Nalgas lechosas, tipo peras, abombadas y otras amanzanadas. Las había negras, moradas y tornasoladas. ¡Y cuidado, que está demostrado que muchacho que muestra el rabo en público, se le engarrotan los nísperos!
Pero en fin, a falta de ideas y de cojones, mostrar el culo es la salida. “¡Toma y toma!”, le gritaban a la policía, lo cual a la vez era un acto de solidaridad con Pajulio Rivas, quien cree tenerlo mejor torneado, seductor y depilado de Venezuela. Y Bobolongo encantado, por la preciosidad de la redondez como lo tienen sus bellos muchachos. El de Leopoldo López se distinguía por encima de todos los otros por sus lunares. ¿Qué más podrán hacer estos niñitos de mamis una vez que han perdido la virginidad de mostrarlos? Todos con sus interiores de tanga. Iban preparados para el acto. “¡Esta es una marcha desarmada y mi única arma blanca es mi rabo!”, gritaban. A lado de los lechosos rabos, mostraban gorras amarillas con la inscripción ¡Dignidad! Un estudiante de la Universidad de Los Andes exclamaba: “¡Si hay quienes tiran zapatos nosotros lanzamos pedos!”. Uno de la Universidad Metropolitana, totalmente desgañitado, decía: “Si quiere, que la policía se ensañe contra nosotros y que nos den por el culo.” Victoriosos, alegres, por haberlos empinado. Rabos malolientes y estragados. Otros perfumados y empolvados. Y las niñas bellas y tontas de la oposición, algunas estaban decepcionadas: sus efebos mostraban capacidades de seres ambivalentes, vacuos y sonsos. Pero qué se puede esperar de maestros como Pajulio Rivas y Leopoldo López. En la próxima marcha ya se anuncia que las jóvenes marchistas mostrarán a la policía sus totonas. Pero bueno, esta práctica ya es vieja, ¿se acuerdan cuando las viejas alzadas de la oposición a principios del 2000, le lanzaban pantaletas a la Guardia Nacional? De aquellas pantaletas, estos lodos: a la Plaza Francia de Altamira la habían embutido en una prensada braga.
En Chile, cuando gobernaba Salvador Allende, estas encopetadas damas de la oligarquía le lanzaban maíz a los generales (“gallinas”), la estrategia que se implementó en Venezuela para acojonar a los altos oficiales fue el de enviar centenares de bragas a los cuarteles. Llegaban en sobre lacrados, metían las pantaletas en los informes de inteligencia, en los cañones, en los tanques, escritorios y aulas de clase. Podían también verse en los pasillos y en los comedores de los oficiales. El director general de este operativo “envío de pantaletas al por mayor a los cuarteles” lo asumió el profesor de la Universidad de Carabobo, Pablo Auren. Hoy se sabe que muchas de esas bragas fueron donadas por ciertas matronas del este de Caracas. En ciertas casas de generales, sus esposas, trabajando sin saberlo para la CIA, colocaron al lado del bastón de mando, una pantaleta que a lo mejor había pertenecido a doña Carmelita Azpúrua de Tinoco, o a doña Cuquita Zuloaga de Parra, o a doña Teresita Bottome de Vogler, o a doña Marcelina Mendoza de Granier... Pantaletas negras con encajes dorados, pantaletas con faralaes, pantaletas acolchadas, con bordados de mostacilla, cuello tortuga, con cierres. El ábrete sésamo de los medios convirtió a las pantaletas en el arma más feroz de la oposición en aquel momento, a tal punto que ciertamente retrajeron las gónadas de varios altos oficiales, algunos de los cuales habían estado al servicio del Comando Sur de EE UU, o habían realizado cursos en la Escuela de las Américas o habían trabajado para la CIA. No podían tolerar estos señores que sus matronas les considerasen indignos de sus soles y preseas, y ahora pretendiesen sepultarlas entre lustrosas pantaletas. No señor, aquello no podía continuar, y mosqueados se vieron en la necesidad de demostrar a sus mujeres que no eran ningunos cobardes, y que iban a tomar acciones para no calarse más al “centauro de Sabaneta”, y como contaban con el jefe de la patronal y el poder de los medios... Y como el brazo de la revolución no podía llegar hasta las esposas de estos oficiales, supeditadas al patrón del consumismo impuesto por EE UU, he ahí el comienzo.
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