Roberto Giusti fue quizá uno de los mejores periodistas Que pasaron por “El Nacional”. Tenía talento, imitaba el estilo rápido, sereno y claro de García Márquez, pero había nacido para venderse caro. Eso pensaba. El periodismo por sí solo no le daba nota. Él tenía que ir a por lo gordo, y comenzó a merodear a Carlos Andrés Pérez, y a olvidarse de la escritura. Le dio entonces por redactar exultantes elogios al gobierno de CAP, lo comparaba con los héroes civilistas más representativos de nuestra estragada historia. Para Roberto Venezuela no había dado un hombre más seductor que CAP. Se cepillaba a las más bellas, a las mejores dotadas, jóvenes, maduras y hasta viejas. A todas las que quiso y algunas que tampoco quiso, también. Roberto, sus mejores momentos lo vivió en Miraflores a su lado, y CAP que era un horrible ignorante imaginaba que Roberto llegaría a ser una especie de Mario Vargas Llosa, un narrador de la altura de Plinio Apuleyo mendoza. Todo lo que Roberto le pedía al mandamás de los mandamases, se lo daban. Y comenzó a celarlo. Roberto odiaba en secreto a Pastor Heydra y a Pedro Pablo Alcántara. Observen ustedes que Roberto nunca le criticó nada a Alcántara por la censura y allanamiento que se le hizo a “El Nacional”, poco después del golpe del 4-F, pero aquella caída facilitó su ascenso. “Tú me haces falta aquí a mi lado”, le musitaba CAP en medio de sus trajines. Y allí se quedó a su lado, Roberto. Lástima que todo se fuese a la mierda porque Roberto hasta tuvo sueños de grandeza en aquellas salas plagadas de poder y de ejecuciones proditorias inmensas. Roberto perdió todos sus pelos en esas salas y en los grandes saraos y viajes del poderoso y pajarero Gocho. “A lo mejor, tú no lo sabes –le dijo CAP a ti te toca venir a gobernar”, y Roberto que tenía sentido del humor le espetaba: “Gocho no come Gocho”.
Pensaba en grande el flabistán.
Pero Roberto no olvida a su benefactor y cada dos meses le visita en Miami. Para toda la colonia venezolana radicada en la Florida, CAP es un Washington. La mayoría de esa colonia recuerda que CAP los hizo gente, los mandó a estudiar a EE UU con aquellas jugosas becas del Programa Gran Mariscal de Ayacucho. CAP con el barril de petróleo por las nubes puso a viajar por el mundo a los venezolanos. Los puso a comprar casas y carros en el Norte. Más barato resultaba hacer mercado en Miami que en Barquisimeto, Valencia, Maracay o Caracas, y los viajes los fines de semana a Florida vivían copados. Fue una época maravillosa, la gente tenía de todo y gastaba, y botaba y le sobraba lo que le faltaba. Qué gloria. Fue la época en la que aprendimos a comer arepas con caviar y queso camembert; fue la época en que Roberto aprendió a tragarse los pasapalos de doña Blanca, la esposa de CAP, preparados con patilla y mortadela (superiores a los de jamón con melón). Idílico pasado cargado de ensoñaciones de dulces escapadas al país que nosotros estábamos obligados a emular en todo. Roberto quedó muy impresionado, una tarde, encontrándose en palacio, en la que CAP le pasó una revista francesa “L´ Express” (10-3-75): en la que él le decía al periodista norteamericano PIERRE SALINGER: “Vamos a cambiar el mundo “. Al terminar de leer la entrevista, Roberto le dijo: “Usted, presidente, puede hacer eso y mucho más. Cambiar el mundo es poco para usted.” CAP tenía los ojos nublados y le respondió: “Me haces falta Roberto. No sabes cuánta faltas me haces. Nunca te apartes de mí. Eres más que un hijo, que un padre, que una maestro. Conocerte estaba en mi destino…” Vaya.
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