La mayoría de los venezolanos vivimos ayer otro día de gloria. Otra jornada de esas inolvidables, de las que a lo largo de los últimos catorce años, han venido convirtiendo a Venezuela en referencia y motor de un cambio social que trasciende nuestras fronteras, cada vez con más fuerza, y que se traduce en los “Vietnam” multiplicados a los que aludía el Che Guevara.
Después de la tensión generada por los rumores, por el ataque inclemente de la prensa internacional contra Chávez y el proceso de cambios que él lidera; por el descrédito permanente de la dirigencia opositora, que hasta ayer, en su desprecio incurable se refería al Presidente como “el saliente”. Después de los ya cotidianos insultos al pueblo, por parte de un sector ensoberbecido y frustrado de la clase media, sin razones que vayan más allá de las generalidades, porque incluso los más recalcitrantes se benefician de las bondades del régimen que detestan, resulta que no pasó nada anormal. Los resultados de la consulta concuerdan con la tendencia histórica desde 1998, y racionalmente, sólo quienes evaden encarar la verdad, podrían sentirse sorprendidos por la nueva victoria del comandante.
La “seguridad en el triunfo” que unos irresponsables líderes de la derecha infundieron en sus seguidores, simplemente se desplomó en silencio ante la contundencia de una realidad expresada en las mesas de votación, con el aval de un CNE que jamás llegó a tener tanta credibilidad como en el presente. Pero por si eso fuera poco, los comicios se realizaron bajo la mirada atenta de delegaciones extranjeras de variada procedencia, incluyendo la de la UNASUR, que se estrenó en rol de observadora. La estrategia de emplear un supuesto fraude que disimulara el fracaso y golpeara la institucionalidad electoral del Estado, se disolvió ante el reconocimiento de la pulcritud del proceso por parte de tantos testigos de excepción, y la rápida aceptación de su derrota por parte del propio Capriles, quien al menos en apariencia, ahora pretende deslindarse de la derecha golpista.
Pero para exigir legítimamente el respeto del Presidente Reelecto, hacia los más de seis millones de venezolanos que, según declaró el candidato de la oposición, “votaron por el progreso”, él mismo debe iniciar el camino de la educación de sus parciales, de forma que aprendan a convivir con la mayoría sin sentirse prepotentes, y supriman expresiones degradantes que delatan su racismo y bajeza, tales como “chaburros”, “chabestias” o “marginales”. Mayor desprecio al pueblo, que el exhibido en un cartel de un edificio en El Paraíso, según el cual “ganó la mierda”, no es posible. Lo más patético es que allí habitan familias de las clases media y media-baja, que disfrutan de todos los avances sociales que ha logrado el actual gobierno, pero que sin siquiera disponer de recursos para exiliarse en el primer mundo que creen merecer, asumen el comportamiento de una alta burguesía destronada y ofendida. No sería extraño que fuesen adictos a Globovisión.
Mientras desde la derecha se destile tanto odio hacia los grupos sociales que emergen, gracias a una cada vez mejor redistribución de la riqueza; mientras en la clase media la expresión de la opinión política sea coto exclusivo de los reaccionarios, la construcción de nuestro socialismo seguirá fortaleciéndose a pesar de ellos, y mejor aún, con el aporte de su propia exclusión.
(*) charifo1@yahoo.es