Para todos quienes dentro o fuera del país, apoyamos la obra y el ideario del Presidente Chávez, está claro el enorme reto que significa la actual y breve campaña electoral para nuestro candidato Nicolás Maduro. Porque no se trata sólo de continuar el trabajo de un líder imprescindible que ahora es insustituible, sino porque la campaña global desatada con más furia desde los Estados Unidos y sus países satélites de Europa y América Latina, cuenta con todos los recursos para confundir al electorado o para financiar traiciones. La campaña contra Maduro es internacional, como lo fue contra Chávez. Sólo el genio, el carisma y la autoridad de este último, logró infligirle derrotas al imperialismo a pesar del cerco mediático casi mundial que lo acosó durante catorce años. La de Chávez fue una lucha constante de la vida y la independencia del Sur, contra la voracidad insaciable de un imperio al cual no bastan los recursos de todo el planeta.
Hoy, fallecido el Presidente, el cinismo de la derecha venezolana no conoce límites. Ahora Chávez es bueno y Maduro es el malo: se les acabó el “culpechávez” y estrenan el “culpa e´Maduro”. Hablan de “ventajismo oficialista”, cuando ellos cuentan con el apoyo del capital norteamericano, de sus agencias de espionaje propias y asociadas, y de un equipo internacional especializado en hacer propaganda con técnicas de mercadeo publicitario. El mayor descaro ante los ojos del venezolano que siente su Patria, es haber usado el nombre de Simón Bolívar para su comando de campaña. La derecha opta por ignorar la obra de Chávez y por eso su candidato ofrece lo que ya está concluido o se encuentra en construcción, como si no viviera en el país o como si los electores fueran pendejos. Sabiéndose en desventaja intelectual, ideológica y de respaldo popular, el candidato burgués reta permanentemente con la esperanza de que un eventual debate, manipulado por medios mayoritariamente en manos de la derecha, pueda revertir la tendencia evidente. Por eso Capriles se permite “igualarse” cuando tutea a Maduro (cosa que jamás hizo con Chávez), mientras que éste ha insistido en no caer en provocaciones que alienten el caos para justificar intervenciones extranjeras
Nicolás Maduro ha demostrado ser un hombre sencillo, trabajador, responsable e inteligente, que ha asumido con humildad el papel que le toca jugar en este momento crucial y de alto riesgo, no sólo para Venezuela sino también para los otros países latinoamericanos, donde un liderazgo fresco, impulsado por el “huracán Chávez”, ha tomado las riendas para dignificar a sus pueblos.
Es necesario que nuestro candidato consiga su propio estilo. Pero como conocedor del escenario, debería medir algunas de sus expresiones que sólo dan herramientas para que el enemigo lo ataque. Su tendencia a endiosar al Presidente Chávez, a considerar como “sagrada” la tierra del patio donde jugó siendo niño, a verlo en un “pajarito chiquito” en las ramas de un arbusto, aunque esta última imagen sea justificación para que demuestre sus habilidades como buen silbador, sólo se prestan para la burla que hoy hacen de él en la prensa pitiyanqui nacional y extranjera. Ya el inmortal Alí Primera lo había advertido respecto a Bolívar, al decir que “no era un pensamiento muerto ni mucho menos un santo para prenderle una vela”.
Chávez es el despertar de un continente contra la opresión, la injusticia y el saqueo centenario por parte de los países colonialistas y sus agentes criollos. Es la esperanza que no muere, pero que tenemos que alimentarla con un discurso serio, encendido, comprometedor, alegre, no desprovisto de humor pero sí de cursilerías. Candidato, no hay duda de que usted es el hombre, pero por favor, cuide su lenguaje.
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