Ayer se cumplió
otro año del asesinato del camarada Jorge Rodríguez, uno de los inmortales
del proceso revolucionario. De esos escasos individuos que pone en primer
lugar una causa justa, por encima de su propia existencia.
Lo conocí
cuando aún era casi una niña, y sin embargo creía que era posible
cambiar el mundo para que las cosas malas que había vivido y visto
vivir, como gente del pueblo, hija de obreros, dejara de acontecer algún
día. La primera impresión que tuve acerca de él -a mis diecisiete
años- fue la de un hombre joven, muy muy sereno, con grandes ojos que
parecían saber llorar. Era alto, no muy atlético, con la frente amplia
de los pensadores y un cabello negro ensortijado. Cuando hablaba en
público, mostraba tener cubiertos todos los aspectos de su discurso.
No sé si los preparaba, pero lo que sí noté es que podía hablar
horas, sin dispersarse. Algo raro para mí.
Era un socialista y, si hubiese sido un vendido, andaría a estas horas haciendo marchas contra Chávez y utilizando el léxico “revolucionario” como cobertura para la labor de los traidores, como muchos otros.
Fue asesinado
en tiempos que el movimiento revolucionario en el mundo decaía. Poco
después, cayó la Unión Soviética, murió Mao Zedong y se hizo perceptible
la caída del mundo socialista del siglo XX. Pocos años después, el
imperio convertido en unipolar profundizó la explotación del mundo,
y el movimiento revolucionario cayó en un estado de Defensiva Estratégica.
Eso ya es historia.
LA RESURRECCIÓN
DE LOS REVOLUCIONARIOS
Iba a escribir
“de los revolucionarios verdaderos”, pero sería una redundancia.
Si no se es verdadero, no se es revolucionaria o revolucionario. Puede
ser progresista, pero para calzar los zapatos de una persona como el
Maestro Jorge, como lo llamaba Fernando Soto Rojas, hay que restearse
pase lo que pase. Aunque lo destrocen a golpes hasta que no respire,
como ocurrió a ese ilustre camarada. Porque el valiente corazón de
este hombre tenía tanta resistencia que no pudo ser doblegado y se
inmortalizó.
Cada vez que
observo las sonrisas de la gente que en otro tiempo no tenía esperanzas,
a los pacientes saliendo de las terapias de los cubanos (donde tengo
un tratamiento con ultrasonidos), con una sonrisa de alivio en sus caras,
cada vez que veo un niño y comprendo que su vida tiene esperanzas,
porque podrá ir a la escuela y más, si quiere; cada vez que oigo a
venezolanas y venezolanos conversando en la calle con alto nivel de
politización. Cada vez que veo la prosperidad inocultable que tenemos,
aún dentro de un capitalismo global en crisis terminal, me doy cuenta
de que esas muertes no han sido en vano. El mismo Jorge, seguramente,
estaría contabilizando las bendiciones de un proceso revolucionario
que apenas ha comenzado, y se daría cuenta de que es necesario hacer,
incluso lo imposible, para que ese proceso sea irreversible.
En la medida
de que nos demos cuenta de lo que hemos avanzado, y lo mucho que nos
queda por conquistar, en este camino paso a paso que el Presidente Chávez
traza, con caídas aparentes, retrocesos, marchas y contramarchas. Este
camino zigzagueante e impredecible que sin embargo, de manera inexorable,
cada día conquista más terreno en los aspectos más inesperados, comprenderemos
que en cada sonrisa de un chamito sin hambre, de un viejo que puede
ver con sus lentes gratis, de una madre que sabe que sus hijos no pasarán
hambre, Jorge Rodríguez, y todos los revolucionarios y las revolucionarias
que han empedrado con sus huesos el camino de este proceso histórico
de transformación, están resucitando en ese alivio, en esas sonrisas,
en esas esperanzas.
DE ALACRANES
Y VENDIDOS
Además del
cinturón de bases militares conque nos han cercado, una de las bases
de apoyo conque cuenta el imperialismo es la corrupción interna, aupada
por profesionales encubiertos que, colocados en puestos clave, pasan
por encima de la voluntad de ministros, viceministros y otros
altos funcionarios. Disfrazados, hablando nuestra jerga, apareciendo
como los más revolucionarísimos, manipulan desde adentro a muchos
camaradas, a unos por ignorancia, abusando de la buena fe de otros,
confundiendo, engañando, para pasar su contrabando antipatria. Los
frutos se han visto: Alimentos podridos, misiones saboteadas, universidades
“autónomas” al servicio del imperio, y un proceso sostenido de
expurgación de las revolucionarias y los revolucionarios de la administración
pública.
¿Quiénes
son? Los verdaderos profesionales del espionaje y de la infiltración
saben encubrirse bien, de manera que sólo bajo una estricta investigación
pudieran descubrirse y, aún así, siempre habría dudas. Es la esencia
de la cuerda floja. Parte de la energía ilusoria de todos los procesos
y todas las luchas.
Pero estos
infiltrados producen un efecto, y existe una fórmula para identificarlos,
dada hace 2010 años por un palestino que fue asesinado por las jerarquías
eclesiásticas judías: Jesús de Nazaret. Dijo Jesús: “Por
sus frutos los conocerás”. Y una vez conocidos, no hay que pelarlos.
Es preciso combatirlos con una precisión y una conciencia como la que
demostró Jorge Rodríguez, y todos los revolucionarios que han pasado
por esta tierra y en ella han quedado sembrados.
Y SI LA GUERRA
NOS ALCANZA
Ya nos alcanzó: La guerra ideológica, el espionaje masivo, la importación de la violencia colombiana, el desarrollo del plan Colombia y el cerco militar por la potencia más poderosa y malvada del planeta. Pueda que vengan los marines, pueda que no. Pero ya están como amenaza permanente. Esa es la guerra. Sólo tenemos que ganarla. No por mero orgullo nacionalista, sino por necesidad de supervivencia, nuestra y de todo el mundo, que cada día está siendo más depredado por la violencia generalizada. Por una explotación irracional.
andrea.coa@gmail.com