Ibsen Martínez echa espuma por la boca porque Chávez no acaba por matar a unos cuantos

Ibsen Martínez, ausente, ya sin ideas (aún nadie sabe si alguna vez tuvo una), con exceso de toxinas en la sangre y adiposo, trata de pensar y lo que hace es eructar callos a la madrileña, morcillas bogotanas, paellas negras, caldos de cebollines y sesos al ajillo. Lo entrevista una colega suya, que por jalar desmedidamente a Bobolongo, vive en cuatro manos buscando su progenitura perdida: Milagros Socorro. Es decir, tal para cual.

Entre las genialidades que le pregunta doña Socorro está lo siguiente:

--¿Por qué Chávez no mete miedo?

Entonces Ibsen se acomoda la panza, abre la boca y busca aire mientras hace que medita, para finalmente responder: “Buena pregunta. Muy buena pregunta. Excelente pregunta, de las mejores que he escuchado en décadas: por qué no mete miedo alguien que no hace sino tratar de infundirlo, y que abre la bocota todos los días con ese objetivo.”

Es decir que para este hombre Chávez es un pobre diablo porque no saber infundir temor. No asusta a nadie. Bobolongo no está asustado, a Ravell ni cosquilla le hacen sus “amenazas”, Manuel Rosales anda como Pedro por su casa con todo lo que se le ha tirado encima y jamás lo han golpeado, ni lo han matado ni ha ido a parar a la cárcel.

Pero el cerebro de Socorro trata de mover y buscar salidas ontológicas a su gran confusión y exige una aclaratoria:

-Ajá, ¿por qué? ¿Por qué no mata a nadie?

Y son las tripas de Ibsen las que responde por su extinto cerebro: “Porque no está dispuesto a hacer lo que hay que hacer para infundir miedo: matar. De resultas, es un pataruco.”

Otra vez, pues la conclusión es que Chávez es un pobre imbécil porque no se atreve, no tiene bolas para echar plomo, porque es un bocón, un tipo que amenaza pero que no acaba por arrasar a sus enemigos. Ahí se lo está poniendo Ibsen clarito a doña Socorrito, pero aún ésta trata de encontrar una explicación más fenomenológica a la indecisión del teniente coronel:

- ¿Y cuándo entonces tú crees que cumplirá sus palabras y mate de verdad, verdad?

Ibsen bosteza, trata de revisar retrospectivamente sus circunvalaciones interiores y balbucea: “Chávez recuerda a Pérez Jiménez en el episodio de República Dominicana, según lo ha contado un sigüí de Chapita Trujillo. Cuando Pérez Jiménez salió del poder, se fue a Santo Domingo, y parece que todas las tardes recibía la visita de Trujillo, que iba a decirle: "Chico, ¿de verdad, a ti te tumbaron? ¿y tú por qué no ametrallaste a esa gente? ¿por qué tú no bañaste en sangre ese país? ¿para qué eras dictador, entonces? Hasta que Pérez Jiménez no pudo más con eso y se fue a Estados Unidos, de donde fue extraditado. Yo creo que el enorme ridículo que está haciendo Chávez, y que se va a agudizar después del 15 de febrero, es que él se está vendiendo como el hombre providencial, el hombre que manda y que si la gente vota No está votando contra papá Dios... y no infunde miedo: el 23 de enero al mediodía estaban los muchachos en la calle, en la noche la gente estaba presta a ver el partido Leones-Tigres. Y me llamó sobremanera la atención el hecho de que ese pobre hombre no se atrevió a tirar una cadena esa noche. Resumo: no infunde miedo y por eso está condenado a ser desalojado del poder de la manera como llegó, por la vía electoral.”
Socorro está aterrada por evidencia de lo sobrenatural de los gases intestinales de Ibsen y transgrede la sentencia popular de “increíble pero cierto” por “increíble pero incierto”, insistiendo:

-Eso, precisamente, es lo que mueve a los extranjeros a pensar que no es un dictador.

Entonces Ibsen se crece: “No me la pongas tan bajita, porque en sus viejas categorías no son capaces de ver que esa persona a la que nadie le teme, a la vez cierra medios de comunicación, persigue periodistas, les echa plomo y gas a los estudiantes. Chávez ha ejercido la violencia real, pero, es verdad, no da miedo como Pinochet o Fidel Castro. Y mientras no meta miedo estará metido en el cepo de las formalidades democráticas. Chávez debe considerarse un hombre extremadamente desafortunado (a pesar de la creencia común que lo considera nimbado por la inmensa suerte de haber dado un golpe y no haber pagado los correspondientes años de cárcel, de que la gente haya votado por él sin tener capacidades de estadista), pero debe considerarse desdichado porque no tomó el poder el 4 de febrero y no fusiló un poco de gente, porque es un hombre de ideas primitivas. Yo me imagino que todas las noches maldice el día en que le hizo caso a Miquilena, quien lo metió en el zanjón de las formalidades democráticas.”

Definitivamente la decepción de Socorro, Ibsen y Bobolongo radica en que realmente Chávez no es un genio maldito de la represión, del crimen y de la mafia organizada como ellos siempre habían esperado y siguen deseado que lo sea, porque así sí se habrían podido entender con él. Si Chávez hubiera sido como Miquilena, dicen, otro gallo cantaría. Lástima.















Con un trimestre de residencia en Madrid, un par de meses en México y ahora casi ocho en Bogotá, Ibsen Martínez ya ha faltado de Venezuela por casi un año.

--¿Se ve distinto el país desde lejos? --No lo veo distinto de como lo he venido juzgando. Lo que se agudiza cuando uno vive fuera es la noción de la singularidad del fenómeno político venezolano, que es lo que lo hace ininteligible para el observador extranjero, quien se ciñe a las ruedas de molino del pensamiento político del siglo XX, empeñado en ver izquierda, derecha, antiimperialismo... Lo que se ha agudizado es la percepción de que Venezuela es uno de los países más singulares de América Latina, con una historia muy difícil de contar; sobre todo la del siglo XX, cuyos grandes logros, así como la expresión de sus atrasos, no se parecen en nada a los problemas que tópicamente describimos como latinoamericanos. Este es, tal vez, el país menos latinoamericano del conjunto. Por eso resulta tan elusivo para corresponsales extranjeros. Cuando te alejas un rato, surge un elemento emocional: el notable descenso de la crispación. Y, al bajar la crispación, puedes transmitir tus elaboraciones sin ese factor, pero lo que vienes pensando es básicamente lo mismo.

--¿Qué análisis hace usted de la crispación venezolana? --La enorme crispación de la vida cotidiana venezolana se debe a la intervención permanente de lo político en nuestras vidas, al mismo tiempo que al desconocimiento del público en general de cómo funciona la política. Este fue un país que, a partir del año 1936, incorporó la vida política a su quehacer: el venezolano se hizo adeco, copeyano, perezjimenista, es decir, empezó a tomar en cuenta la política como un elemento de comprensión de su realidad, pero no era sectario. Éste es para mí el punto crucial. Entre los setenta y los ochenta, los medios, los opinadores públicos, estuvimos desacreditando el oficio político, con lo cual le hicimos la cama a Chávez. Cuando la comprensión del hecho político se diluye en las emociones y, encima, esto se instala en la vida cotidiana de un país, llega un momento en que resulta muy difícil discernir lo crucial de lo accesorio. Ese es uno de los agravios que Chávez le ha hecho a la civilización venezolana: ha añadido un elemento terrible a lo que ya era malo (me refiero a la descalificación de la actividad política, de la que yo, por cierto, fui partícipe con Por estas calles ­telenovela transmitida por RCTV en 19921993­), y ese elemento es la criminalización de la disidencia.

Y, por supuesto, por una natural emulación, los contrarios se han contaminado; de allí que el opositor del común, en una cena, en una boda, cuando escucha a alguien tartajear una opinión, se exaspera y, golpeando la mesa, exige: "Bueno, defínete, ¿estás con el tipo? ¿cuándo cae el hombre?". Esa impaciencia con el tempo inevitable que tienen los procesos políticos, es lo que llamo crispación.

--Alguna explicación tenían aquellas descalificaciones. --Claro. AD y Copei terminaron convirtiéndose en unas maquinarias electorales, pero también hubo intereses plutocráticos en descalificar el ejercicio político, en aras de ejercer el poder directamente. En este sentido, no es ocioso recordar que Chávez no llega al poder en olor de multitudes sino que se convirtió en la ficha de los poderes fácticos y de muchos poderes económicos que vieron en él la posibilidad de ejercer el poder sin mediación de los partidos. Resultó ser una cosa distinta. El punto es que a la descalificación de lo político se ha sumado, a lo largo de estos diez años, la banalización letal que el discurso chavista ha impuesto a la idea de discrepar.

De allí que hayamos llegado a lo que hemos visto en los últimos días: represión a los estudiantes, amenazas de guerra si el electorado no lo favorece, declaraciones de que todo lo que sea votar No es contra él, es pitiyanqui... todas esas babiecadas que dice Chávez, pero que tienen consecuencias en el clima nacional.

--Sin embargo, esos insultos no parecen desanimar a la discrepancia. --En absoluto. Lo que le está pasando a Chávez recuerda lo que les ocurre a los actores de teatro que, para provocar risas en el público, echan mano de un truquito. Eso se agota.

Chávez está viviendo la etapa de los retornos decrecientes de su retórica (de la satanización del disidente, la invocación a la conspiración, al imperialismo y a la oligarquía). En el momento en que más necesitaría movilizar a su universo elector, ya sus trucos no funcionan porque están muy vistos.

Y vencidos. Además, hay una enorme desproporción entre lo que él ambiciona, que no es más que cambiar las reglas del juego en el quinto inning, y lo que él dice que pasaría si no se cambian las reglas. Por eso vaticino una nueva derrota de Chávez en este referéndum.

--El caso es que la gente no se ha arredrado por la criminalización de la disidencia. --Claro que no. Yo tengo la convicción de que Chávez es un mentiroso: en su vida ha agarrado una Wilson o una Spalding.

A lo mejor hay testimonios fotográficos de que ha jugado pelota, pero si entendiera algo de beisbol sabría que hubo un gran pitcher zurdo, de los Dodgers, llamado Sandy Koufax, a quien alguna vez le preguntaron en qué radicaba el arte de lanzar. Y él respondió: "El arte de lanzar se reduce a una sola cosa: infundir miedo". Chávez nos ha dicho desde hace 15 años que él y que fue un gran pitcher que se tuvo que meter a salvador de la patria porque el draft de Magallanes no reconoció su talento, pero quien vea esto con distancia, y prescinda impíamente de que ha habido muertos, que hay presos políticos y que muchos viven en el temor de que los boten del trabajo si no acatan muchas exigencias abusivas, concluirá que este tipo, en diez años, no ha logrado infundir miedo a nadie.

Absolutamente, a nadie. Y ahora, para colmo, los muchachos, que tenían nueve años cuando él se encaramó, han salido a las calles a echarle en cara que no le temen.





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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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