En uno de sus colecciones-libro, “Historia Viva -2002-2003”[1], Jorge Olavarría, en ese afán por ser la vedette de todos los escándalos politiqueros nacionales, sobre los sucesos ocurridos entre 2002 y 2003, escribió: “Nunca en la historia de Venezuela había sucedido algo como lo que se vivió en esos veinte meses cuando un sector muy numeroso de la población, compuesto por todos los grupos sociales, pero mayoritariamente por la clase media –el segmento más culto y mejor preparado del país- tomó la calle para exigir la renuncia del Presidente Chávez”.
Esto sirve para calibrar la poca moral y la poca preparación moral de esa clase intelectual que aquí se vino imponiendo durante toda la era del Puntofijismo. Añadía entonces Olavarría: “el objetivo final de Chávez era implantar en Venezuela un régimen neo-comunista que explícitamente presentaba a la Cuba de Fidel Castro como el modelo a seguir… No fue iniciada, dirigida o inspirada por una persona, un partido o una idea. Nació de abajo, como el estallido de un volcán que vomitó su repugnancia por la manera de gobernar de Chávez… Cuando el engañoso personaje reveló lo que se proponía hacer, NADIE LO DEFENDIÓ y cayó por el solo peso de su estupidez[2]”.
Olavarría proclama su admiración por el imbécil coronel de la aviación Pedro Soto, aquel que se alzó en la plaza Altamira[3] y también por el “gran coraje y mejor elocuencia del Contralmirante Molina Tamayo[4]”.
Después dirá de Molina Tamayo que era apenas un almirante de agua dulce. También admira en ese escrito al lechero José Luis Betancourt, Presidente de la Asociación de Ganaderos quien rompió en público la Ley de Tierras, y pidió a sus asociados que la desconocieran.
Como Olavarría sabía que los gerentes de Pdvsa movían mucha plata con la que podían engrasarlo en caso de triunfar en su golpe contra Chávez, exclamó: “Hasta 1998, parecía un milagro que los venezolanos hubieran sido capaces de crear una empresa como PDVSA a la cual la maldición corrosiva de la política no había destruido[5]”. Es decir que para este canalla, gente como Luis Giusti, Alberto Quirós Corradi y Humberto Calderón Berti habían sido un dechado de virtuosos gerentes.
El 13 de abril de 2002 escribió Olavarría que el derecho a la rebelión lo habían invocado correctamente Carlos Ortega y Pedro Carmona Estanga porque Chávez había inducido a una cobarde masacre. Tuvo Olavarría, las santas verrugas de proponer que el abogado defensor de CAP, Alberto Arteaga, presidiese la “Comisión de la Verdad” que iba a estar a cargo de las investigaciones sobre los hechos del 11-A de 2002, porque “garantizaría la imparcialidad y credibilidad que Isaías Rodríguez no tiene[6]”.
Con la típica postura que habían estado enarbolando los lacayos de la Coordinadora Democrática, comenzó Olavarría a dar alaridos a organizaciones internacionales para que se apiadaran de nosotros y se fuesen armando los elementos “legales” para una intervención. Bramaba este defensor de los Zuloagas, de los Mendoza: “Si el Secretario General de la OEA y el gobierno de los Estados Unidos saben y entienden lo que está pasando aquí deben calibrar el peligro de un gobierno que deja hablar pero que ayer secuestró y usurpó a todos los poderes del Estado y hoy hace con ellos lo que le da la gana. LOS VENEZOLANOS NO PODEMOS RECONOCERLES EL DERECHO A SERMONEARNOS DICIÉNDONOS QUE EL ÚNICO MEDIO LÍCITO QUE TENEMOS PARA DEFENDERNOS SON LOS RECURSOS DE AMPARO DE DERECHOS Y LOS REFERÉNDUM (sic) REVOCATORIOS[7]”.
Este analfabeto, jurungador de frases y puyador de sentencias clásicas, escribió que Chávez resucitó atavismos de odio y violencia que se creían superados. Habló de las mentiras de las aberraciones históricas de Chávez y que él no fue elegido para hacer lo que ha estado haciendo sin tomar en cuenta a Gustavo Cisneros, a los cultos, a los preparados, a los genios como Pedro Soto, Molina Tamayo, Elías Pino Iturrieta o Fausto Masó. Que en definitiva Chávez era un Mussolini y un Hitler con ritmo tropical.
Murió sin dejar nada serio tras de sí, porque nunca fue decente, sino un canalla entregado al negocio manipulador de los medios. Y es el mismo destino que le espera a un Manuel Caballero o a un Elías Pino Iturrieta. Esta gente con la quincalla mental de un Antonio Leocadio Guzmán y sin patria, sin honor, sin vergüenza.