(ENSARTAOS.COM) Juan Germán Roscio nació en mi hermosa tierra guariqueña de San José de Tiznados, el 27 de mayo de 1763. Es decir, era 20 años mayor que Simón Bolívar. Investigando sobre los hechos del 19 de abril de 1810, me ha sorprendido positivamente el libro de Adolfo Rodríguez titulado “Juan Germán Roscio, el máximo constituyentista de Venezuela”, que yo le recomiendo a la editorial El Perro y la Rana para que lo reediten, con motivo del ciclo Bicentenario de nuestra emancipación.
Leyendo este trabajo de Adolfo, y meditando sobre las ideas de Roscio, me pareciera estar viendo las locuras que tienen destrozados hoy a los escuálidos. Porque lo que provoca la disociación sicótica de los medios no es tanto las pertinaces mentiras sazonadas con música de terror cada segundo, como la ignorancia mezclada con la cobardía y el miedo. Hay que tener en cuenta que al llegar Chávez al poder, veníamos de una atroz represión, con ese estilo de democracia que es vigilada atentamente por los marines. De modo que al entrar al siglo XX lo hacíamos como una nación altamente colonizada.
Y por eso nos conmueven las palabras de Juan Germán Roscio cuando dice: “Yo me desnudé de los errores que me enseñaron mis preceptores y de los libros erróneos de la tiranía española. Así desnudo, apelé al libro santo de la naturaleza”.
Porque además Roscio descubre algo esencial para dar inicio a esta revolución y es que los usurpadores poseen un lenguaje “que en el diccionario de todo el mundo imparcial quiere decir todo lo contrario”; que en el vocabulario de la tiranía todas las voces están trabucadas, y todos los conceptos trastornados; que en definitiva había que luchar también contra “una gramática feudal por la cual se envisten hombres divinos y se genera temor servil, base y fundamento de sus tronos”; todo esto que perfectamente se puede inscribir dentro de la eterna Guerra Fría Cultural que desatan los imperios contra los pueblos.
Por favor, escuchad, escuálidos, estas afirmaciones de Roscio: “cuanto más esclavizado me hallaba, tanto más libre me consideraba; cuanto más ignorante, tanto más ilustrado me creía; cuanto más preocupado, más adicto a mis errores, tanto más ufano y contento de ellos; cuanto más envilecido, cuanto más negado a la virtud con que debía salir de mi cautiverio, tanto más me vanagloriaba del fiel vasallo y buen servidor del déspota imperio que nos oprimía. Con tal de que mi degradación fuese calificada lealtad en el juicio de mis opresores y compañeros de mi servidumbre, yo no buscaba ni estimaba en nada la opinión de los ilustres y libres”.
Y agregaba: “Infatuado con el veneno de otra falsa doctrina, se cree libre, cuando yace encadenado: feliz cuando más infeliz, ilustrado, cuando más ignorante: detesta la mano que se acerca a romper con sus ligaduras. Desafía a sus libertadores, y pregona reos de excomunión, y sacrilegio, a cuantos se defienden de las agresiones del poder arbitrario, a cuantos luchan por recobrar sus derechos. Juzga enemigo mortal de su felicidad a cualquiera que se interese en sacarlo de su esclavitud y restituirle a la dignidad de hombre libre… fascinación e infatuación que atribuye a la corruptela de los glosadores o interpretación que cierto clérigos y doctores de la Iglesia han ejercido con respecto a las sagradas escrituras, prácticas contrarias a sus conocimientos, manías políticos-religiosas, vicio de la lisonja… la arquitectura del despotismo, todo lo compone a fuerza de ficciones y delirios.”
Ojalá los escuálidos pudieran abrir un pocos los ojos y pensar por sí mismos y echar atrás la cobardía que les hace ver temores por todos lados. Se morirán muchos cagados de miedos infundados, inducidos por los que realmente temen perder sus grandes y pavorosos negocios, que siempre también han sido basados en el terror que saben muy bien crear en el público. Ojalá, a tiempo, dejen de vivir cagados, insisto.
Ediciones de la Alcaldía del Municipio Juan Germán Roscio, San Juan de Los Morros, Estado Guárico, 2006.
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