El historiador Nelson Montiel suele compartir conmigo muchas de sus reflexiones y ocurrencias. Casi a diario, y ahora sometidos al rigor de esa llave de lucha libre que curiosamente lleva su nombre en modo dupla, "Doble Nelson", que metaforiza la inmovilización física que impone la cuarentena pandémica, el historiador y luchador (social e ideológico) y yo, construimos el relato de nuestro Chávez:
-Su legado es una herencia cultural, política y ética -me señaló en días pasados. Hablamos de un Chávez que extendió su visión libertaria desbordándose entre nosotros, propiciando un fenómeno infrecuente que hizo añicos la tradición manualesca para sembrar un constructo indisoluble, hecho también de una "sustancia mítica", como se refirió Álvaro Mutis de Cien años de soledad y García Márquez.
Siempre busco al Chávez identificado, imbricado en el líquido amniótico de un país que él vislumbró en el Plan de la Patria y en El Libro Azul, le digo a Montiel; un país hoy vapuleado, vuelto miércoles por factores y causas disímiles, y en cuyo corazón colectivo palpita su legado, sus nubes de palabras cayendo en lugares remotos, haciéndose vocablos de un libro de secretos escandalosamente naturales, de ecos de su oralidad.
Escribir sobre ese Chávez rumoroso en el quehacer político después de su partida, me obliga a ser intenso y leal con mis creencias y supersticiones a la hora de la batida del cobre en el "realismo" venezolano. Miguel Leonardo Tadeo Rodríguez, valga su recordación hoy, no es, no tiene porque serlo, un hombre excesivamente mediático.
Pocos saben que el Gobernador Miguel es un navegante del Atabapo y el Orinoco, una llama de esa vela con la que alumbra al estado Amazonas, su conciencia y su moral que, dijera Bachelard, alientan la verticalidad y, por consiguiente, la hermosa transparencia de los sueños de Chávez. Miguel labora de día y de noche en el vertedero de deshechos de la lejana Puerto Ayacucho. Miguel se volvió un apóstol del Gobierno de Eficiencia en La Calle.
Más de treinta ríos amazónicos lo han sentido cruzar desde las maderas silenciosas de esas junglas con ojos y así presenciar sin descanso cómo se afana este tucuyano en llevar las bombonas de gas a los pueblos invisibles en los mapas.
Chávez, Chávez, Chávez: su metodología secreta, el mantra fluvial que retumba en la consciencia insomne de este PHD en Ciencias Ambientales, ahora revertido en servidor de una entidad remota con nombre de leyendas grecorromanas: Amazonas.