Un ecoregalo de cumpleaños para Ciudad Bolívar

Ciudad Bolívar ya es una hermosa señorita, que cumple 250 años y sus habitantes comienzan en ejercicio de su ciudadanía a volver la mirada al caballero que la conquista y la enamora: el Rio Orinoco.

Desde hace algunos años, por desconocimiento, acción u omisión los habitantes de la ciudad han crecido por lo menos con tres generaciones dando la espalda al delicado ecosistema del Orinoco en el espacio para compartir esta relación entre la dama y su caballero, como lo es el malecón del Paseo Orinoco. La razón es simple: nos han “normalizado”. En algún momento se hizo normal que comerciantes arrojen los desperdicios de sus locales comerciales en las riberas del rio. Se hizo normal que el ciudadano de a pie se siente en las barandas del malecón más largo de américa latina porque en algún momento de su historia un genio construyó el malecón al revés poniendo las bancas hacia el comercio de la ciudad y no hacia el paisaje. Se hizo normal arrojar los desperdicios por encima del hombro, por la falta de recipientes para la basura. Se hizo normal ver a los habitantes tomar sus bebidas alcohólicas y arrojar las botellas al espacio que a los ciudadanos se les niega el acceso por la baranda, esa que marca el fin y el confín de la ciudad en la psiquis colectiva porque “aquí es así” y “esta es la única diversión que hay”. Se normalizó el no contemplar las toninas que en los atardeceres eran testigos del tórrido romance entre la dama de Angostura y el caballero del Orinoco, porque la normalidad nos acostumbró a percibir como las aguas residuales de la ciudad son arrojadas sin tratamiento al cauce sin que eso nos alarme. Y si es con la feria contra el Orinoco, pues nada más tradicional y normal que el tarantinero, la basura y el aceite de las fritangas con el que año tras año los ferieros y buhoneros propios y extraños engalan a la orilla de la cumpleañera.

En alguna parte de la historia quedaron las andanzas de Pepita Machado de brazos del Libertador por las orillas del majestuoso rio Orinoco, recorriendo el mercado en lo que actualmente es el Mirador Angostura, que por cierto, no dispone ni de una banca donde puedan las personas contemplar los atardeceres que harían suspirar a los europeos por no tener un paisaje como éste. Quedaron las aventuras de Humboldt en su recorrido rumbo al mar durante su VIÁGE A LAS REGIONES EQUINOCCIALES DEL NUEVO CONTINENTE entregándonos su conocimiento del Nilómetro del Orinoco, que la tradición conoce como la piedra del medio, hogar de la culebra de las siete cabezas, especie extinta porque cada una de sus cabezas fue afectada por los pañales desechables, potes de aceite de motor, botellas de refrescos, neveras, pitillos, tapas plásticas y colchones que los habitantes con tanto cariño le aportan al río.

El amor todo lo puede y en medio de este tórrido romance entre la bella ciudad y el poderoso rio, el esfuerzo de unos pocos se ha multiplicado y se convierte en la razón de ser de muchos. La tarea de concienciación ambiental, el trabajo de los voluntarios y la incorporación del estado en la tarea de recuperación y preservación de los espacios comienza a dar frutos. Mucho se ha hecho, es verdad, en el restablecimiento de la armonía entre los habitantes de la ciudad y el espacio ambiental correspondiente al rio. Pero falta mucho por hacer, quienes compartimos este rincón del planeta tenemos mucho que trabajar para conseguir que la feria del Orinoco se convierta en una actividad orientada hacia la conservación del rio y sus más de tres mil especies relacionadas. Debemos iniciar de una vez y para siempre la tarea de repoblar el paseo Orinoco, asegurándonos de su preservación y aprovechamiento.

En los cumpleaños al soplar las velas, se pide un deseo. Podría pedir desde este corazón ambientalista como regalo para la cumpleañera que se iniciara la clasificación de los desechos sólidos desde los hogares y la declaratoria del malecón del Paseo Orinoco como área de recuperación de materiales, con unos envases de esos bien bonitos, de colores, con cartelitos para que las personas aprendan a no mezclar los desperdicios. Yo soplaría durísimo esas velas de la torta, para que se concrete aquello de las plantas de tratamiento de aguas residuales para que las cloacas de la ciudad no impacten con tanto descaro el tercer rio más caudaloso de América mientras que el mundo mueren diariamente cinco mil personas por no tener agua potable; pediría que se le dote de un espacio como el acuario de Valencia, que está lleno de especies del Orinoco, pero no en Valencia sino aquí, en nuestra ciudad y que sean ellos y los otros y todos y cada uno, quienes puedan venir a compartir lo que nosotros tenemos y que nos ayuden a que nuestros niños, conozcan mas a la zapoara y al bocachico que al pecesito aquel de las películas de Disney, que nos ayuden a educar para que la tarea que apenas iniciamos sea continuada por las próximas generaciones.



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Luis Xavier Rodríguez


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