Los vimos festejar el “retorno de la democracia” al mismo tiempo que una
caricatura de hombre se erigía como dictador supremo de la república. Los
vimos felices porque PDVSA era saboteada y no había gasolina ni comida.
Los hemos visto defender el derecho de los dueños de colegios privados a
cobrarles los que les venga en gana por la matrícula de sus hijos. Los
hemos visto exigir respeto para los empresarios que especulan con los
precios y acaparan los alimentos. Los vimos celebrar el triunfo de dos
fósiles políticos como Ledezma y Pérez Vivas, conspicuos representantes
de lo más podrido de la cuarta. Los hemos visto desesperados porque el
gobierno va a quitarle la patria potestad a los padres de once millones
de muchachos. Los vimos llorar porque nunca más podrían ver RCTV. Los
vimos pelear con garra por el derecho que tienen los dueños de clínicas
en especular con la salud y a dejar morir a quien no tenga para pagar sus
tarifas. Los hemos visto defender el derecho a “guarimbear”.
Se han ido idiotizando poco a poco. Se han convertido en marionetas de
los dueños de medios.
Estos les hacen pensar, hablar y actuar de acuerdo a sus intereses. Son
un rebaño de seres que cada cierto tiempo reconocen que fue un error lo
que hicieron y lo que apoyaron un par de años antes, pero que en lugar de
rectificar, continúan pensando con el televisor que tienen instalado en
el cerebro.
Ya no están en capacidad de discutir civilizadamente. Las ideas no es lo
importante para ellos; el odio es lo que los motiva y alimenta.
Ya no tienen independencia cerebral, están bajo el control total de los
ideólogos de la derecha. Los hacen creer en pendejadas como aquella de
que las captahuellas violaban el secreto del voto o que los bombillos
regalados por el gobierno tienen instalada una cámara que conectada a un
satélite permite espiarlos en sus propias casas.
Ya no les preocupa ni que a su hijos los manipulen en los colegios con
campañas de terror y los inmiscuyan en un debate impropio de su condición
de infantes.
No sabemos a donde llagarán, pero son, sin a lugar a dudas, dignos de
lástima. Son compatriotas enfermos del alma, del espíritu y del cerebro.
Han llegado al extremo de invertir sus propios valores y ver la
solidaridad como algo inconveniente y delictual, y la inversión en
mejorar la condición de vida de los más humildes como populismo.
Mientras que decenas de países solicitan ayuda de los médicos cubanos, a
ellos se les antojan espías y los tratan con desprecio y violencia.
Todo lo anteriormente descrito es un drama, pero lo visto en estos
últimos días es quizás lo más alarmante.
Venezuela se ha convertido en el único país del mundo donde la clase
media (y algunos pobres) apoya con su tiempo, con su esfuerzo y con su
dinero una campaña destinada a recoger fondos para una empresa privada
que tiene ganancias millonarias. Ya esto es el colmo de la estupidez y de
la disociación.
Basta con ver lo que Ravel le debe al fisco por Impuesto Sobre La Renta
para hacerse una idea de la mil millonada que se gana este socio
minoritario de Globovisión.
Que se haga una campaña para recolectar dinero y ayudar a una institución
benéfica, a unos enfermos o a un niño, es digno de personas sensibles;
pero recoger dinero para pagar la multa de unos ricachones que para colmo
son acaparadores de autos y asesinos de animales en peligro de extinción
es sin lugar dudas, además de una imbecilidad, la mejor demostración de
cómo los dueños de medios manejan a su antojo a una parte de la sociedad
venezolana.
Habrá que encomendar el alma de esos eres a Dios, pues dudamos que puedan
y quieran salvarse.