La “gente” de la Coordinadora apátrida, andaba herida por lo del eructo del general Acosta Carles. Gente muy fina y delicada, que entraba en algunos restaurantes únicamente para amargarle la comida a sus enemigos, con ruido de cacerolas, para mentarles la madre e incluso escupirles en las caras (aún cuando hubiesen entre los insultados, mujeres embarazadas o niños). Y no respetan ningún lugar para echar sus bilis: iglesias, clínicas, colegios; en su histerias amenazan con colgarles, con quemarles vivos y pulverizarles con metrallas. Después del allanamiento al galpón aquel de una empresa en Valencia, comenzaron las nenas reales, ultra sensibles, delicadísimas, a gritar: “¡Ni un eructo más!”, “¡Ni un eructo más!”. Ahora el del eructo está con ellos. Como ocurrió con el general Rosendo al que llamaban EL HORRENDO. Al igual ahora que el general Baduel, que por su finura se pasó para el enemigo, con el único fin de mejorar el pedigrí, la raza. Tan fino que ha superado a Rosales.
Claro, estas Gentes no eructaban en cámara, pero sí que se orinan en el vaso de beber; mienten como bellacos, inventan y calumnian como cerdos, con todo el descaro del mundo; bailoterapean sobre sus propios muertos al son que les toca el mamón de Ravell y van en marchas y contra-marchas, amarteladitos con los asesinos de Danilo Anderson, con Cabeza e´ Motor y Antonio Ledezma. No eructan pero se tira pedos de panaderos delante del que les de la gana. “Gentes” en el concepto antiguo, que es una dignidad inmediatamente inferior a la de un caballero, pero que en la definición moderna no pasa de ser una dignidad inmediatamente superior a la de un rufián. Aunque la nota fuese después decir que Chávez había defendido al asesino Gouveia porque lo llamó caballero, cuando todos los baños (inmundos o no) tengan ese aviso y por allí todo el mundo se meta impunemente... Por eso acabaron protestando porque de los baños públicos se eliminara la palabra “Caballero”. Yo la otra vez vi a Antonio Ledezma a punto de entrar en un baño con esa nota, y a pesar de que le señalé el fulanito escrito arriba de la puerta, a él no me importó y siguió como Pedro por su casa.
Es “Gente”, claro, que se cree muy por encima de la chusma, de la plebe, del lumpen; “gente” como Bobolongo, como la Maky Arena o el Mingo aquel (ya fenecido), Kiko y el Roland, Carla o la vomitiva Ana Karina Villalba, para quienes todo lo malo debe ser disimulado según el librito de urbanidad de Carreño. La Maky Arenas o la Situ Pérez Osuna no eructarán en público, pero con los retruécanos de sus caras y de sus gestos cuando inventan, cuando elucubran y balbucean produce más repulsa que hacer gárgaras en una igelsia. ¿Acaso no se dan cuenta lo que inspira las caras retorcidas y congestionadas de Marta Colomina, del Oswaldo Álvarez Paz, Federico Alberto Ravell y el Matacuras?
Francamente, si a mí Globovisión me viniera a acosar groseramente con sus micrófonos, les lanzaría una tormenta de volcánicos pedos, aunque luego me destrozaran en sus pantallas llamándome el gran Conde de la Trompeta.
Porque yo no creo en esa gente que se dieron a la tarea de monopolizar ese mismo término de GENTE, y se llamaba “Gente del Petróleo”, por ejemplo. Que se llamaban a sí mismos merotócrtasa. Verdaderamente inculta que no se ha leído a Quevedo, quien escribió “Gracias y Desgracias del Ojo del Culo”; ni sabe de aquel edicto del emperador romano Claudio César, cuando mandó a todos, pena de la vida, que aunque estuviesen comiendo con él, no retuvieran pedo o eructo alguno. Qué fino debe ser escuchar a Timoteo Zambrano decir, cuando suena un pedo: “Huele a creolina, ¿será que alguien limpia?” O a Nitu Pérez Osuna, expresarse: “¡Ay Dios, a alguien se le ha ido una pluma!”. O a Ana Karina Villalba: “Entre peña y peña, un río suena”. O a la Marta Colomina: “Entre dos peñas, un fraile da voces”. O al remilgado Cardenal Urosa: “El señor don Argamasilla cuando sale chilla”.
Ellos allí sentados con sus pedos degollados, porque en verdad no hay cosa más fea que un “viento” degollado. Para muchos científicos el eructo es idéntico a un pedo, aunque parezca más odioso, eso no siempre fue así: el eructo llegó a formar parte de la más noble gravedad. Sea que la ventosidad salga por arriba o por debajo, no debe mostrarse escrúpulo alguno. En el “Diccionario Universal” de Furetière, se refiere que en el condado de Suffolk, un vasallo debía hacer ante su rey, durante todos los días de navidad, un salto, un pedo y un eructo.
El pedo de un poderoso dueño de medios se produce por una cascada de vientos congestionados por el odio, como ocurrió con los impromtus desajustados del diarreico Carlos Fernández, por ejemplo, depravado de la lucha en la Plaza Altamira, quien dejó a todo su elenco de luchadores, colgados. He allí el lento pero efectivo desinfle de la oposición, envenenada por los crepitus, de cada día, que vituperan a esos cuerpazos como los de doña Cecilia Sosa, Marta Colomina y los manganzones de Hermánn Escarrá o Andrés Velásquez. Acostumbrados por finos a degollarlos y que por ello mismo van inflados, que flotan.
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