Siempre me ha llamado la atención la actitud de los entrenadores de boxeo que cuando sus pupilos están entrenando ellos se agarran del saco de arena que recibe los golpes del pupilo, pero por la parte trasera, a buen resguardo de cualquier golpe que pudiera alcanzarlos. ¡La pinga! Ellos no están para recibir coñazos, sino para dirigir. Más simpática me resulta la actitud de un señor que recuerdo de mi niñez porque su mujer siempre le andaba reclamando que se la pasaba echándose palos con un amigo a quien la mujer le atribuía la culpa pero, en cambio, el señor se limitaba a decir que él era “consecuente con sus errores”, sin culpar a su amigo que “lo sonsacaba” según la expresión de su mujer. Es decir, él asumía aquella expresión de ¡que cada palo aguante su vela” o la más popular “que cada perro se lamba su verga”, actitud que hoy en día es rara de encontrar en las personas, quienes más bien, al igual que los entrenadores de boxeo, se escudan tras de un saco de arena al cual ellos mismos le entran a coñazos después de que el boxeador le ha dado unos cuantos.
Lo expresado anteriormente viene a cuento, sobre todo en estos días preelectorales, porque todavía es muy frecuente entre los círculos de la ¡y que! oposición que ven cómo día tras día merman sus esperanzas de aumentar, o de siquiera mantener, sus cuotas de poder y se encargan de seguirle echando cagajón encima al cagajón que auparon en abril del 2002 y se empeñan en cargarle la responsabilidad de que la popularidad del Presidente Chávez haya tenido un repunte sostenido desde aquel momento. Y es así como vemos que estos especímenes de la ¡y que! asumen la actitud del entrenador de boxeo aferrándose a la figura de Carmona cual si fuera saco de arena para que reciba los coñazos del pueblo que lo rechazó y de paso tirándole ellos mismos unos cuantos, con su cara muy lavada, como si no hubieran tenido nada que ver en ese asunto. Se olvidaron de aquellas caras transfiguradas, aquel vocerío ensordecedor y el bosque de brazos alzados en ademán de golpear con el puño que se pudieron ver en Miraflores durante la lectura de cada artículo del famoso decreto leído por “el meón considerando” antes de que se produjera la desbandada entre sus filas tratando de escapar del palacio, al igual que las ratas cuando se hunde el barco en que se encuentran.
Nada de eso ocurrió: la plasta la puso el tirano Carmona solito: él condujo a la multitud a la trampa de Puente Llaguno; él elaboró el decreto; él nombró el gabinete inconsultamente; él ordenó desatar la persecución contra los funcionarios del Rrrrrégimen, etc. Los dirigentes de la ¡y que! asistieron a Miraflores por diferentes razones: unos, atendiendo a una invitación con objeto desconocido; otros para señalarle al ¡y que presidente! acerca de la inconstitucionalidad del decreto; otros para interceder con sus oraciones por el Presidente depuesto y ayudar al entrante con sus sabios y piadosos consejos; y en fin, cada uno de esos asistentes tenía un motivo altruista para hacerse presente en Miraflores, sin olvidarse de firmar en señal de conocimiento y conformidad el famoso decreto leído por el “meón considerando”. Ninguno asumió la honesta actitud de aquel señor que era “consecuente con sus errores” y no le cargaba sus propias culpas al compañero de tragos, aunque la tuviera. Actuaron y siguen actuando igual que Pedro cuando traicionó a su señor, Jesús, negándolo por tres veces consecutivas, con la diferencia de que Pedro se arrepintió de tal acción en tanto que estos siguen echándole mierda al bolsa de Carmona. Que Dios se apiade de su alma.
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