Vea las siguientes cifras del Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD) en cuanto a la calificación de “buena” de la gestión presidencial: mayo, 61,5; julio 64,2; septiembre, 57,9 y octubre 62,4%. Digamos que son niveles sostenibles y uniformes, además de extraordinarios para cualquier presidente en el mundo. Una breve incursión en las corroboraciones se lo certifica a cualquiera. Usted vaya.
No obstante, el mes de octubre amaneció de fiesta para la oposición venezolana, y usted por donde lee encuentra que Chávez está prácticamente caído, como ya parece ser costumbre a la hora de sus enfoques políticos y el uso de sus también extraordinarias reglas de medición. No citaré las fuentes por estar saturada la INTERNET con la noticia repetida.
Presuntamente para el mes de octubre, que refiere los porcentajes del mes anterior, la intención de voto para el presidente de la república aterrizó en 39,8%. Si el IVAD así lo manifiesta, nadie lo duda; pero al parecer el motivo de la fiesta opositora consiste en comparar el renglón de “calificación de gestión” (buena, regular, mala, etc.) con el de “intención de voto”, que prefigura ya una porcentualidad electoral. Así, la insondable mentalidad opositora, instruida su dirigencia en los exquisitos centros de educación de la derecha mundial, toma una cifra de aceptación presidencial (de las mencionadas arriba, por el orden del 60%) y la compara con la respuesta obtenida a la otra pregunta. Algo así como comparar las patas de una gallina con la cabeza y argüir luego que hay legitimidad en la comparación por pertenecer las partes a un mismo todo.
Sin embargo, no me crean mucho. La página del IVAD permanece cerrada (dice “en construcción”) como para realizar comprobaciones y sé que un opositor a ultranza celebrará que yo ande mintiendo del modo más descarado con la difusión de verdades tan “inventadas” (¡así son sus silogismos!); crítica de todos modos sin remedio, porque, incluso, para el caso que la susodicha página encuestadora estuviese abierta, sabríamos igualmente cuáles serán sus pronunciamientos: página “oficialista” o “gobiernera”, no creíble, por consiguiente. No hay atajos. Además, en desmedro de sus apreciaciones, este autor podría ya estar manifestando síntomas de contagio perceptor, de tanto remover con un palo la materia derechista y alucinante opositora.
Pero dado este orden de cosas, dual, donde unos dicen la verdad y otros no, y viceversa, y donde las fuentes solamente son creíbles si responden a la determinada profesión política particular, parece propicia la ocasión para presentar los siguientes esquemas, válidos para la reflexión de ambos bandos, uno de ellos (la derecha política) empeñado en ver lo que no existe y el otro (la izquierda), en no ver lo que sí. Vamos al grano.
El primer caso se desglosa así: la ONU acaba de certificar a Venezuela en el puesto 58 como el país con más alto Índice de Desarrollo Humano (IDH), con un crecimiento sostenido desde el año 2.003, tomando como criterios de evaluación aspectos tales como educación, salud y economía. De hecho, la organización remata que Venezuela está entre los cinco países con el más alto crecimiento sostenido desde el año dicho, hechos o noticias todos para nada tomados en cuenta en los habituales portales de información “creíbles” de la oposición venezolana. Tiene su versión de realidad y punto, y le vale un pito que le digan que la pared que señalan no es negra sino blanca. Nada digamos que ahorita mismo, cuando termino este escrito, la FAO (otra dependencia de la ONU) acaba de dictaminar que Venezuela es uno de los países mejor alimentados de América Latina: las kilocalorías ingeridas por los venezolanos alcanzan las 2.790 diarias, por encima de la cifra recomendada por algunos autores para un hombre adulto (2.700).
Pero veamos más muestras y más botones: al presente se niega esa oposición a reconocer que la misma organización (ahora como PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) declaró a Venezuela como “Territorio libre de analfabetismo”, el 28 de octubre de 2.005. O, para ser más farandulero si se quiere, ni por asomo se le ocurre mencionar que Venezuela figura hasta en el Record Guinness desde el 2.008 como el gentilicio más feliz de la tierra (vaya e investíguelo usted mismo, hombre, y déjese de conflictos con las fuentes). De forma que la creación política opositora venezolana pareciera sugerir, cuando insiste en no creer en veredictos de instituciones otrora amadas, que tendrían que existir dos ONU, dos PNUD y hasta dos organizaciones de records (Guinness Word Records) para saciar su ansiedad de mundo virtual. (¡Ay, con esa segunda opción de realidad que siempre se anda dando!)
Los puntos dichos podrían justificar, naturalmente, los altos niveles de aceptación de la figura presidencial y su gestión de gobierno (para no detallar más y para no convertir esta nota en una loa sin autocrítica, dado que podría correr el riesgo de no acotar lo que sigue). Pero existe el otro problema que apuntalé arriba, ése que la vertiente izquierdista parece no querer ver (al menos en los niveles altos de la dirigencia, de las instancias donde se fraguan los discursos): la inseguridad y la corrupción. Nadie lo duda, y la vaina pide arreglos y atención con la misma fuerza y optimismo con que celebramos que la Revolución Bolivariana le haya deparado al pueblo venezolano un mejor índice en calidad de vida.
Es un nubarrón, una cresta de tempestad, que debe ser aplacada con el ímpetu con que Bolívar se ofrecía hasta para enfrentar a la Naturaleza. Ello sin mencionar ahora el nuevo problema: los apagones en el ámbito nacional. A toda hora son argumentaciones que desdicen de lo bueno logrado, si lo queremos poner grave y si invocamos la estoica, severa o masoquista (juguetona, ingrata o lo que sea) naturaleza humana que parece solazarse más con resaltar los defectos que los logros. Argumentaciones tales que usted y yo sabemos constituyen un extraordinario frente de ataque de los sectores opositores, cuyo discurso contrarrevolucionario crecientemente parece estar calando tanto en los centros urbanos como en las zonas rurales, si juzgamos por las expresiones de molestias del hombre de a pie, a expensas, por cierto, de las manipulaciones de opinión de los medios de comunicación del país.
Vivir prácticamente en la calle me lleva casi altaneramente a exclamar “¡He dicho!”, y a dejar mi contribución de análisis para quienes tienen capacidades operativas dentro de la dirección política.
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