Lo que víví en Caracas durante la huelga de hambre del hermano Korta, Ajishama

Paralela y subrepticiamente a la lucha de los pueblos indígenas, la lucha por el territorio y los derechos indígenas, que pide y exige la liberación del cacique Sabino Romero y los yukpa presos por la justicia ordinaria en Trujillo, y razón por la cual Ajishama tomó la decisión de librar una huelga de hambre, en compañía de Ramón Sanare, de la Universidad Indígena de Venezuela, y Wu Li Min, –porque lo de Sabino significó para Korta, según lo que pude comprender, en tantos años de lucha indígena, como la gota que derramó el vaso–, sucedieron cosas en Caracas que nos piden la reflexión sobre una mala y mal intencionada política que se dejó ver en las reuniones de la capital; reuniones en las que se discutían los términos para negociarlos con el gobierno.

Y aquí, mucho más que denunciar a personas en particular, se trata más bien de desentrañar una práctica política confusa, que no sólo busca apaciguar o diluir las luchas sociales, sino que además, intenta dividir los movimientos y posibles alianzas, haciéndole creer a todo el mundo que se está en una lucha cuando no se está, y asumiendo una mentalidad y comportamiento colonialista que raya en las esferas más recónditas del inconsciente, robándose y manipulando la palabra del sujeto que está presente, el que en realidad es el que directamente se encuentra en la lucha.

Toda esta situación de sacar del lugar de enunciación al sujeto que debe expresarse y pelear me recuerda la pregunta que se hizo Gayatri Spivak desde la subalternidad y la situación de la mujer en el mundo contemporáneo: ¿Puede el subalterno hablar? No se trata aquí sólo de sentirse o no indígena, mujer, pobre, es decir, de disertar con uno mismo y los demás para encontrar la legitimación o no de poder ubicarse dentro de una lucha, si no, de entender, que las personas, los términos y los mensajes de las luchas no deben ser manipulados por intermediarios que tienen distintos propósitos e intereses.

Por ello, por sentir intervenciones donde la manipulación se dejaba percibir de una forma permanente, me pregunté varias veces: ¿Cuál es el papel real de estas personas, de su intervención en esta protesta? ¿No está ya claro que lo que se busca, antes que nada, es la recuperación de los territorios indígenas, hecho que implica necesariamente la mejor aplicación del Capítulo VIII de la Constitución y la apertura (gran lección para la dominación occidental) de otras justicias, de la jurisdicción indígena por ejemplo, lo que en Ecuador o en Bolivia han llamado: la descolonización del derecho y la justicia? ¿No ha quedado claro que Sabino está siendo criminalizado, así como otros indígenas y luchadores sociales? ¿No ha quedado claro que Sabino no es un homicida, a pesar de lo expresado, sin el menor rastro de humanidad y ética, por parte de la ministra Nicia Maldonado a los hijos de Sabino, actitud que nos deja atónitos, en uno de esos días de intentos de negociación vividos en la esquina de Pajaritos?

Todo este distanciamiento de la lucha que refleja la mala práctica política tiene también que ver, hasta donde pude percibir, primero, con una posicionalidad totalmente des-territorializada o distanciada de la lucha indígena (una visión desde afuera), una actitud en el fondo vacía, que busca otra cosa distinta a la de preparar el camino para el derecho indígena y favorecer verdaderamente al sujeto que lucha. Lo que se reveló no sólo fue un profundo desconocimiento de toda la lucha, y en relación con Sabino la actitud cobarde de no poder defenderlo abiertamente, sino segundo, la necesidad de querer ocupar un lugar protagónico en el conflicto, desarticulando esfuerzos, debilitando a los sujetos en lucha, y apropiándose de un discurso, que mal parafraseado o mal traducido en su vocerías, reflejaba a todas luces, la intención de manipular y establecer una mediación que de manera avasallante a veces, y profundamente acrítica siempre, buscaba defender a toda costa a un Chávez y un proceso revolucionario visto, de manera más simbólica que fáctica, en el Estado-gobierno, antes que como proceso constitutivo de cualquier movilización popular, de cualquier pueblo digno y en resistencia. 

Me refiero en esto último, al desvío del verdadero trasfondo de la lucha indígena: la lucha por el territorio, que sigue encubriendo una acción proveniente de este Estado-gobierno –de la misma forma que los anteriores, hay que decirlo, hasta ahora sigue siendo así–, donde se garantiza el beneficio de unos, a costa de la exclusión y explotación de los otros, y donde se manifiesta una concepción política y económica que separa a los pueblos de los territorios. Otros cuestionamientos que se suman a este son: ¿Cómo podemos entender las políticas económicas que los gobiernos de “izquierda” en América Latina están llevando a cabo? ¿Cómo podemos entender la política económica y la política en general de nuestro actual gobierno? Es decir, aparte de sostener el hasta ahora argumento central de que hay una impostura en el proceso, una derecha infiltrada, un ala fascista, o aparte de lo que repiten otros, que la economía la controla el Estado y no el sector privado o las transnacionales, y que por eso, nuestro gobierno es de izquierda, aparte de todas estas realidades y de otras tantas posturas que rayan hasta de reduccionistas, ¿sucede otra cosa más que no hayamos visto? Porque en medio de tantas contradicciones, no nos queda otra que preguntarnos: ¿Qué es lo que pasa realmente? ¿Por qué las cosas no terminan de cuadrar desde esta izquierda de siempre con la actual izquierda en el poder? ¿Es que hay algo, un plan mundial, una guerra o una nueva división territorial que se está cocinando, y de la que no tenemos ni la menor idea?, pues de qué otra manera podríamos aceptar en nombre de un proceso, lo que está sucediendo aquí, en Ecuador, Bolivia o Argentina, con nuestros gobiernos que están dando concesiones a otros imperios y actuando como si nunca el pueblo hubiese padecido la explotación, la dominación, la extracción, el dominio militarista.

A mi juicio, la verdadera revolución, la del pueblo, sería la única que podría despejar este conflicto, quiero decir que si el Estado-gobierno no rectifica y transforma sus políticas para establecer el derecho de los pueblos indígenas y de todos los pueblos en resistencia, la distancia entre él y los pueblos será cada vez más evidente, y suponiendo que en los próximos días se decida todo a favor de la causa indígena, no tenemos idea de cómo hará el Estado-gobierno para renunciar a los planes de desarrollo intercontinentales, a todas las concesiones y acuerdos con las transnacionales para la explotación del suelo y del subsuelo, salvando al mismo tiempo, lo que es el centro de la lucha indígena: la auto-demarcación y la recuperación del territorio ancestral, pues para otorgar este derecho fundamental a todos los pueblos indígenas del país, el Estado-gobierno tendría que renunciar a la actual política económica, rompiendo las alianzas con los antiguos terratenientes y con las actuales transnacionales, impidiendo por supuesto que el sector privado se siga apoderando de la dinámica de la tierra, y lo que es demasiado pedir: desmilitarizando la zona y además acabando definitivamente con el sicariato.

Mis esperanzas para que la liberación de los pueblos se pueda dar realmente, está en ascuas. Siendo testigo del entusiasmo de Chávez por todos los acuerdos económicos logrados en su última gira, que van desde el desarrollo de la energía nuclear en el país, hasta la exportación de plátanos, y que me llevan a una confusión total, pues no tengo un ejemplo en el mundo que me diga que esos planes no obedecen al mismo modelo capitalista y de explotación, pues ¿cómo cubrir las demandas de exportación si no es a través de la explotación de la mano de obra?, ¿cómo pensar en energía nuclear si no es a través de la extracción del uranio y otros minerales?, ¿y dónde está el uranio?, ¿quién lo extraerá del subsuelo?, ¿quién gana, quién pierde? A mi juicio, el peor error que deja ver todo el margen de exclusión del socialismo que se intenta construir erradamente desde un Estado aún no transformado, de una política asumida como politiquería, y que no ha dejado de ser populista, es la decisión impuesta desde arriba, que relega y aplasta cualquier tipo de crítica y autocrítica, donde se diluye hasta perderse, toda la diversidad característica de los pueblos de América Latina. Y he aquí la eterna sospecha que tenemos algunos ante ciertas maneras de gobernar y ante el ejercicio mismo del poder, aunque se sostenga en el mejor de los discursos: ¿Es este Estado-gobierno la encarnación del pueblo? Si tomamos el ejemplo de una ministra como Nicia Maldonado, evidentemente que no.

En pocas palabras: asumir otras razones de vida, otros deseos, otros intereses, como en el caso de los pueblos en resistencia, no tiene nada que ver con querer ser parte de una potencia mundial, si no todo lo contrario. Así que los cambios que tendrían que darse para lograr la soberanía de los pueblos indígenas, y de los pueblos en general, son para mí, así como van las cosas, si no imposibles, verdaderos milagros, en medio de una derecha que está más ciega que nunca y en medio de un Estado-gobierno lleno de contradicciones. Esperábamos, que el Estado-gobierno revolucionario, si es que eso existe, le diera toda la fuerza a la iniciativa popular sin estatizar la revolución, sin imponer estructuras de organización y formas o modelos de producción dominantes, pudiendo saldar primero que nada, la gran desigualdad existente en el país, eliminando la burocracia, respetando la diversidad e impidiendo cualquier forma de dominación y explotación de unos sobre los otros. El modelo socialista en América Latina, nuestro modelo, comienza con la reivindicación de los pueblos indígenas y de todos los pueblos que a lo largo de toda la conquista y colonización han estado oprimidos, y siguen estándolo.

Pero a pesar de lo planteado que propongo como debate, de lo que sí tenemos conocimiento, y que se repite y no deja de repetirse, es la historia eterna y de siempre, de la resistencia de los pueblos, y esa fuerza, más allá de la esperanza, es la que no deja de desvanecerse en ninguno de nosotros. Por eso, a pesar de todas las interferencias mal o bien intencionadas de una práctica política que confunde y debilita la lucha –muchas veces hasta estrangularla–, quedará siempre visible, como me decía un compañero en Caracas: la esencia de la lucha que no es más que lo que une al indígena con la mujer, el pobre, el oprimido, el excluido, el relegado, la lucha contra el poder, la opresión, la exclusión. Hay que seguir entonces en la esencia de la lucha que se manifiesta tan clara como el agua, en lo que dijo el hermano Korta: indio sin tierra es indio muerto. No tratemos más de representar, no dejemos que nos representen quienes no nos pueden representar, no dejemos sustituir la causa, pues esta lucha lo que más necesita, para que la mentalidad occidental se termine de acabar, es que se abran los espacios de enunciación para que las verdaderas vocerías se escuchen y se manifiesten tal cual ellas son. Los indígenas originarios, los que nos sentimos y somos indígenas, sabemos perfectamente quiénes son nuestros verdaderos amigos, quienes comparten esta lucha sin perderse en el camino. Aunque Chávez comparta principios con nosotros, primero es la gente, primero es el pueblo en lucha, antes que un funcionario del gobierno. Nada puede hacerse en esta lucha para fortalecer las estructuras de dominación y poder, por eso, como dijo Lucía: aquí caciques somos todos.   



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