Previo a la conferencia que daría el Filósofo, almorzaron en un bello restaurante en el Escorial, a pocos kilómetros de Madrid. Don Mario estaba encantado con el porte sencillo, sereno y moderado del Filósofo quien rechazó un tabaco diciendo: “No, gracias, tengo otros vicios”.
- ¿Y nos podría mencionar algunos de esos vicios?
- Bueno, mi hobby preferido que no vacilaría en llamarlo vicio es comprar. Yo creo que el mundo no necesita pensar, le basta con gastar. En eso he sido muy práctico, don Mario.
- Pues, mire, que no está usted tan descaminado, Manuel, porque mientras se gasta se vive, se es feliz, el cuerpo se reanima, aumenta la circulación sanguínea, las neuronas se refrescan y se anima todo el ser.
- Por eso un centro comercial vale más que mil bibliotecas; en una vitrina los seres humanos vibran como lo que son, colocando por delante la razón de los nervios, del gusto, de las sensaciones netas y formales.
- Usted me recuerda a Adam Smith en aquel discurso memorable en la Academia de Londres, cuando sostuvo que la mano invisible sería también la que redactaría todas las constituciones del planeta.
- No se ría, no es un simple cliché; es una paradoja metafórica.
Don Mario quería conocer un poco más de Venezuela, y entonces hablaron del puente Rafael Urdaneta, discurrieron sobre el drama del mundo de la frontera donde suele instalarse un país incontrolable que no responde sino a leyes especiales de la sobrevivencia en medio del contrabando, de la droga, del tráfico de armas.
- Aunque todo se reduce a un solo drama –le espetó don Mario-, y son esos indígenas indigentes que todo lo afean y trastocan.
- Indigente viene de indígena, indudablemente, y he sostenido en todos los foros a los que he acudido de que cuando nos llaman indios es porque el guayuco nos lo ven en la frente.
- Maravilloso, don Manuel. Maravilloso. Si me permite lo utilizaré en uno de mis ensayos, respetándole sin duda el crédito que usted se merece.
- Esos indígenas son antorchas encendidas convertidas en un polvorín; de eso no cabe la menor duda, señor Mario.
- ¿Tiene usted en su programa de gobierno alguna manera para integrarlos en la sociedad?
- No, ninguno. Cometería una blasfemia si me ocupara de algo que no entra en la categoría de lo cognoscible. Ciertamente valoro más la ausencia de lo metafísico en algo que raya en lo socialmente inverosímil.
- Si usted algún día se tomara el trabajo de estructurar una novela, yo le aseguro que llegaría muy lejos. Tiene usted el pulso de lo real en lo creativo, y soy yo quien ahora le digo: Atrévase, Manuel, atrévase.
- No podría. Sólo le pido que no me desvíe de mi destino. Sé muy bien que en hacer se hacen y se construyen las metas que se sueñan con los ojos abiertos. Así como usted fracasó intentando llegar a Presidente, yo he batido en regla tres veces en el centro del Zulia, al tirano en jefe de mi tierra. Gajes del ofidio.
- Bien dicho, don Manuel.