Aún antes de que existiéramos como nación, muchos de los nacidos en esta tierra habían traicionado el amor y la lealtad que normalmente se le dispensa al suelo patrio.
En la gesta independentista miles de hombres y mujeres entregaron su vida en pos de sueños de patria y libertad; pero otro tanto lo hizo defendiendo los intereses del imperio español y su deseo de mantenernos como colonia.
Casi no ha cambiado nada. Aunque por ahora no dirimimos las diferencias en un campo de batalla, sigue la patria dividida entre quienes la sueñan libre y soberana, y aquellos que le hacen el juego a un imperio que pretende seguir expoliándonos.
Al igual que hace doscientos años, seres nacidos en esta tierra apoyan moral y materialmente cualquier ataque contra la patria. El mismo odio que los llevo a expulsar a Bolívar, los motiva hoy a oponerse a quienes pretenden rescatar el sueño del Libertador.
No son inocentes y mucho menos seres confundidos. Son simplemente unos apátridas, llenos de odio.
Ellos saben que antes de invadir un país, los norteamericanos “preparan el terreno” acusando a sus gobernantes de cuanta barbaridad les viene en gana; pero se prestan al juego e intentan ridiculizar a quienes advierten sobre los riesgos.
Ellos conocen la historia de Chile, Panamá, Guatemala, Grenada, Haití y tantos otros; pero les importa un bledo que Venezuela pase a formar parte de esa lista.
Nacieron en esta tierra pero no la sienten como patria. Lo único que les motiva es el lucro.
Ahora cuando en esta América mestiza reviven los sueños de nuestros padres libertadores, los cipayos de siempre se arrastran como lo que son y luchan con todas sus fuerzas en la defensa de los intereses de los amos de su conciencia.
Allí está el cipayo mayor de Colombia, agrediendo a la pequeña república del Ecuador por instrucciones de su amo del norte.
A la estrategia se “le ven las costuras”. Están pulsando la reacción internacional, para determinar la conveniencia o no de repetir la experiencia contra Venezuela.
El Presidente “leyó” bien el mensaje y advirtió que una acción de ese tipo contra nuestro país sería causa de guerra.
Por ello escribimos esta nota. Intentamos alertar sobre la actitud que asumirían algunos infelices con nacionalidad venezolana, pero conciencia y alma de ciervo de gringo.
¡Que nadie se confunda! Esos miserables se colocarían del lado de Colombia, en caso de un conflicto bélico.
El gusto que se dieron saboteando a PDVSA, el descaro conque celebraron la agresión del rey de España; las sonrisas que cubren sus rostros cuando evalúan el daño que podría causarnos las acciones de la Exxon y el placer que invade su alma cuando los medios internacionales nos definen como paraíso del narcotráfico; son una nimiedad al lado de lo que serían capaces de hacer para que los gringos y colombianos nos arrasaran en un
conflicto bélico.
La historia les cobrará su inconsecuencia, como se las cobró a aquellos que se enrolaron en el ejercito realista para combatir contra nuestros libertadores.
Sería ingenuo pensar que entre aquellos no hubo valientes y gestos heroicos, pero la historia nunca enaltece a los traidores.
No podemos, sin embargo, dejarle todo a la historia. Conveniente es tomar acciones destinadas, por lo menos, a neutralizar a aquellos que no vacilarán en disparar a la espalda de nuestros soldados, sin con ellos sus amos obtienen un beneficio.