En la pasada campaña electoral del 15 de febrero, pudimos observar cómo toda la estrategia opositora a nuestro proceso, pivotaba sobre una hábil manipulación psicológica de la gente. Decir esto, desde luego, no constituye ningún brillante descubrimiento, pero lo que debe señalarse es que a pesar de saberlo, no siempre actuamos en consecuencia.
Los comportamientos francamente irracionales que pudimos observar en mucha gente no se combaten eficazmente con herramientas racionales. Y debemos tener siempre presente que ese conjunto de relaciones de producción y modos de vida que genéricamente llamamos capitalismo, viene construyéndose por lo menos desde hace seis o siete siglos –habrá quien diga que más- precisamente sobre la alienación del ser humano, sobre su anulación y servidumbre al único sujeto histórico que reconoce este sistema: La Mercancía.
Decimos todo esto en referencia a una de las líneas centrales de la pasada campaña contra la enmienda constitucional: La argumentación de que esta enmienda atentaba contra el sagrado principio de alternabilidad que es consubstancial a toda democracia.
Aparentemente, desbaratar este argumento resulta sencillísimo y hasta se presta a inventar algún chiste más o menos ingenioso.
Pensemos solo en uno de los lugares mas democráticos del imaginario colectivo escuálido -Ciudad Gótica- y tratemos de imaginar que Batman, en un ataque de fiebre democrática decide someterse a un referéndum revocatorio o ir a elecciones compitiendo por el poder con El Guasón o Gatúbela para cumplir con el ejercicio de la alternabilidad que tanto hace sudar en su defensa a German Escarrá. Un comportamiento así por parte del superhéroe daría al traste no solo con el, sino con toda la historieta. De hecho, ni siquiera Robin Cabello estaría en condiciones de sustituir a Batman. Empezando porque no sabe manejar el batimóvil y mucho menos cuidarlo. Ya vimos recientemente cómo dejó que se lo robara El Guasón. De modo que en la muy democrática Ciudad Gótica, la alternabilidad es impensable.
Este chiste o cualquier otro del mismo género, puede ser gracioso –no me corresponde juzgarlo- pero definitivamente no es eficaz para desmontar una noción que desgraciadamente está profundamente arraigada en una buena cantidad de gente y cuya eficacia destructiva no se terminó en las urnas del pasado 15 de febrero.
A lo largo de toda la modernidad, la noción del cambio, lució valiosa mientras que a este cambio se le percibió como motor para el progreso. A su vez, sobre el razonamiento que otorgaba a la idea de progreso un valor intrínseco, se montó toda la justificación ideológica de la expansión capitalista. En nombre del progreso se colonizaron continentes, se masacraron y se siguen masacrando pueblos, se robaron y se roban riquezas y en fin, se llegó a la condición de agotamiento y desencanto que subyace en todo el pensamiento posmoderno.
Al perder valor la idea de progreso, el valor intrínseco se trasladó a la noción de cambio, un cambio sin direccionalidad específica, un cambio valioso en sí mismo. El cambio pasó a ser valioso per se, sobre todo para los mas alienados, quienes por su misma condición son particularmente incapaces de elaborar ningún juicio de valor sobre el sentido del cambio.
Son gentes capaces de disfrazarse de mamarracho solo para verse diferente, para vivir “as on TV”. Gente que siente en el fondo de su corazoncito, aunque no pueda expresarlo, que el disfraz ofrece una vía de escape al anonimato, a la invisibilidad que impone la vida alienada.
Para todo ser alienado, la “alternabilidad” es la única evidencia del cambio. Un cambio reducido a la mínima expresión de la lógica booleana: SI o NO. Y ese cambio se constituye a su vez en el recurso único recurso para percibir el discurrir del tiempo y el mas accesible para disfrutar de una sensación de estar vivo. De ahí que toda idea de continuidad resulte intolerable para mucha gente, y esa es la tecla que sabiamente tocaron quienes motorizaron a la oposición mediante mensajes muy bien construidos y mejor financiados por el Imperio.
Las víctimas –y los profesionales de las ciencias del comportamiento, al servicio del Imperio lo saben bien- se reclutan entre esa fracción de la población a la que el discurso ideológico de la Revolución Bolivariana no ha alcanzado todavía, que son la mayoría, o quienes aún no se sienten beneficiados de sus logros tangibles.
En todo caso, esa es la masa de enfurecidos que podemos ver cada día que Globovisión los tira a la calle arrastrando un río de bilis y rencor por toda Caracas, como en las mejores escenas de terror de Michael Jackson.
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