Menorias del Caracazo

Entonces yo no hacía otra cosa que hablar conmigo mismo, por lo que evidentemente vivía en mala compañía. La cabeza me daba vueltas como un elefante loco. Revolvía papeles de Bolívar porque yo sabía que él le había dicho al general Urdaneta: "-El único que ha tenido carácter en este país he sido yo, y por eso se ha conseguido lo poco que tenemos...". Ese poco era la independencia y la conformación de uno de los Estados más grandes (territorialmente) del mundo.

Sin carácter no hay gobierno. No hay nada.

Luego nadie supo en qué momento se encendió la mecha de aquel gran "despelote" que aconteció en Caracas y remeció a América Latina. El presidente Carlos Andrés Pérez temblaba sin atinar a hacer nada bueno; pedía a gritos que se conformara un Consejo Consultivo que lo sacara de abajo, pero el pueblo estaba desenvainando la espada contra un hombre que condensaba toda la historia de degenerada democracia. Se le increpaba a CAP, se le desafiaba del modo más descarado, y él no hacía sino recular; tentaba a medias el terreno que aún le quedaba por cruzar; estaba horriblemente confundido y desolado: "hubiera preferido otra muerte", habría de decir más tarde.

El monstruo de mil cabezas no se formó, sin embargo, de repente. Fue una bestia alimentada por los pechos derrochadores y opulentos de un Estado tarado y alcahuete. Se envileció primero al pueblo para luego acostumbrarlo a vivir de migajas y de los restos de las palaciegas francachelas.

El pueblo nuestro, hay que decirlo había elevado al trono nuevamente a CAP con el único propósito de que se pudiera volver a la época mágica de las Vacas Gordas. Carlos Andrés conocía mejor que nadie la naturaleza de una nación entregada toda al juego de las loterías y de las carreras de caballo, al negocio ilegal de las alcabalas y aduanas, de las trampas fabulosas y el manoseo frenético de los dineros del Estado.

Así como Bolívar dijo durante la guerra de la independencia que en cada venezolano había un tirano, podemos asegurar que entonces en cada uno de nosotros anidaba un "vivo", un flojo o un estafador.

Pero apenas comenzaba a gobernar CAP (el Visir de las Mil Maravillas), el país creyó que en pocos días volverían volverían los dólares baratos (que le permitiría otra vez comprar la botella de whisky fina a cuarenta bolívares); en que cada cual podría estrenar carro nuevo cada año; la ganga de recibirlo todo del exterior sin hacer el menor esfuerzo por merecerlo; lograr hacer un crucero por el Caribe cada año, adquirir exquisitos manjares a precios de gallina flaca, irse a vivir en Miami. Todo este mundo que se aspiraba y por el cual había depositado un voto tan utilitarista, se vino al suelo cuando se escuchó hablar del pavoroso aumento de la gasolina, de incrementos extraordinarios de los pasajes, de inalcanzables precios en los vehículos y en las casas. Ya no se podría tener una casa en Miami y llevar a los niños a Disneylandia durante diciembre y las vacaciones de verano.

Cuando CAP montó su coronación en el Teresa Carreño, la clase media y baja, los ricos se rechupaban los labios, pensando que muy pronto ellos también serían invitados a tomar parte del derroche con que se inauguraba con su gestión.

En arca abierta el justo peca

Estremecedor fue el trancazo del 27 de febrero. Fue cuando se inició el vertiginoso descalabro de CAP, y para justificar los muertos, salieron una cuerda de sicólogos, economistas y habladores de pendejadas, diciendo que nada había sido en vano, pues había llegado el momento de "reflexionar". La manía de la "reflexión" fue cursilísima. Muchos dirigentes aumentaron excesivamente de peso, mientras "reflexionaban". (Hubo algunos que sufrieron congestiones intestinales, de las cuales no se reponen todavía ni en el Infierno donde deben estar: Uslar Pietri, Ramón Escovar Salom, Ramón J. Velázquez, Teodoro Petkoff, …). Y mentaban la tal palabrita con esa respiración asmática de cínicos altamente pervertidos. Y el pueblo no se tragó la píldora de la "reflexión" y hubo que inventar esa vaina de la beca alimentaria para que corriera el ron mientras se continuaba con los saqueos de lo poco que había dejado doña Ibáñez.

La excusa para "repelar la olla" fueron las malditas partidas secretas.

Apenas acabábamos de salir de la augusta "carajada" - según Lusinchi - de José Ángel Ciliberto, quien manipuló a su antojo su partida secreta, (produciendo el gozo inefable de otro escandalazo), cuando sin misericordia alguna se siguió hurgando hasta desfondar el saco.

Claro, CAP quería echar para delante el argumento de que los constantes rumores de golpes y las intrigas contra él le estaban dando una imagen deplorable de Venezuela y que había que parar las denuncias. ¿Pero dónde se había visto un país en el que hasta los prefectos disfrutaban de partidas presupuestarias secretas? Ahí se veía claramente que CAP no venía arreglar esta vaina sino a aprovecharse de ella como muy bien lo habían hecho todos sus antecesores.

Luego vino la guerra contra la droga y el presidente se auto-nombró el Primer Capitán de una partida de fantasmas. La cosa daba risa y el pueblo seguía con la mosca en la oreja porque no acababan por llegar las Vacas Gordas. Todo el mundo quería tener una oportunidad de meter la mano en el Tesoro Público, y no arreglar el caos en que nos debatíamos.

Cada venezolano quería tener, con tanta o más razón que el Presidente, su propia partida secreta.

Para estar en crisis es necesario tener una conciencia profunda de las desgracias que nos rodean. Es necesario estar dispuesto a sufrir y mostrar imperiosos esfuerzos para cambiar los males que arruinan al país; deberíamos mantener un estado de preocupación constante y evitar así la diatriba enfermiza, la idiotez paralizante, la pereza y la ambición por ocupar cargos públicos. Es imprescindible haber disfrutado alguna vez de bienestar social, de serenidad y armonía política, económica, humana para uno poder concebir los desastres de una crisis. Pero cuando uno veía que en los hospitales, en las escuelas, en las dependencias universitarias y otras instituciones fundamentales del Estado, por cualquier nimiedad, en horas de trabajo, se improvisaban mesas para jugar dominó; se hacían reuniones de empleados para seleccionar prendas, zapatos o vestidos y ellos mismos montaban sus tarantines comerciales en oficinas y pasillos (y no es por mantener la situación económica, sino por el vicio de la frivolidad, de la irresponsabilidad, de la disipación, del vacío inmenso que nos aplastaba) entonces nos dábamos cuenta de que no era crisis de nada lo que padecíamos sino un ambiente de feria, de criminal irresponsabilidad donde cada cual frotándose las manos, o bostezando, sólo se preguntaba: "¿Cuándo es que llega el bono, compadre?".

Para hablar de crisis es necesario que nos duela Venezuela, es vital que nos tengamos que hundir en bibliotecas procurando conocer nuestro pasado y entender cuál era nuestro lugar en aquel horror tan especioso; es esencial que desarrollemos otra sensibilidad, y comencemos a callar e intentar hacer las cosas por nosotros mismos sin esperar nada de nadie.

Un distinguido sabio me contó algo, que pinta de modo total la miserable materia humana de que estaba formada aquella nación, envilecida por los partidos AD y COPEI. Iba él por un pueblo de Biscucuy cuando, a un lado de un riachuelo observó como un grupo de personas haciendo cola para abordar a un autobús que los pasaría a la otra orilla. Mi amigo constató que la profundidad del río le daba más abajo de las rodillas. Preguntó a alguien del grupo por qué usaban aquel sistema tan engorroso, y le contestaron al unísono: "- Tenemos treinta años esperando que el gobierno nos haga un puente".

Ningún gobierno de mundo puede arreglar todo cuanto aspiramos; ¿en dónde radicaba el mal ciertamente, cuando nuestros hospitales estaban destrozados, y que las universidades llamadas autónomas sean tan derrochadoras, y los sindicatos de entonces que vivían promoviendo el ocio, la maldad, el vicio de la desidia y de la irresponsabilidad?

El mal estaba en la falta de carácter; pero debía ser un carácter forjado sobre la rectitud, sobre el amor a la patria, sobre un sentido del sacrificio que nos hiciera sacar la sangre y lágrimas cada vez que viésemos injusticias, algo que degradara a nuestros semejantes; la urgencia por hacer el bien y reparar nuestras calamidades.

Y CAP estaba inhabilitado para ejercer la autoridad, como en el fondo lo estaban todos los partidos de entonces con sus dirigentes envilecidos por el negocio, por la trácala y la igonorancia. Lo horriblemente triste era ver a un hombre con las estrellas doradas del mando, con las bandas alucinantes del poder cruzándole los pechos, y carecer del carácter para poder gobernar, para hacerse oír, dirigir y hacerse respetar.

No puede ser que en Venezuela sean unos pocos los que lleven sobre sus hombros la tarea de ser honrados, de ser trabajadores, de ser útiles.

Y hoy hay que decirlo, un alto porcentaje de la Nación está echada en un sillón, viendo la televisión, esperando que las cosas se resuelvan por sí mismas. No tiene una idea clara de lo que viene, y en los más hondo de sí pareciera no importarle si nos vamos o no al despeñadero; acostumbrada a vivir del azar, y a que el Estado sea siempre quien le resuelva sus vainas.

Pero debe saber este pueblo que nada que no se haga conscientemente y por voluntad propia y el esfuerzo sostenido, con disciplina y seriedad, podrá traernos la felicidad que tanto ansiamos. Sí señor...


jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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