¿Por qué a mamá se le había antojado enviarme a la casa de esa señora para buscar esas cosas?, sobretodo si tengo que pasar por ese sitio de noche, porque dicen que los muertos salen de noche y en sitios como ese callejón que comunican las dos calles de esa parte de nuestro barrio.
Tengo que ir y enfrentarme a quien sabe cuantos muertos. Recientemente había muerto esa señora, todavía le están haciendo lo rezos, y yo sin poder aprenderme uno de esos rezos de memoria para alejar toda presencia extraña de mi, porque nosotros somos evangélicos.
Si me sale un muerto ¿Que hago? ¿Que le digo?
En verdad es una cosa seria no conocer el protocolo de cómo se tratan a los muertos, ¿Qué se puede hacer en ese caso? A mí nunca me ha salido un muerto, tampoco una muerta. ¿Los trataré de señor o señora?
Ya me acerco al callejón, son como cincuenta metros de oscuridad que tengo que atravesar, hoy pareciera que estuviera mas oscuro, mas largo, mas silencioso. Cerraré los ojos y lo atravesaré si ver nada a mí alrededor. Así me han dicho algunos muchachos del barrio que se debe cruzar este callejón por las noches cuando vamos solos.
Yo me porté bien con la difunta, cada vez que podía iba a comprarle sus cosas en el abasto. Ella no tuvo nunca nada que sentir nada de mí. ¿Por qué tendría que salirme? Bueno una vez, yo le respondí mal, cuando la pelota que había bateado cayó en su casa, en el techo de su rancho y me subí a buscarla, causando mucho ruido. Ella me reclamó y le respondí mal. ¿Será que después de muerta una persona se acuerda de todo lo que vivió en esta vida? Creo que si, porque es por eso que salen, para visitar sus casas y a su familia.
Estoy como paralizado, se me hace difícil llegar a la boca del callejón. Está oscuro, solitario, en silencio, tan silencioso que escucho los rumores del rezo de las mujeres, estaban rezando como a cincuenta metros del callejón, por el descanso eterno de la señora que era el motivo de mis temores.
Por fin llegue, ya estoy a la entrada, respiro profundo, cierro los ojos y me dispongo a correr hasta la otra calle. Todo sea por mamá. Empiezo a prepararme para el gran maratón de mi vida. Pero cuando venga ¿Será lo mismo? Volver a prepararme para la travesía de regreso ¿Por qué le pasará a uno esas cosas?
Vi algo del otro lado, como que una persona se asomó, es raro, se asoma cada vez que yo lo hago ¿Será mi reflejo o mi sombra? No veo quien pueda ser, quizás son mis nervios.
Improviso un rezo, a lo mejor no sea así, pero cualquiera que sea evangélico, debe ser perdonado si no sabe recitar a la perfección un rezo católico. Pero no, mejor recurro a lo que se me enseñó en mi casa y en mi pequeña Iglesia evangélica. Voy a recitar un versículo bíblico mientras corro a ciegas y a toda velocidad hasta la otra calle.
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes, porque yo estaré contigo donde quieras que fueres”.
Partida, salí corriendo con los ojos cerrados, iba en sentido de norte a sur, de mi calle a la otra, sentía que ya la otra calle estaba más cerca en cada paso. De repente por una extraña razón empecé a oír un rezo extraño a mi tradición religiosa: “Santa María, Madre de Dios, Ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte…”.
Cada vez se oía más cercano el rezo, recitaba con más fuerza el texto bíblico de Josué. Será que un extraño maleficio se me acercaba para atraparme, será el espíritu de la vecina muerta que venia a cobrar en mí todas las veces que nuestras pelotas y balones caían en su techo causando gran ruido y susto a la anciana.
“Santa María, Madre de Dios…” “Mira que te mando que te esfuerces…”. El miedo se apodero de mí, y aceleré mi ciega carrera hacia el otro extremo. Sentía unos pasos que se acercaban a mí, Ya casi llego a la otra calle. Lo que sea que se acercaba a mi no iba a detener mi carrera desenfrenada hacia mi destino.
De repente, algo golpeó con fuerza en contra mía, un golpe muy grande frenó mi carrera, que dolor sentí en mi frente y en mi pecho. Caí de espaldas y en verdad no supe más de mí. Desperté en una habitación llena de luces.
Me dolía mucho la cabeza, instintivamente me llevé mis manos a mi frente, tenía un Chichón enorme en mi cabeza, un dolor en el pecho y un corte en la parte posterior de mi cabeza.
Era la sala de Emergencia del Hospital Universitario de Maracaibo, a mi lado estaba en otra camilla Carlitos, un niño de la otra calle, curiosamente tenía las mismas heridas y los mismos dolores que tenía yo.
Nos habían encontrado desmayados, habíamos chocado de frente a gran velocidad, cada uno rezando nuestras respectivas oraciones, para conjurar a los muertos. Lo único que no pudimos aprender en nuestros respectivos credos religiosos, es que los muertos no salen, los invocamos en nuestras mentes y desde allí resaltan nuestros temores y prejuicios.
obedvizcaino@gmail.com
Maracaibo-Venezuela.
18 de Mayo 2009.