Cuesta imaginarse un negocio más rentable durante los últimos años que
la "escuestología", ese oficio a medio camino entre la práctica
"científica" y la prestidigitación, al que muchos recurren, aunque pocos
lo reconozcan públicamente. Tal cual sucede con la brujería, con la
salvedad de que ésta jamás ha presumido de su carácter "científico".
Puede
suponerse que la pujanza de este negocio se debe al menos a dos
razones: en primer lugar, la intención manifiesta del chavismo de
dirimir el conflicto en el escenario electoral – y aquí es preciso
recordar al zambo candidato, allá por 1998, advirtiendo, una y otra vez,
que derrotaría a la vieja clase política en su propio terreno. Con el
chavismo, el hecho electoral se convierte en parte consustancial de la
democracia venezolana. Esta circunstancia favorece la consolidación de
la encuestología como fuente de saber informado y autorizado sobre la
realidad política.
En segundo lugar, la preocupación por el
futuro. Si el chavismo sólo es posible en la medida en que es capaz de
ofrecer un horizonte para las mayorías populares – más democracia,
mejoramiento progresivo de sus condiciones materiales de vida – en el
caso de la oposición la cuestión del futuro se expresa más bien como
obsesión: cómo hacer posible un futuro después del zambo. Para esto,
recurrirá frecuentemente a la encuestología, en busca de claves y guías
para la acción.
Durante los últimos meses, varios encuestólogos
han lanzado una cruzada que consiste en señalar la disminución
progresiva – e incluso irreversible
– de la popularidad del zambo. Advierten que el hecho político se ha
degenerado a tal punto que traduce el sordo enfrentamiento entre dos
minorías, que transcurre al margen de la mayoría silenciosa, a veces
expectante, casi siempre hastiada. Pero he aquí el dato
más relevante que nos aportan los encuestólogos: esta disminución de la
popularidad del zambo no se expresa en un incremento de la simpatía por
los partidos opositores. Al contrario, la mayoría del electorado se
define como "independiente", y no se perfila un líder capaz de aglutinar
este descontento popular o, lo que es lo mismo, capaz de vencer al
zambo.
Un reciente estudio
del Centro Gumilla sobre valoración de la democracia desmiente este
último dato: el 42% de los encuestados se autodefine como chavista, el
33% como antichavista y el restante 25% como independiente. Pero, de
nuevo, en tanto que el Centro Gumilla es sospechoso de no militar en las
filas de la encuestología, es preciso no dar crédito de los resultados
de su estudio. A la obsesión por el futuro después del zambo, se suma
ahora la obsesión por captar el voto independiente. Al menos una fuerza
opositora parece haberlo “comprendido”. Una nueva cruzada ha comenzado.