaron el establecimiento de las llamadas “Reducciones” fueron los jesuitas Cataldini y Maceta, quienes recibieron en 1609, de la superioridad, una recomendación muy atinada para aplicarla al proceso de transformación de esas comunidades tribales en pueblos: “que el pueblo se trace al modo de los del Perú o como más gustase a los indios”. El positivista Pareto escribió en 1926 que esas “Reducciones” ERAN UN EJEMPLO DE GOBIERNO SOCIALISTA semejante al del antiguo Perú. Muchos citaban la organización estructurada como un régimen socialista digno de seguir. El gran poeta Leopoldo Lugones quien visitó lo que quedaba de los templos de las “Reducciones” dijo: “mi opinión es que los Padres, logrando como base de organización social la de su propio instituto, que lógicamente les parecía la mejor, hicieran de las “Reducciones” una gran compañía, EN LA CUAL NO FALTABAN NI EL COMUNISMO reglamentario ni el silencio característico”. Efectivamente, LAS “REDUCCIONES” PARTÍAN DE UN COMUNISMO AGRARIO, ELEMENTAL, BÁSICO, EN LA QUE LAS TIERRAS ERAN PROPIEDAD DE DIOS Y LOS SERES HUMANOS ERAN SUS USUFRUCTUARIOS PERO NO SUS PROPIETARIOS PRIVADOS. De modo que si aquellos campos se beneficiaban en parcelas, “tupu” o conucos, el resto era trabajado en común. TODO LO ROTURADO, LO SEMBRADO, LO COSECHADO, LO PRODUCIDO PERTENECÍA A LA TEOCRACIA SOCIALISTA DE LA CUAL DISFRUTABAN LAS COMUNIDADES.
Nadie entonces puede ver exabrupto alguno cuando se dice que Jesucristo fue esencialmente un socialista, porque ser socialista es lo más humano, lo más puro y lo más justo que se puede esperar de un hombre.