El rio Manzanares es seguramente el principal símbolo de Cumaná. Su belleza y atractivo ha sido durante siglos motivo de inspiración para escritores, músicos y todo aquel humano sensible a los regalos de la naturaleza. Como parte de la ciudad primogénita también es parte de nuestra vida. El Manzanares no divide la ciudad. Su audaz intromisión, seguramente fue con la pretensión de brindar placer con su bondadoso caudal de otros tiempos a los de acá y los de allá. Sus orillas se convirtieron en metas para el disfrute, amistad y la algarabía de grandes y chicos, para quienes el rio se convirtió en la atracción preferida junto a las playas de San Luis.
Curiosamente, el río Manzanares no solamente ha sido motivo de inspiración para poetas y músicos. Desde que tenemos memoria de las campañas electorales, este rio aparece en el mapa de los discursos de todos los políticos. Y si no hubiese existido el Manzanares…lo habrían inventado. Promesas van y promesas vienen. El hijo de Turimiquire aguanta todo. Hasta las descargas cloacales que no cesan en su recorrido.
Algún gobernador, alcalde o representante de algún ministerio que tenga que ver con el cuido del ambiente, en algún momento, se atrevieron a voltear la mirada hacia el rió que tanto cruzaron. Comisiones, posiblemente con buenas intenciones. Nada más. El río y sus riberas han sido maltratados hasta más no poder. Ya sus orillas son los patios de quintas y ranchos ante la mirada indiferente de las autoridades regionales y nacionales. La tala y la construcción de viviendas lo ahogan en su recorrido por el municipio Sucre. Seguramente quienes lo violentan de esa manera no se imaginan el peligro de quien en algún momento se atreverá a reclamar su espacio. Entonces no habrá responsables.
El gobierno y las alcaldías Bolivarianas de Sucre y Montes tienen un reto con el Manzanares. Preservarlo para las futuras generaciones y no pasar a la historia como cómplices de su muerte.
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