Recuento de nueve años (como siglos) frente al mar de la Generación Tullida

¡Cuántas tentaciones pudiste vencer, tú Chávez, en nueve años: mujeres hermosas, yates, mansiones, abrazos y paseos en carritos de golf en Camp David! Cuántos destrozos de dioses a lo largo de estos años: una DEA que se fue, unos asesores militares que tuvieron que coger sus maletas, y que vivían incrustados en Fuerte Tiuna. ¡Que fue de aquellos soportes y programas salvadores y protectores, hoy destrozados y vueltos añicos, del FMI y del Banco Mundial! Contigo, Chávez se acabaron aquellas fiestas sorpresas en Miraflores cada vez que el Presidente cumplía años. Aquellos rutilantes saraos, aquellas imparables rochelas con whisky “del bueno y caro”.

La oposición, el único programa que realmente tienen es ese: volver a las dislocadas robaderas y orgías de palacio, a las barraganadas; a las entregas entre nenas ardientes desechables, a los juegos de caballo, a las prístinas sobaderas de bolas, a los sueños del mentecatismo norteamericano. Dime con qué sueñas y te diré por qué ladras.

Como si habláramos del siglo XIX, toda una Generación Tullida. Una Generación cuyos dioses parapléjicos quedaron balbuceando las mismas frases adecas de los primeros liberales de las mesnadas paecistas: “Pan, Tierra y Libertad”. El Pan amargo de la miseria, la Tierra abonada con miles de osamentas que tampoco tuvieron ese Pan; la Libertad para morir como quisieran: de hambre, de sed, de plagas o de deudas infinitas.

Sí, tuvieron dioses aquellos pueblos enfermos de mesmedades y farsas importadas. Hubo un cándido candidato copeyano llamado Lorenzo Fernández quien con voz temblorosa de profundo patriotismo nos prometió la televisión a color. El candidato adeco que le enfrentaba prometió entonces en un acto a reventar no subtitutilar las películas gringas. Qué país, qué tiempos aquellos. No todo tiempo pasado fue mejor. Cada cual prometía lo que podía.

Se fue Betancourt y lo llamamos “el padre de la democracia” porque nos dejó las primeras gloriosas deudas con el FMI; deudas que aquí no existían desde principios de siglo. Betancourt prometió que acabaría con la maldita dependencia del petróleo, y lo que hizo fue hacernos más dependientes de las compañías que lo extraían. La frase más famosa de los setenta fue: “Disparen primero y averigüen después.”

Pero le sucedió Leoni “El Bueno”, quien nos amenazó con la paz de los sepulcros y asesinó a más de cinco mil luchadores de izquierda. Luego nos sobrevino Caldera (hijo de un cura y una monja) quien aseguró que haría cien mil casas por año y cuando dejó el coroto sólo había construido con 3.212 ranchos. De cada gobierno que se iba a Caracas la dejaba ranchizada en un setenta mil por ciento. Invade y cogerás votos, era la consigna que se iban pasando los prospectos a dirigente adeco o copeyano. También Caldera juró que él iba a acabar con todas las colas en todas partes, en los bancos, en los mercados, en los aeropuertos y dependencias gubernamentales. Y la gente llegó a pensar que nos iban a rebanar las nalgas.

Esas cosas se prometían a boca de jarro. La frase más famosa de los setenta fue la de un Caldera totalmente desganado: “A esto le vamos a echar pichón…”.

Nadie prometía hacernos un pueblo soberano, un pueblo que pudiera producir alimentos; un pueblo industrioso, un pueblo decididamente independiente y organizado, culto y humano. Aquí lo que prosperaban ardientemente eran las loterías, la brujería, la mordida, los remates de caballo y la bebedera de aguardiente caro. El llamado “Litrico” Lusinchi nos trajo a RECADI y a un chino importado para meterlo preso porque aquí los jueces no querían mancharse sus impolutas investiduras. La corrupción también vivía impolutamente serena. Al gobierno de Lusinchi todos los adecos lo llamaban: “ESTO NO LO AGUANTA NADIE, CAPÍTULO II”. El capítulo I había sido el del Luis Herrera, que en paz descanse. Pero en realidad en de Lusinchi era el Capítulo V. la frase más famosa de la década de los ochenta la pronunció Lusinchi, quien al entregar el gobierno, dijo: “Nos engañó la banca.” Y la replica más genial la de Luis Herrera: “Tarde piaste pajarito”.

Todos los gobiernos se parecían como dos gotas de agua; la “identidad idéntica”, como hubiera proclamado en sus “Memorias inmemoriables”, CAP. De lo que sí parecíamos estar convencidos todos era que ni CAP ni Caldera nos volverían a desgobernar, pero ocurrió lo insólito: volvieron “rejuvenecidos” en sus dislates.

La frase más famosa del los noventa fue la de CAP: “hubiera preferido otra muerte”. Imposible, nunca había estado vivo.

No había en ningún horizonte un ser que valiera la pena, con carácter; carecíamos de hombres con los aguacates bien puestos y para finales del siglo XX casi estábamos por auto-declararnos patronímicos desahuciados de la humanidad; cada cual con su grupo andaba con aquella vaina de concensuar. Por todos los escenarios de los partidos lo que relumbraba eran muertos insepultos. Cada muerto fundaba un partido a última hora. Y Dios nos ampare y nos favorezca pero siguen vivitos e intactos los muertos insepultos, e incluso hasta en el PSUV. Sólo contamos con Chávez.

Y se nos hiela la sangre cuando hacemos un recorrido buscando a alguien que se apiade de nosotros y nos vemos por ninguna parte una salida ni a alguien que no sea un muermo entre bastidores. Lo que cunde por doquier son muermos a paso de vencedores. Llegan, vencen y se van.

Y cuando miramos atrás sentimos vértigo: Salas Römer el de los saltimbanquis de la sociedad anónima civil dirigida por “El Nacional”; don Elías Santana de “Queremos Elegir”, el borrachín de Pastor Heydra, el merotrópico de Eduardo Fernández, el circense de Fernando Egaña, el circunvalado de Asdrúbal Aguiar, el paramartirizado de Juan José Caldera...tantos, Gerardo Blyde, Leopoldo Martínez, Laureano Márquez, Ixora Rojas, Claudio Fermín, Pérez Vivas, Andrés Velásquez, Liliana Hernández, Ramos Allup, Cecilia Sosa. Tantos fellows travel como Américo Martín, Manuel Caballero, Roberto Giusti y Ramón Escovar Salom, todos en terapias inexpresivas. Hasta una gallina degollada tuvimos. Los Big Vil Boys de Primera Justicia, cuya obra suprema fue poner a chillar un cerdo en plena Cámara. Los desaparecidos que aún se asoman con sus potentes lecos impotentes,… un William Dávila Barrios o aquel eterno incensario muerto de José Curiel.

Los amargados de la exquisita clase intelectomarcial de los Pedro León Zapata, Guillermo Morón, Claudio Nazoa, Aníbal Romero, Elías Pino Iturrieta…

Tantas focas y flecos contoneadores en el trasnochísimo festín de las parcas, disputándose las sardinas del Tío Sam. Los dilectos amadores de los Somozas, Chapitas y Pinochets. Las prósperas marmotas del libre mercado. Sorry.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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